viernes, 25 de octubre de 2013

LA MIRADA DE PABLO: Sus escritos y otras fuentes



Con la mirada de Pablo, quisiéramos adentrarnos en su persona, no sólo como una figura histórica, también qué nos dice Pablo, cuyas palabras deben culminar con el Misterio, o el discurso sobre Dios. Aunque a veces los tres discursos se entremezclan en un diálogo entre el hombre y el misterio, que tal vez lo mejor sea un largo silencio, como aconsejo Heidegger. Silenciar el tema de Dios en el ámbito del pensamiento. Es la época de la pobreza, de la fragilidad, incluso del sacrificio intelectual, el mismo Heidegger afirmaba que no podemos atraernos a Dios pensándolo, a lo sumo podemos estar a la espera. Esperar es introducirse en el ámbito de lo abierto, de lo lejano, de lo oculto, del Misterio. Desde la Teología, qué es el discurso o pensamiento sobre Dios, aborda el tema del Misterio de forma más abierta, sin tantos rodeos.
Así podemos abordar a Pablo analizando sus fuentes. Después del fracaso de Atenas, año 50, cansado y desalentado, con el clamor de los perseguidos, Pablo llega al puerto de Corinto, desde allí envía a Timoteo a la iglesia de Tesalónica, no recibe malas noticias. Como un padre al que se le anuncia que sus hijos acaban de escapar de un accidente mortal, Pablo se decida enviar una carta a sus hijos de Tesalónica.

Las fuentes son de dos tipos: las cartas auténticas de Pablo y el resto de los escritos. Después del fracaso de Atenas, año 50, cansado y desalentado, con el clamor de los perseguidos, Pablo llega al puerto de Corinto, desde allí envía a Timoteo a la iglesia de Tesalónica, no recibe malas noticias. Como un padre al que se le anuncia que sus hijos acaban de escapar de un accidente mortal, Pablo se decida enviar una carta a sus hijos de Tesalónica[1].
Las fuentes son de dos tipos básicos[2]: las cartas auténticas de Pablo y el resto de los escritos. En estos últimos hay diferencias con respecto a las cartas de la imagen que presentan de Pablo.
Las cartas tienen una primacía documental, no son tampoco documentos puros, se desvelan en ellas una situación y unos intereses muy concretos de cada comunidad a la que va dirigida. Pero son los documentos más directos de Pablo, con un valor testimonial e histórico indiscutible. Estas tienen un carácter misional y atienden a problemas concretos de cada comunidad. Fueron escritas en la primera década los años 50. La más antigua es la primera de Tesalonicenses[3] escrita en los años 50; le sigue la carta de los Gálatas (año 52);  las cartas a Corinto entre el 52 y 54; Filipos entre el 53 y 54; carta a Filemón en el 54; la carta a la comunidad de Éfeso[4], a principios del 55; por último, también en ese año escribe, la carta a los Romanos. Las cartas restantes nacieron de sus discípulos, después de la muerte de Pablo, donde se pretendía conservar y desarrollar la herencia del Apóstol[5].
Dentro de los otros escritos[6] destacan, el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aporta importantes noticias históricas sobre Pablo[7], sobre todo como complemento de las cartas. Pero otras muchas noticias, no coinciden con los datos de las cartas, o bien presentan los hechos de un modo diferente. Esto corresponde a intereses teológicos-misionales del libro de los Hechos, o bien a una apologética en defensa de posibles divisiones internas de la comunidad cristiana. O también, en defensa de ataques externos al cristianismo. Pablo es el garante de la unidad y la tradición, es ciudadano romano[8], es una figura venerable, es un auténtico judío piadoso que estuvo en Jerusalén como fariseo, en total acuerdo con los doce “apóstoles”[9] desde los inicios; silenciando las tensiones entre Pablo y la comunidad de Jerusalén y otros grupos cristianos. Incluso silencia la colecta de las comunidades paulinas a favor de Jerusalén, hecho central en la misión de Pablo; así como la importancia de su teología de la cruz[10], estructura fundamental en el mensaje de Pablo.
Nuestro acceso a Pablo, además de los escritos suyos de primera mano, están las obras de los especialistas, que nos ayudan a desentrañar y a situar de una forma real el mensaje en el contexto de las comunidades a la que fueron dirigidas sus cartas. También por supuesto, en un mundo en cambio y complejo, como fue el inicio del imperio romano.
Desde estás mirada de Pablo iremos analizando algunos libros que abordan la figura de Pablo. En el próximo escrito del blog, propondremos la lectura de la obra de Vidal, S., Pablo. De Tarso a Roma. Santander, Sal Terrae, 2007.




[1]              Brunot, A., Los escritos de san Pablo. Estella, Verbo Divino, 1991, p. 17. Fueron escritos ocasionales, pero en todos los Concilios, sobre todo el Vaticano II,  reconocieron la valía y su profundidad, constituyen a la vez no sólo una acontecimiento histórico, sino literario y teológico fundamental.
[2]              Seguimos a Vidal, S., Pablo. De Tarso a Roma. Santander, Sal Terrae, 2007, pp. 17 – 25. También a Gnilka, J. Pablo de Tarso. Apóstol y testigo. Barcelona, Herder, 2002, pp. 19 – 22. Bornkamm, G., Pablo de Tarso. Salamanca, Sígueme, 1991, le dedica toda la introducción, pp. 13 – 30.
[3]              La segunda carta a los Tesalonicenses, no sale de las manos de Pablo. Salen posiblemente de sus seguidores o de las comunidades de Pablo. Esta es cronológicamente posterior
[4]              Senen Vidal incluye esta carta como original de Pablo, no así Gnilka y Boornkamm que la incluyen como deuteropaulinas. Ver S. Vidal, p. 18 y suplemento “Cartas originales de Pablo”, pp. 226 – 239.
[5]              Gnilka,  J., o. cit., p. 19. En nota 30, siguiendo al autor, este grupo estarían compuestas por la segunda a los Tesalonicenses, Colosenses y Efesios – cartas de la cautividad-, las Cartas Pastorales, primera y segunda de Timoteo, Tito y Hebreos.
[6]              Existen también los Hechos de Pablo y Tecla, escritos apócrifos de finales del siglo II, siguen una cierta tradición paulina, mezclada con leyendas populares.
[7]              Tradicionalmente se ha venido llenando con Hechos las lagunas de su biografía que no están en sus cartas. Pero estos escritos de Lucas hay que considerarlos en su propia época, cuarenta años después de las cartas, muy lejos de los sucesos. Hay ya una importante cantidad de sedimentos, de la fe, de la iglesia, de la tradición. No cuenta lo que sucedió, y sólo lo que sucedió, en la línea de la historiografía positivista. Pero a pesar de que Lucas escribe con un amplio margen narrativo y literario, con grandes escenografías, ni se puede ni se debe renunciar a Hechos de los Apóstoles. Aunque la pintura que Lucas difiera claramente de la imagen histórica de Pablo, sin embargo es posible extraer de Hechos de los Apóstoles informaciones dignas de crédito.. (Gnilka, J., o. cit.,  p. 20)
[8]              Según los Hechos de los Apóstoles
[9]              Incluso Pablo en Hechos, no tiene la categoría de Apóstol. Aparece también como organizador de la iglesia primitiva, designando a “presbíteros”,  o a los “obispos” y “pastores de la comunidad. Pero en las cartas, no se conoce ese tipo de organización, ni a esas figuras eclesiales. En Filipenses (Flp. 1,1) se habla de episkopoi  y diakonoi (si no es una glosa posterior) designarían los encargados del servicio administrativo y caritativo de la comunidad
[10]             Bornkamm, G., o. cit., p. 20

martes, 15 de octubre de 2013

La mirada de Ulises: HOMERO



La literatura Griega y la cultura occidental se inician con dos poemas épicos, la Ilíada y la Odisea. Ambos poemas son atribuidos a Homero, un aedo ambulante que componía y cantaban las historias de los grandes héroes del pasado, recogiendo una tradición oral. Posiblemente vivió hacia mitad del siglo VII o el VII a. C. Es una época en la surgen las Polis en todo el mediterráneo frente a las monarquías, gobernadas por hombres ricos que basaban sus ingresos en la posesión de la tierra y el gran comercio marítimo. En los poemas de la Ilíada se refleja el espíritu aristocrático del comienzo de las Polis, así en la Odisea, refleja ese espíritu marinero propio de las colonizaciones griegas por todo el mediterráneo.
Un aedo, era un cantor (aoidos) que cantaba sus poemas acompañado de un pequeño instrumento de cuerdas, la forminge (la  cítara). Se ha fantaseado mucho sobre su figura, poeta ciego, se pensaba que la memoria era mayor cuando se carecía de vista. Incluso siete ciudades de la Grecia asiática se disputaban su cuna.

La Iliada, nos relata el asedio de Troya, aunque su acción cae dentro del último año de los diez que duró el asedio. Aunque el punto central es la cólera de Aquiles, este personaje es hijo de una diosa, dotado de todas las facultades humanas, bravo, hermoso, elocuente, pero condenado a muerte temprana, es el héroe del poema.
La Odisea está compuesta de tres elementos temáticos principales: la historia mítica del regreso de Ulises a Ítaca después de la guerra de Troya; el viaje de Telémaco, su hijo, en busca de su padre; y un conjunto de historias de navegación que remontan a los cuentos populares típicos de los pueblos marineros. La Odisea ha sido una constante en la literatura Occidental, tal vez, la obra más conocida sea la de Ulises de Joyce. Aunque, Tres importantes escritores españoles del siglo XX han retomado el tema de Ulises a la hora de componer sendos dramas. Se trata, ordenados por la cronología de las obras, de Gonzalo Torrente Ballester en El retorno de Ulises (1946), Antonio Buero Vallejo en La tejedora de sueños (1952) y Antonio Gala en ¿Por qué corres Ulises? (1975).

Ambos poemas épicos se dirigen a una divinidad, la Musa, ella que todo lo sabe ya que era hija de la diosa Memoria y depositaria de la poesía. En la Ilíada el único aedo es Aquiles, pero en la Odisea se multiplican los cantores. Ulises mismo, es un aedo que canta sus viajes y también hay uno entre los feacios, el pueblo navegante que transporta a Ulises hasta Ítaca. La Odisea es un canto a los aedos, pero de ¿dóndes saca Ulises su historia? Se la cuentan las sirenas, mitad mujeres, mitad pájaros. Es la historia de Troya. Mientras tapona a sus compañeros los oídos, él atado a un mástil escucha el peligro de la poesía:

Porque sabemos todas las fatigas
que griegos y troyanos resistieron
en Troya por decreto de los dioses
y cuanto ocurre en la espaciosa tierra.

Para los griegos, Homero era el poeta por excelencia, con él aprendían a leer. Abrían el texto en rollos (volumina) escritos en papiro o pergamino, donde hacían anotaciones y comentarios a las poesías. Se aprendían párrafos de memoria y sobre estas historias se estructuraba la ética y el modo de comprender el mundo de esta sociedad. No sólo eran poemas en los que hablaban del honor o del amor, sino también eran una autentica enciclopedia de conocimientos útiles, además de un tratado de ética. Ya que estos héroes emprenden una búsqueda tras la areté, tras la virtud.
La areté es la perfección o excelencia, el sentido heroico de la vida, donde la fuerza en el combate no está separado de la espiritualidad, de la virtud, del deber, elementos que tenían que configurar al hombre perfecto. La areté sería lo específico del hombre en su realización, así Socrates y Platón lo relacionaron con el alma humana. Ésta tenía que alcanzar el bien y la belleza como orden, a través de la reflexión y el conocimiento.
El concepto areté pasó al mundo Bíblico a través del helenismo, este irá adquiriendo un sentido más religioso y se aproximará al término “justicia”. Tanto la fidelidad de Dios, como la valentía y la prudencia del hombre. Esa virtud es la que debe mantener el hombre justo en la vida y ante la muerte. Es la energía moral generada en los creyentes por la fe. “Por lo demás, hermanos, atended cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de laudable, de –virtuoso- y digno de alabanza” (Fip. 4, 8)