domingo, 18 de mayo de 2014
domingo, 11 de mayo de 2014
Imaginando los caminos de Pablo de Tarso: Anfípolis
Macedonia era un lugar de
paso obligado en los caminos de Pablo hacia occidente por donde pasaba la vía
Egnatia. Esta importante ruta fue construida por Roma alrededor del 146 a. C,
para comunicar las ciudades romanas del Adriático hasta Bizancio, cubriendo alrededor
de 1120 km. Por esta vía se pasaba por ciudades tan paulinas como Filipos,
Tesalónica, Berea, Pella, etc, así como la ciudad de Anfípolis, por la que pasa
según Hc 17,1. Llega a esta ciudad después de abandonar Filipos, sería
aproximadamente entre finales del año 49 y la primavera del año 50 d. C. Parece que no había sinagogas en esta ciudad,
ni en Apolonia, por lo que debió seguir camino hasta Tesalónica.
Era una ciudad importante
en la antigua Macedonia, situada cerca de la desembocadura del río Estrimón,
que casi la rodeaba, de ahí su nombre. Fue fundada en el siglo V a. C por
Atenas. Cuenta Tucídides que será un lugar significado en la guerra del
Peloponeso, un lugar disputado por Atenas y Esparta. Cuando es conquistada por
el rey espartano Brasidas, lo que supuso una importante derrota para Atenas.
Tucídides que no pudo impedirla, fue condenado al exilio, y allí nos legó a la
posteridad su magna obra, Historia de
la Guerra del Peloponeso. En una
nueva expedición ateniense al mando de Cleón, que fracasa de nuevo, aunque
muere junto al rey Brasidas en la batalla bajo los muros de la ciudad. Anfípolis,
conservó así su independencia, que mantuvo hasta el reinado de Filipo II, a
pesar de las nuevas tentativas atenienses, debidas principalmente al gobierno
de Calístrato.
No sólo fue importante la
participación de Tucídides en la batalla de Anfípolis, sino del ilustre
Sócrates. En ella destacó por su coraje, al salvar la vida del Alcibíades, así
lo cuenta Platón en el Banquete.
Filipo II la conquistará,
aunque no pasará inmediatamente a formar parte del reino Macedónico, conservando
una cierta autonomía institucional. Cercana al monte Pangeo, lugar donde el rey
macedonio se abastecía de oro para pagar sus campañas militares. Bajo el
reinado de Alejandro Magno, fue una importante base naval, donde salieron
varios de sus célebres almirantes. Cuenta la peregrina berciana Egeria, que
cuando caminaba por la calzada que llevó a Pablo a Tesalónica, divisó en la
ciudad la imponente estatua del León que Laomedón, almirante de Alejandro
Magno, mandó erigir como monumento funerario. Continuaba su relato Egeria, que
disfrutó de bella ciudad y de las vistas del río Estrimón.
Hace dos años, un equipo
de arqueólogos ha encontrado en la ciudad, un recinto circular que encierra un
gran túmulo, en el que se cree que yacen los restos de Roxana, esposa de
Alejandro Magno, y su hijo de 12 años. Según la leyenda, habían sido condenados
al ostracismo después de la muerte de Alejandro. Allí, Alejandro IV, de doce
años de edad, y su madre Roxana fueron asesinados. La tradición dice que las
dos víctimas fueron enterradas en Anfípolis, pero no hay evidencias hasta ahora
que lo prueben, a pesar de las excavaciones.
En el 168 a C. fue
conquistada por los romanos en la batalla de Pidna, convirtiéndola en una
ciudad libre, siendo una de las cuatro capitales en las que dividieron el reino
de Macedonia.
No se sabe mucho de los
primeros cristianos de la ciudad, parece que fue un obispado sufragáneo de la
ciudad de Tesalónica. Pero sí hay restos de importantes Basílicas de
los siglos V y VI d C., adornadas con ricos pavimentos de mosaicos y una
cuidada escultura arquitectónica con capitel con prótomes de carnero, así como
una iglesia de planta central, hexagonal, que recuerda la de la San Vital de
Rávena.
sábado, 10 de mayo de 2014
domingo, 4 de mayo de 2014
La mirada de Ulises: Simone Weil y Pablo de Tarso
Hace tiempo que no escribo en el blog, no sólo ha sido falta
de tiempo, a veces no nos salen las palabras, nos vemos en una encrucijada de
caminos desde el pensamiento y nos sentimos perdidos. Es cierto, te pones a
escribir y te salen las palabras de un tirón, pero los maratones no dan tiempo
para detenernos y elogiar momentos de lentitud.
Todo se mueve a gran velocidad,
contamos nuestra existencia por la eficacia y no dedicamos tiempo a lo que nos
llena, a lo que en apariencia no sirve para nada. Como por ejemplo contar algo
sobre el mundo, nuestro ser, Pablo, Jesús, nuestra fe. Vamos deprisa, tantas
clases, ahora a leer, a catequesis, reuniones, convivencias, de nuevo a clases,
corregir exámenes, preparar presentaciones, hacer resúmenes, escribir la
revista, artículos, etc. El cuerpo como la mente, nos recuerdan constantemente
que el ritmo de la vida gira vertiginoso, descontrolado. Necesito estos momentos para hablar de Pablo,
del sentido de nuestra fe, del sentido de nuestro ser. Cuando queremos elogiar
la lentitud en un mundo que no te deja pensar, sentir, respirar, se puede
resumir en una palabra: equilibrio. La maravillosa sensación de pensar tomando
un café, de plasmar lo pensado e investigado en un papel, en un blog.
Esa maravillosa indiferencia del
instante, es un elogio del ocio, de la lectura lenta, de la investigación con
sentido, de pasear por las calles, de buscar lo esencial. Al acercarme al lomo
de los libros, del teclado de mi ordenador, escucho susurros en voz baja. A
veces incluso releo libros ya conocidos y me emociona de nuevo esa historia,
ese relato que habla de mujeres y hombres, de la vida, de lo esencial de la
existencia y necesito escribir. No me apetece ir con los tiempos, quiero parar
el mundo y pensar, escribir y volver a pensar, el pensamiento como plegaria,
nadando a contracorriente, cultivar el espíritu, peregrinar por el alma, profundizar
en el aroma de lo sagrado y disfrutar de una buena soledad.
Pero no quería hablar de la
lentitud, sino de Simone Weil, una mujer a la espera de Dios. Albert Camus
pensaba que la construcción del pensamiento europeo y el germen de la nueva
Europa, sería impensable sin Simone
Weil. Primero, unas palabras sobre esta mujer. Nace en París en el año 1909,
educada en la enseñanza laica francesa y por voluntad de sus padres, en un
alejamiento del mundo religioso, a pesar de ser judíos. Su hermano André,
dotado de una capacidad para el estudio, al igual que Simone, se convertirá en
uno de los más afamados matemáticos del siglo XX, con aportes a la geometría
algebraica y a teoría de los números. En 1931, Simone Weil era ya catedrática
de filosofía en el instituto de Le Puy. En los años de estudiante en la Normal,
se afiliará a los sindicatos proletarios, aunque siendo profesora del instituto
de Le Puy, llamaba la atención que repartiera la mitad de su sueldo con pobres
y parados, a la vez que participaba en las luchas y reivindicaciones sindicales
con los obreros. Aunque su verdadera experiencia de lo que era un obrero, la
experimentará en 1935, cuando ingrese como peón fresador en la fábrica de
coches Renault, abandonando momentáneamente su puesto de profesora. Confesaba
después de su experiencia que allí experimentó el sello de la esclavitud, que
no la abandonaría nunca, considerándose siempre como una esclava.
Como muchos jóvenes idealistas,
en el año 1936 se afilia en las Brigadas Internacionales y participa en la
Guerra Civil española, viendo en ella un preludio del fascismo que como una
sombra había oscurecido Europa. En Barcelona se integra en las milicias de la
CNT, pero quedará horrorizada por los asaltos a iglesias y los fusilamientos de
clérigos, le recuerdan las matanzas de obreros por Stalin en los procesos de
Moscú. No puede entender ese desorden, cuando sus camaradas deberían luchar por
la eliminación de la barbarie y de la violencia. Llega a la conclusión de que
todo ser humano, explotador o explotado, está sometido por igual a una necesidad
brutal que se manifiesta en la forma de
la repetición del mal. Su breve experiencia de la Guerra Civil Española
significó un punto de inflexión en sus futuras reflexiones, en las que despuntan
cuestiones metafísicas y religiosas, que darán paso a lo que se ha denominado la
“fase religiosa” de su pensamiento:
la lucha contra la injusticia, contra la repetición del mal, ésta no puede ser
sostenida exclusivamente en acciones inspiradas en conceptos políticos. Pronto
será evacuada a París, al quemarse una pierna con aceite hirviendo de una
sartén, posiblemente vio que no había bando justo o injusto en las guerras,
todas son injustas. Cada ser humano utiliza el poder contra el otro y sufre
bajo el poder del otro y en la lucha por el poder todos los seres humanos se
parecen entre sí y son cómplices.
Seguimos para este pequeño apunto
biográfico la introducción a “La gravedad y la gracia”, Simone Weil.
Traducción, introducción y notas de Carlos Ortega. Publicado por Editorial
Trotta. (Colección Estructuras y Procesos, serie religión, Madrid, 3ª ed. 2001).
Para el pensamiento político de Simone Weil, seguimos Adela Muñoz Fernández, “Política
y religión en la obra tardía de Simone Weil” en Reyes Mate, Nuevas Teologías Políticas. Pablo de Tarso
en la construcción de Occidente. Barcelona, Anthropos Editorial, 2006.
Al año siguiente, en la primavera
de 1937, viaja a Italia y en Asís tiene una experiencia religiosa profunda, su
biógrafos la califican de mística. Experiencia que también tendrá al año
siguiente en 1938, viviendo la semana Santa en la abadía benedictina de
Solesmes, experimenta un giro en los asuntos de su vida y la materia de su
obra, algunos hablan desde aquí de “conversión”, llegando a decir “el pensamiento de la pasión de Cristo entró
en mí de una vez para siempre”. La lectura de un poema de G Herbert
desencadena lo que ella llama “un contacto real”: “el propio Cristo bajó y me tomó”. Y meses después afirma: “…, en un momento de tremendo dolor físico, y
mientras me esforzaba por amar… sentí… una presencia más personal, cierta y
real que la de un ser humano” (“Autobiografía”).
Tuvo relación con el fraile dominico Joseph-Marie Perrin y con el Padre
Couturier, sacerdote presentado por Jacques Maritain. Acude asiduamente a
ceremonias religiosas y leerá autores místicos, con lo que empieza armonizar la
cultura clásica con el cristianismo. Se resistirá al bautismo, es una actitud
intelectual y por un exceso de materialidad y riqueza que veía en la Iglesia. Toda
su vida anduvo buscando ese momento del encuentro entre la perfección divina y
la desgracia de los hombres. Todo conocimiento de la verdad pasa por la
experiencia de la desgracia, cualquier acercamiento al misterio del Bien y de
la Belleza deberá contemplar el no perderle la cara al sufrimiento y a la
desgracia allí donde acaezcan.
En un mundo en guerras, donde el
hombre había perdido todo el sentido, la vida no valía nada, ahí estaban los
campos de concentración o las matanzas obreras en el mundo stalinista, Simone
Weil descubre el concepto de la Gracia. Posiblemente el universalismo de Pablo
influyó en esta idea, también el universalismo estoico, incluso la idea del
bien escrita en lo más profundo de nuestra alma de Platón. Como no olvidar ese
himno del amor de Pablo, es un amor sin límites, un amor que no es de este
mundo, pero que llena y da sentido al mundo. El amor es la imagen de Dios que
da a su Hijo para la salvación de todos los hombres, sin mérito (Rom 5,6). Es un
amor Universal, sin barrera, sin categorías de raza, sexo (Gal 3, 28). El amor
al prójimo es la plenitud de la ley y el compendio de toda vida moral (Gal 5,
14; Rom 13,9). El amor al prójimo es imitar el amor de Dios. Es importante no
perder de vista el amor de Dios que nos trasmite Pablo. Éste es el principio de
la llamada al amor de Pablo: ha descubierto que el amor concreto, vivido por
Jesús, se abre como fuerza unificadora hacia todos los humanos. Esta es su
experiencia radical. Eso era entendido y vivido por los otros cristianos de
todo el mediterráneo. Pero sólo Pablo pudo formular este principio de
universalidad en el amor de una manera teórica y práctica, desarrollando una
teología e impulsando un movimiento eclesial que vincula ya todos los humanos.
A partir de aquí seguimos el artículo
de Adela Muñoz, aunque introduciremos algún elemento de la obra de Simone Weil,
“La gravedad y la gracia”. El Universo se ha regido por dos fuerzas, la
necesidad (gravedad) y la gracia (la
luz) y ambas fuerzas son excluyentes. En cuanto a la necesidad, es seguir ciegamente la «ley natural». La filósofa describe
esta ley a través de dos características: a) la expansión del poder y b) la
propagación del dolor. En la medida en que el ser humano actúa motivado por
estas dos características que definen la ley natural, está actuando inspirado por
la necesidad. Esta ley natural se nos presenta primeramente como una lucha
constante por el poder. Cuando nos guiamos por la necesidad, es natural que
el fuerte someta al débil, donde falta la gracia, el equilibrio, no hay
posibilidad alguna para la justicia, sólo para la ley del más fuerte. Es la
justicia de los vencedores. Se puede
resumir la acción inspirada en la necesidad como la obsesión por dominar al
otro. Y la forma más brutal de dominar al otro consiste en hacer que sufra en
mi lugar, es decir, en transferirle mi propio dolor. El otro debe cargar ahora
con mi sufrimiento pasado. Esto nos lleva a la desacralización del otro,
puesto que nada significa, puede transferirle todo el dolor sin remordimientos.
Desde el momento que decidimos que la vida del otro no vale nada, quitársela es
lo más natural del mundo. Esto es tan automático, tan natural, que sólo una
fuerza sobrenatural podía impedirlo, aquí entra en escena la gracia.
La ley natural es lo que se
impone, es raro acciones de generosidad y compasión. Pero la gracia impide
imponer la ley natural, el poder sobre el otro y transferir el dolor. La
diferencia esencial radica en la distinta percepción del otro. Quien actúa
motivado por la necesidad percibe en el otro solamente o bien un competidor o
bien una presa, en ambos casos ve a alguien a quien no considera digno de
respeto. Quien actúa motivado por la gracia, por el contrario, percibe en el
otro un ser digno de respeto y atención.
Para Simone Weil, glosando en esto
un versículo de san Pablo (Filp 2,7), Dios se vacía en la creación, y dota a
sus criaturas de una falsa divinidad
de la que éstas a su vez habrían de vaciarse para que la creación tuviera por
fin cumplimiento. En la estela de ese movimiento que describen el abandono y la
restitución, la única forma de relacionarse justamente con Dios es «actuar como esclavo, mientras que se
contempla con amor...». Sólo manteniéndonos en el vacío, en el
desequilibrio natural, es posible que lo imposible suceda. Un equilibrio de
orden superior, sobrenatural, colma de luz el vacío, ese orden es la gracia.
Así el vacío es un estado del alma, donde puede penetrar la luz sobrenatural,
la luz que colma el vacío, esa es la gracia. Así, Simone Weil, nos inicia en
una mística del vacío para llegar a la gracia. Simone Weil trata de expresar
con palabras de san Pablo uno de los conceptos claves de su pensamiento: la
creación es simultáneamente un acto de generosidad y de negación o renuncia.
Por ello propone también en el ser humano, actos de vaciamiento, ya que amar la
verdad es soportar el vacío, para que lo sobrenatural pueda colmar ese espacio.
Pero, la gracia es caracterizada
como algo excepcional, pero la posibilidad de actuar inspirándose en ella está
al alcance de todos, esto es, no tiene absolutamente nada de excepcional. Insiste
en que, puesto que la aspiración al bien está presente en todo ser humano «sin
ninguna excepción», todo individuo está capacitado para actuar inspirado por la
gracia. Para solucionar la paradoja, entre la ley natural y la gracia, propone educar
a los niños en la gracia, o lo que es lo mismo, en la «atención hacia el otro». Solamente actuando inspirado por la
gracia puede impedirse la brutalidad, por ello éste es “el único principio de justicia en el alma humana”.
Desde esta experiencia religiosa
y metafísica, podemos dar un salto a lo político, esa inspiración que tanto
llamó la atención al pensador A. Camus, y que vemos también en otros grandes pensadores
del siglo XX. Un gobierno justo sería aquél, afirma Simone Weil, en el que
estuvieran integrados tanto el más fuerte como el más débil, tanto el vencedor
como el vencido. Donde no hay fuerzas equilibradas, no hay posibilidad alguna
de justicia. Todo ser humano es intermediario entre el más débil y el Bien
Absoluto, por lo tanto, el yo no es
originalmente un sujeto de derechos, sino un sujeto de obligaciones hacia el
otro. El concepto de “sujeto” surgido de la modernidad europea ha
contribuido a concebimos primeramente como un sujeto «receptor de derechos» y
solamente en un segundo plano como un sujeto «responsable de tener obligaciones
hacia el otro». La perspectiva aquí es muy diferente, al afirmar que el ser
humano es primeramente un sujeto de obligaciones, como opina la filósofa,
estamos de hecho afirmando que «soy yo quien le debe al otro» sus derechos; resulta
una acción desde mí hacia el otro. Esto es un giro copernicano, tal como hoy
entendemos los derechos, sobre todo los sociales. Para un gobierno es más
cómodo reconocer los derechos, trabajo, vivienda, que no la obligación de estos
derechos. El gobierno declina la responsabilidad de la pobreza de grandes capas
de la población. Simone Weil, nos ha dado una pista muy importante en el
concepto de justicia y derechos humanos.
Quisiera acabar con el propio
pensamiento de Simone Weil, que nos
llama a una tarea pendiente y urgente que es llevar a cabo una crítica del
concepto mismo de Derecho y promover el concepto de «obligaciones universales».
Tener obligaciones hacia el otro significa atender a sus «necesidades vitales»,
sin las cuales su vida física y espiritual correría un grave riesgo. La primera
Declaración de las Obligaciones Universales del Ser Humano data de 1997 , aparecen
casi 50 años después y recogen esta advertencia de nuestra autora y concluye
que una sociedad democrática debe atender por igual tanto a los derechos, como
a sus obligaciones.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)