viernes, 3 de enero de 2014

La mirada de Ulises: Heidegger y Pablo de Tarso




En la mirada de Ulises anterior intentamos profundizar en el pensamiento de Hannah Arendt, en ese cruce de caminos que nos lleva a Pablo desde el pensamiento, nos lleva a Martin Heidegger. Son muchos los pensadores que se han interesado por nuestro querido Pablo y debemos ir abordándolos según se van cruzando en nuestro camino.
Hannah Arendt y Martin Heidegger se conocieron en el año 1924, año en que Hannah, una joven judía se matriculó en la Universidad de Marburgo, asistiendo a las clases de filosofía de Heidegger. La relación entre ambos, durará medio siglo, como alumna, amante, amiga y defensora del filósofo en sus años más oscuros.
Unos años antes, en 1916, Heidegger estaba en Friburgo como ayudante del profesor Husserl. Aquí Husserl se reservaba la ardua tarea de explicar, desarrollar y dar a conocer los principios de la fenomenología, como base de su ontología formal. Pero a su vez, repartía entre sus alumnos más aventajados la aplicación de la fenomenología a diferentes campos de la realidad. Así Edith Stein, se encarga de elaborar una fenomenología de las formas sociales y el propio Heidegger, se encargó de una fenomenología de la vida religiosa. Esta se compondrá de dos lecciones y un borrador de otra que jamás dictará, lo importante es que en ellas se aprecia ya una distancia con respecto a su maestro Husserl.

Será en 1921, cuando dicte la lección de Introducción a la Filosofía de la religión, donde en ella tendrá un subrayado especial Pablo de Tarso, también otros autores cristianos, como San Agustín, Teresa de Ávila o el maestro Eckhardt. En esta obra quiere analizar la experiencia religiosa genuina, acudiendo a los fenómenos, a la experiencia de la vida. Heidegger considera que una experiencia religiosa genuina, la puede encontrar en el cristianismo primitivo y ahí, entra la figura de Pablo y sus escritos. Analiza la carta más antigua de Pablo, la primera carta a los Tesalonicenses, aunque también analiza otras cartas como la de los Gálatas o la carta a los Romanos, no sigue un orden cronológico. Estas cartas son tomadas no como documentos doctrinales, sino como documentos en la que se expresa la experiencia vital de Pablo.
Heidegger quiere analizar la experiencia originaria de Pablo de la vida fáctica, poniendo en relación su mundo propio, con el mundo circundante. En la primera carta a los Tesalonicenses, descubre lo peculiar de la vida la vida fáctica, el haber llegado a ser en Cristo, que quedaría co-experimentado con el haber llegado a ser cristiano. Para Heidegger la comunidad de Tesalónica, no lo vive como una alegría, sino como una tribulación. La tribulación forma parte de la proclamación evangélica y del ser cristiano. Esa factilidad atribulada, es por un lado ser aceptado, y por otro, aceptar. Junto a esto se produce también una especie de movimiento, un giro hacia Dios y a su vez, un giro que se aparta de los ídolos o dioses del paganismo.
Para Heidegger, el sentido referencial de la vida fáctica cristiana, está en la parusía, en la esperanza de la venida de Cristo. Toda la vida cristiana está atravesada por esta expectativa del final de los tiempos. El estar ante Dios, es estar a la expectativa de su venida, no de su eternidad. Esa temporalidad, es lo que llamó la atención a Heidegger, es un “tiempo oportuno”, un Kairós. Eso es la esencia de la vida cristiana, estar volcado a un futuro no determinado. Porque Cristo viene “por la noche, como un ladrón” (l. Tes.). Sólo el ser de Dios puede entenderse desde la temporalidad, en la expectativa de su venida.
Así, Dios, la verdad, no se muestra de golpe, como un misterio tremendo entre lo racional o irracional (R. Otto), sino en el tiempo, en la revelación a lo largo de la historia. Dicha revelación está muy vinculada con el devenir del pueblo al que se le ha manifestado el misterio divino. Ese pueblo manifiesta su apertura en el desvelamiento del misterio. Luego en obras posteriores, desde Identidad y diferencia o Tiempo y ser, ya desvinculado de las raíces paulinas y bíblicas, tendrá su culminación en el concepto hegeliano de Ereignis.
Es un concepto, como nos dice el profesor Modesto Berciano (Superación de la metafísica en Heidegger), clave en todo el pensamiento de Heidegger. No sólo tiene su origen en la lectura de San Pablo, sino en la obra de Aristóteles. No sólo significa el acaecer o el acontecer, Heidegger recurre siempre a juegos de palabras para explicarlo, como apropiarse o construir en lo propio, aunque podemos darle el significado de evento. Es relacionado por Heidegger con el silencio o la calma, también con el acaecer histórico contingente, no calculado, imprevisto, y al fin con un acaecer-destino. Es algo que viene, que llega, es lo eventual.

Siguiendo la obra de Moreno Claros, Martin Heidegger: el filósofo del ser, que cita la obra de Michael Inwood,  el filósofo tenía en mente a figuras como Pablo de Tarso, Agustín de Tagaste o a Martín Lutero, al pensar en el Dasein resuelto. Es un estar ahí, que de un sólo golpe vista y en ello afianza su resolución, lo torna consciente de su ser y de sus posibilidades. Todos ellos se resolvieron a seguir unos pasos determinados en su vida tras haber “visto la luz”, tras ese momento de lucidez y resolverse en una determinada manera de ser.
Bueno, por aquí van las cosas, no sé si mi lenguaje ha dejado algo claro o ha sido más oscuro, al menos lo he intentado. Creo va quedando un poco más claro la importancia de Pablo en la construcción de Occidente y en nuestra cultura. A lo largo de la historia, se han realizado numerosas exégesis de sus epístolas, la primera documentada es la de Orígenes y ha sido centro de estudios, no sólo teológicos, sino filosóficos en el siglo XX. Hemos alalizado a Hannah Arendt o Heidegger, pero, subrayamos algunos más: Karl Schmitt, Walter Benjamin y Ernst Bloch, Alain Badiou, Giorgio Agamben, Jacob Taubes, Franz Hinkelammert, Dussel, etc.