jueves, 25 de diciembre de 2014

¡Se vende Navidad....!



       
Mes y medio antes de las navidades y casi un mes antes del tiempo de adviento, nos bombardean con anuncios publicitarios para fomentar el consumo navideño. También vemos con perplejidad, sobre todo en un momento de crisis, un derroche de adornos y luces que se expanden por la ciudad. Estamos en una sociedad del hiperconsumo en la era de la globalización. El hiperconsumo, con sus nuevas maneras de producir y de vender, de comunicar y de distribuir, provoca una auténtica escalada individualista. Emerge, un nuevo tipo de consumidor, que necesita experiencias afectivas y sensoriales, con una nueva forma y uso personalizado del espacio, del tiempo y de los objetos, que se materializan en las “Catedrales de los Centros Comerciales”. En una oferta superabundante de productos y objetos, el hiperconsumidor, cuyo perfil se puede describir como errático, nómada, volátil, imprevisible, fragmentado, desregularizado, está cada vez más liberado de los controles colectivos del antiguo capitalismo. Es un sujeto zapeador y descoordinado, ya que se introduce en el consumo el espectáculo y el ocio. Las catedrales del consumo, son grandes centros de diversión, envueltos en el celofán de en escenarios mágicos y encantados de las luces, que en estas fechas se extienden a toda la ciudad. Muchos de los slogan o las fuertes campañas publicitarias se dirigen no sólo a los adultos, también a los niños, con lo que es muy difícil que en estas fechas no se llegue a casa sin haber comprado alguna cosa que en principio, uno no tenía pensado hacer.
Desde ese individualismo,  se tiende a la individualización de la religiosidad, a la afectivización y a la relativización de las creencias religiosas. En este sentido, incluso la espiritualidad funciona, en muchos casos, como un autoservicio de la expresión de las emociones y los sentimientos, de las búsquedas impulsadas por la preocupación del bienestar personal. Se subraya la participación temporal, los comportamientos a la carta, la primacía del bienestar subjetivo y de la experiencia emocional, la religiosidad se desliza hacia formas secularizadas, privadas, lúdicas o a formas de religiosidad popular. En estos parámetros parece casi una utopía la pregunta por el sentido global de la existencia.
Con tanta luz y despilfarro, no podemos perder de vista nuestra verdadera LUZ. Ese abajamiento de Dios, que adquiere nuestra condición humana, para compartir nuestro destino y nuestra historia. En Él se realiza nuestra verdadera humanidad que nos eleva hasta su divinidad. Celebramos que hay futuro en ese acontecimiento del pasado, Jesús es Enmanuel, Dios con nosotros. Jesús, es la forma del Dios invisible, que obra en Él y a través de Él. Él es el camino.
Jesús, nos propone otra imagen de Dios, en la que pone su centro en el reinado de Dios. El reinado es como su ADN, su cara más visible. Éste es una presencia humilde pero eficaz en nuestro mundo, denunciando toda injusticia, todo egoísmo, toda mentira que se oponga a su verdadero establecimiento. Un Dios y su justicia que no era la del mundo, pero que se encarna en el mundo. Ese reino no se expresa de una sola manera, ya que a Dios no se puede encerrar en unas leyes, en unos ritos, en una religión, en una ideología. Está claro que si Dios es un misterio, también lo es su reino.
Su vida se constituyó como modelo de la nueva forma de ser y estilo de vida propios de ese reino. Jesús es el don de Dios e inagotable del reino, es la perla y el tesoro escondidos, es el fermento del mundo, del sentido de la historia y la raíz de todas las liberaciones.
Un reino que está dentro de nosotros, nos arranca de nuestras servidumbres y nos renueva como personas, es un camino que exige una decisión absoluta. Este se nos da en la medida que lo deseamos, que lo buscamos con un corazón humilde, o cuando miramos con misericordia a nuestros semejantes, también cuando oramos cada día. Se da de una forma muy especial cuando sufrimos, en el dolor y en las cruces, ahí Dios con sus grandes manos, nos lleva en su corazón. Podemos decir  que en el amor, grande o pequeño de cada día.
También está en la sociedad en la que nos movemos, aunque sea de forma precaria e imperfecta. Irrumpe cuando se hace la justicia, en la fraternidad y en la lucha por los derechos de todos, en la economía, en la política, en la familia, en la parroquia, en el trabajo, en la vida. Ahí está como fermento y semilla que crece poco a poco, y que va convirtiendo las relaciones de odio, egoísmo, discriminación y explotación, en relaciones de amor, solidaridad, justicia y paz.
De una forma misteriosa la Iglesia contiene el reino. En la palabra, en los sacramentos, en la comunidad, se produce una experiencia privilegiada de liberación interior y de presencia de Dios. La fraternidad cristiana, debe ser un lugar privilegiado de experiencia del reino en medio del mundo y en los vericuetos del tejido social de cada día. Aunque el trigo y la cizaña crezcan juntos en el corazón de cada persona, a ella estamos llamados todos, en especial los más necesitados. Debemos de trabajar para que esa Iglesia que construimos todos, sea la perla o el tesoro escondido, si dejamos crecer en el corazón de cada uno la red de los peces buenos.
Por último, anhelamos el reino futuro que es donde el tesoro y la perla adquieren valor absoluto, donde el fermento se transformará definitivamente en masa, donde el grano de mostaza terminará su crecimiento y se arrancará definitivamente la cizaña. En el reino futuro no habrá noche, porque la luz se colocó en el candelero, donde todos asistiremos a un gran banquete y allí Dios irrumpirá definitivamente en la historia. Y liberación de la condición humana será plena e irreversible, pues en el reino futuro enjugaremos todas nuestras lágrimas "y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado" (Ap. 21, 4)
No sé si con tantas luces, estamos vendiendo también la Navidad. Se nos olvida que cuando miramos a Dios vemos al hombre y cuando miramos a los hombres vemos a Dios que se ha encarnado. ¡FELIZ NAVIDAD!

Sube a nacer conmigo,
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de donde viene
ni adonde va.

Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.
De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.

Siempre de noche
naciendo de nuevo,
Nicodemos.
“Desde las periferias existenciales;”
con la fe de Maria
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.

Con los pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kenosis total.

Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.
Y la consigna es
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino.
Pedro Casaldàliga




























martes, 16 de diciembre de 2014

Mirando un cuadro de Giuseppe Ribera “El Españoleto”



        
Al mirar un cuando, la primera impresión nos llega al corazón en forma de belleza. En un segundo momento, se dirige a valorar la calidad pictórica en su conjunto, analizando los elementos del cuadro, desde el tema a la composición,  el color, la técnica, el estilo. Todo ello en una armonía que hace del espíritu desvelar un mundo, una realidad que se actualiza en la contemplación. Cada cuadro tiene su propia esencia, pero también nos desvela una historia.


Juan Antonio Mateos Pérez
Esa historia, a veces difícil, la podemos observar en el cuadro de la Inmaculada Concepción que preside el retablo de la Iglesia de la Purísima de Salamanca. Aunque el retablo, en un principio fue concebido para el convento de santa Úrsula, pues allí se pensaban enterrar los condes de Monterrey. Pero don Manuel de Zúñiga y Fonseca, conde de Monterrey, virrey de Nápoles, embajador y colaborador de la delegación mariana que pretendía el dogma de la Inmaculada  ante el Papa Gregorio XV, encargará a Giuseppe Ribera el bellísimo cuadro de la Inmaculada Concepción. El encargo del cuadro y como defensor del dogma, cambiará las intenciones del conde y, el cuadro de Ribera se convertirá en el eje y centro fundamental para la construcción de una nueva Iglesia, el convento de las Agustinas Descalzas. De su intención inicial de enterrarse en las Úrsulas, cambió radicalmente y se construirá toda una iglesia alrededor de un cuadro, eso sí, maravilloso.
El misterio de la Inmaculada Concepción, es decir, que desde el instante de su concepción, María fue preservada de toda huella del pecado original, fue declarado dogma de fe en el año 1854, por el papa Pío IX. Posiblemente no supuso una gran novedad, era una realidad aceptada unánimemente por todo el Catolicismo. Había tenido una larga historia de elaboración sistemática y no pocos conflictos entre teólogos y entre el propio pueblo creyente.
Cuando llega el debate a la Edad Media, ya tenía un recorrido en los Santos Padres de Oriente y de Occidente, hablaban de la “espada de la duda” en el momento de la crucifixión. Sofronio de Jerusalén, en el siglo VII dará una nueva sensibilidad al mundo bizantino, llamando a María la “toda pura e inmaculada” elevada por encima de los ángeles, superior a la creación. Desechando la profecía de Simeón sobre “la espada de la duda” en el momento de la muerte en cruz. En la iglesia de Oriente, el debate se agotó en el siglo VII y lo  que hacen los teólogos medievales, es situar la santidad de María en el horizonte de la doctrina agustiniana del pecado original.
Podemos resumir la posición de los teólogos medievales en las posturas de Tomás de Aquino y Duns Scoto. Ambas posturas eran defendidas en pueblos y ciudades por dominicos y franciscanos. El punto clave del debate, no era la santidad de María, que todos defendían, sino el pecado original. La pregunta es si María como ser creado, contrajo el pecado de origen o no. Para santo Tomás, afirmaba que contrajo el pecado original, pero será receptora de la Gracia y redimida en el momento de su nacimiento. Duns Scoto, afirmará que María será una persona verdaderamente redimida “por exención”, de manera excepcional y única desde el momento de su existencia, con lo que no contrajo el pecado original.
Juan Antonio Mateos Pérez

Este debate, llegará a su punto culminante en el siglo XVII, donde la monarquía española de los Austrias, claros defensores de la Cristiandad en su política internacional, incluirán como uno de sus objetivos primordiales, el dogma de la Inmaculada. Carlos V, más preocupado por la reforma protestante deja el asunto en manos de los teólogos, ya que las disputas entre maculistas (dominicos) e inmaculistas (franciscanos), llegaban incluso de forma enconada a las calles de las ciudades, ésto sólo ahondaría en la fisura entre católicos y reformados. El propio Concilio de Trento, estuvo más cerca de negar la doctrina que de aprobarla. Felipe II, defensor de la catolicidad, tenía por estandarte la Eucaristía pero, una fuerte corriente inmaculista estalla en Andalucía, con grandes ceremonias, procesiones y fiestas. Ante esta situación, junto a la Eucaristía, Felipe II defenderá también la Inmaculada Concepción. Para los siguientes monarcas, Felipe III, Felipe IV y Carlos II,  la proclamación como dogma de la doctrina, se va a convertir en la piedra angular de su política exterior en Roma. La correspondencia de Sor María de Ágreda con Felipe IV, hizo crecer en él la importancia de la María como intercesora y abogada de los designios de la monarquía. Los esfuerzos de la diplomacia tendrán su recompensa, cuando el 8 de diciembre de 1661, se consigue del papa Alejandro VII a bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, donde la fiesta de María se refería al primer instante de su vida y por tanto preservada de la mancha del pecado original.
Será en este contexto de exaltaciones y disputas cuando se realice la Inmaculada de Ribera. Y que se disparen los encargos de Inmaculadas en la ciudad de Sevilla y en toda Andalucía,  tomando como modelo la bellísima obra del “Españoleto”.  Es una de las obras culminantes en su género, para algunos, la Inmaculada más bella jamás pintada. Pero también una de las obras maestras del propio pintor, fue un momento de gran colorido, abandonando el tenebrismo gracias a la influencia de la pintura italiana. Toma como modelo y referencia las Inmaculadas de G. Reni y Lafranco, pero fundiendo visualmente la Inmaculada con la Asunción, María asciende a los cielos rodeada de un coro de ángeles. Representa esa hora dorada del mundo, según las visiones de Santa Brígida, donde Dios muestra a los ángeles a esa mujer sin pecado, reconociéndola como Reina del cielo.
De las inmaculadas tradicionales, mantiene lo símbolos de las letanías, que en el siglo XII, san Bernardo aplicó a la Madre de Dios unos versos del Cantar de los Cantares para reafirmar su pureza virginal (Tota pulchra), complementada con otros libros de la Biblia, como el de Eclesiástico, el Génesis o los Salmos. El libro del Apocalipsis (2,1) nos recuerda “la mujer vestida de sol suspendida sobre la luna y coronada por una constelación de estrellas”.
Ribera utiliza todos esos elementos iconográficos, representa a María con los cabellos sueltos resbalando sobre sus hombros, va vestida da con una amplia túnica blanca (elegida de Dios) cubierta con un manto azul (eternidad), con las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud devota, dando ese gesto una sensación de quietud, de inmovilidad, que contrasta con los vuelos del manto. Aparecerá sobre la luna (dominando el tiempo que está bajo sus pies), cercado de un color dorado y coronada de doce estrellas. El Padre entre nubes y ángeles, con el brazo derecho enérgicamente extendido en gesto de sumo beneplácito divino, y debajo el Espíritu Santo en forma de paloma con las alas extendidas en acusado movimiento ascensional. Entre las nubes, y alrededor de María, ángeles y querubines, alguno de ellos rodeados de los símbolos marianos, otros aparecen como suspendidos en el dorado del cielo. Qué símbolos nos propone Ribera: La Virginidad de María (hermosa como la luna llena, espejo sin mancha, fuente sellada, lirios blancos, ciudad amurallada, templo de Dios, huerto cerrado, ramo de olivo –árbol que conserva todo su verdor-); Pureza Inmaculada (luminosa como el sol, rosas, torre de David); intercesora de la humanidad (puerta del cielo, lucero de la mañana).
La obra refleja el amor de Dios a María, abrazando toda su existencia desde el comienzo. Este amor a María nos recuerda que cada hombre es también objeto de ese amor. Dios ama así a María porque quería que su hijo fuera hombre en una comunidad de humana a la que todos pertenecemos y, por la redención tenemos una garantía que su gracia y su amor, es más grande que nuestras limitaciones y pecados. Esto se refleja en María, una persona que no es Dios, pero a la que Dios se da a sí mismo, para convertirla en madre suya y de todos.  La Inmaculada Concepción significa que Dios rodea esa vida humana con fidelidad amorosa. No sólo significa un comienzo bienaventurado y puro, sino un final feliz y lleno de gracia para todos.
Reina, oliva, fuente, cedro,
azucena, ciudad, nave,
torre, paraíso, espejo,
trono, ventana, sol, Madre:
vos sois aquella niña
con que el Señor
el cielo y tierra mira.
(Lope de Vega, El tirano castigado, 1599)
Juan Antonio Mateos Pérez