lunes, 25 de agosto de 2014

“Cristo ha hecho de dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba” (Ef 2, 14)



29, julio, martes: ESTAMBUL
(“Lugar de encuentro de oriente y occidente”)
“Cristo ha hecho de dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba” (Ef 2, 14)
Visita al Palacio de Dolmabache – Paseo en barco por el Bósforo – Almuerzo (restaurante frente al Mar Negro) –– Visita detenida a San Salvador in Chora – Iglesia Pammakaristos –


La primera visita de la mañana fue el palacio de Dolmabahçe, pero antes de comentar alguna cosa de este palacio de Estambul, partimos del libro del peregrino, página 62 - 65, de la primera oración del día.
“Cristo ha derribado el muro que separaba dos pueblos”
(Ef 2, 14)
Ambientación
Estambul es una ciudad singular: con una parte de su territorio en Europa y otra parte en Asia, es punto de encuentro de dos continentes; que es tanto como decir, de dos mundos, con historias, culturas y modos de ser muy distintos. De esta forma, se presenta hoy ante nosotros como una parábola, que nos invita a reflexionar sobre el proyecto que Dios ha ido desarrollando en “la Historia de la Salvación”, para reunir a todos los pueblos.
En la lectura y comprensión de esta Historia de Salvación tuvieron un papel decisivo unos personajes históricos concretos que identificamos con el nombre de “Santos Padres”. A su memoria añadimos agradecidos los nombres de todos los Santos Padres que nos transmitieron una fe sabiamente enriquecida por su reflexión y su santidad.

Palabra de Dios
“Vosotros, los paganos de nacimiento, los llamados incircuncisos por los que pertenecen a la circuncisión, recordad que en otro tiempo estuvisteis sin Cristo, ajenos a la
Alianza y su promesa, sin esperanza y sin Dios. Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos, os habéis acercado.
Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo destruyendo el muro de enemistad que los separaba. Él ha anulado, en su propia carne, la ley con sus preceptos y normas. Él ha creado en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz. Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad.
Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos y paz también para los que estaban cerca; porque gracias a Él unos y otros, unidos en un solo Espíritu, tenemos acceso al Padre. Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios. Sois familia de Dios, estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular, en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor, y en quien también vosotros vais formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de Dios.”
(Efesios 2, 11-22)
El Palacio de Dolmabahçe fue el primer palacio de estilo europeo (neobarroco) en Estambul. Fue construido en tiempos del sultán Abd-ul-Mejid I, entre 1843 y 1853, con un coste de cinco millones de libras de oro otomanas, el equivalente de treinta y cinco toneladas de oro. Catorce toneladas fueron usadas únicamente para adornar el techo en el interior del palacio. La mayor araña de cristal de Bohemia, un regalo de la reina Victoria, está en la estancia central. La araña tiene setecientas cincuenta lámparas y pesa cuatro toneladas y media. El Dolmabahçe tiene la mayor colección de candelabros de cristal de Bohemia y Baccarat; también la Escalinata de Cristal posee balaustres de cristal de Baccarat. Bueno ya lo vimos, un exceso. Como buen admirador.

Abd-ul-Mejid I, sucedió en el trono a Mahmut II. Destaca a su llegada al trono la realización, en 1839, de la carta de Gulhané por la que se otorgaba la igualdad a todos los súbditos civiles del imperio. Con ello el Imperio entra en una época de reformas (Tanzimat), con reformas en el campo de la justicia, las finanzas, la administración y el ejército. Como buen admirador de occidente, no sólo amuebla a la europea el palacio, sino que rompe hábitos, normas y protocolos tradicionales, promovió también la moda europea en el vestido, donde pantalones y calzados occidentales, sustituirán a túnicas y turbantes.

El sitio de Dolmabahçe fue originalmente una bahía en el Bósforo que fue utilizado para el anclaje de la flota otomana. La zona fue recuperada gradualmente durante el siglo XVIII para convertirse en un jardín imperial, muy apreciado por los sultanes otomanos. Se construirán pequeños palacios de verano y pabellones de madera se durante los siglos XVIII y XIX. Anteriormente, el sultán y su familia habían vivido en el Palacio de Topkapi, pero como era un palacio medieval y carecía de un estilo moderno, de lujo, y confort, en comparación con los palacios de los monarcas europeos, Abd-ul-Mejid I decidió construir un nuevo palacio moderno cerca del sitio del antiguo Palacio Beşiktaş, que fue demolido. El proyecto fue realizado por los arquitectos Garabet Balyan , su hijo Nigoğayos Balyan y Evanis Kalfa, miembros de la familia Balyan, arquitectos de la corte otomana. Los enormes gastos, supusieron una enorme carga para las arcas del Estado y contribuyó al deterioro de la situación financiera del Imperio Otomano que finalmente se deslizó en la bancarrota del Estado.
El Palacio de Dolmabahçe fue el hogar de seis sultanes desde 1856, cuando fue habitada por primera vez, hasta la abolición del califato en 1924. El último rey de vivir aquí era califa Abdülmecid Efendi. Una ley que entró en vigor el 03 de marzo 1924 transfirió la propiedad del palacio al patrimonio nacional de la nueva República de Turquía. Mustafa Kemal Atatürk, el fundador y primer presidente de la República de Turquía, utilizó el palacio como residencia presidencial durante los veranos y promulgaron algunas de sus obras más importantes aquí. Atatürk pasó los últimos días de su tratamiento médico en este palacio, donde murió el 10 de noviembre de 1938.

El diseño del palacio contiene eclécticos, donde se mezclan el barroco, rococó y neoclásico, con la tradicional arquitectura otomana para crear una nueva síntesis. El diseño palacio y decoración reflejan la creciente influencia de los estilos europeos y las normas sobre la cultura y el arte otomano. El palacio se divide en tres zonas. Por un lado, el Mabeyn-i Hümâyûn (o Selamlık; las habitaciones reservadas a los hombres), el Muayede Salonu (las habitaciones ceremoniales) y el Harem-i Hümâyûn (el Harén; que incluía los apartamentos de la familia del Sultán). La zona del Palacio abarca 45.000 m² (11,2 acres) y posee 285 habitaciones, 46 salones, 6 cuartos de baño (hamam) y 68 toilets. La famosa Escalinata de Cristal tiene forma de doble herradura y fue construida con cristal de Baccarat, latón y caoba. El palacio tiene gran número de alfombras de Hereke, elaboradas en la Fabrica Imperial de Hereke.

Una visita al Palacio Dolmabahce comienza en el Salón Medhal. Las habitaciones principales de la Medhal dan tanto  hacia el mar y como al interior. Las habitaciones que dan al mar fueron utilizados por los líderes otomanos funcionarios, el Gran Visir y los otros ministros de Estado, mientras que las habitaciones que dan al interior, fueron utilizados por varios administradores del palacio y el Estado.
Los huéspedes, tenían primero esperar en esta sala y, luego se les conducía dentro en el momento adecuado por un oficial de protocolo de palacio. Al entrar en la Medhal, uno ve las tablas Boulle en ambos lados de la sala, que llevan el monograma del sultán Abdülmecid en la parte superior. El monograma real del sultán también está en la chimenea. La araña que cuelga en el centro de esta sala, tiene sesenta brazos.

La segunda habitación después de la Medhal a la derecha es el Salón de la Secretaria, también se la conoce como la Sala de mosaico. La pintura más grande que se encuentra en el palacio está en esta sala, es una representación de la Procesión Surre,  por Stefano Ussi. Surre se utiliza para referirse a las caravanas que viajaban de Estambul a La Meca durante el mes religioso Ramadán.

Desde allí, fuimos a dar un paseo en barco por el Bósforo. El Bósforo es un estrecho que conecta el Mar Negro con el Mar de Mármara, separando Estambul en dos partes: la europea y la asiática. La longitud total del estrecho es de 30 kilómetros y la anchura va desde los 700 metros hasta los casi 4 kilómetros de la salida al Mar Negro. Para cruzar el estrecho hay dos puentes: el Boğaziçi (al sur) y el Fatih Sultan Mehmed (al norte). Ambos tienen una longitud muy similar de algo más de un kilómetro. La encrucijada de mares y continentes que confluyen en el estrecho del Bósforo fue determinante a la hora de establecer la ubicación de Constantinopla. 

Partimos viendo la ciudad histórica con la silueta de sus mezquitas y Santa Sofía, según nos adentramos, hacia el Mar Negro, los 30 kilómetros del estrecho se convierten en un verdadero espectáculo en el que se combinan fastuosos palacios (Yalis) construidos por la elite otomana durante los siglos XVIII y XIX, jardines exuberantes, casas muy bien puestas, así como pequeños pueblos que parecen continuar la ciudad. Pasamos de nuevo por el Palacio de Dolmabahçe,  y nos sorprendió el barrio de Ortakoy, con su atractiva mezquita junto al mar. El crucero llegó hasta el castillo de Rumeli Hisari.

A la vuelta, con Estambul al frente, ANTONIO, como buen rapsoda, recitó como nadie el poema de Espronceda. La canción del pirata. Todos la sabemos de memoria, pero meditada, nos recuerda esa ansia de libertad personal y la figura del ser humano pleno en su holgura vital. 

Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allá a su frente Estambul:


-Navega, velero mío,
sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
la belleza

sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río:
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.



Y del trueno
al son violento,
y del viento,
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.



Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.








Junto a las murallas de Estambul, siguiendo la anarquía de las calles, en un desorden resistente a cualquier clasificación, nos encontramos con un lugar realmente bello y con una gran profundidad teológica en su representación pictórica y estética. Allí pudimos contemplar uno de los más bellos ejemplos de Iglesia bizantina que pueda contemplarse en la actualidad, el monasterio de Salvador de Cora (hoy sólo iglesia) o del Campo, ya que la iglesia estaba en un principio extramuros de la ciudad de Constantinopla. Después de santa Sofía, san Salvador es uno de los grandes espacios cristianos y artísticos de Estambul. Es considerado como el culmen de la teología iconográfica de la resurrección, junto al icono de la Trinidad de Andrej Roublëv.


 La primitiva iglesia estaba formada por una única planta cuadrada, con un nártex y un ábside semicircular. Teodoro Metoquita le hizo añadir el exonártex y el parakklesion, encargando también la decoración de mosaicos y frescos, que fueron realizados entre 1305 y 1320. El autor fue ministro de Andrónico II, un gran humanista, maestro Gregorás y uno de los mayores partidarios de la unión entre la iglesia católica y ortodoxa. Teodoro Metoquita, que se hace representar en el tímpano del nártex ofreciendo la maqueta del proyecto a la Virgen y con la cabeza cubierta por un gran gorro oriental que llevaba el distintivo de su cargo. Al restaurar el monasterio de Cora, incluirá un hospital y un comedor de beneficencia y se construirá su propio palacio al lado. Pero no queda nada del palacio, ni del monasterio, sólo la iglesia, hoy convertida en museo.
La Anástasis (resurrección),  parece que está influido por los doce capítulos del descenso de Cristo a los infiernos, refundidos con las actas de Pilatos, dando lugar al evangelio de Nicodemo. Los pocos textos del canon, son escasos y difíciles de interpretar (1 Pe 3,19s.; 4,6; Ef 4,9; Rom 10,7; Mt 12,40; He 2,27.31). El Speculum historiale de Vicente de Beauvais y la Leyenda Dorada difundieron el relato del Evangelium Nichodemi en época bajomedieval. El descenso a los Infiernos, fue un tema de reflexión y de utilización en la liturgia medieval, sobre todo la Oriental, le concede un gran protagonismo en el oficio del sábado santo y en la liturgia dominical. Pero no faltan referencias al tema en Occidente, sobre todo liturgia galicana e hispánica son especialmente ricas en referencias al misterio de la bajada al infierno. El viejo rito hispano multiplica las menciones en las oraciones eucarísticas del tiempo pascual y en los ordines de la liturgia funeraria.


En estas obras finales de Salvador in Cora, se optó por el fresco, bastante más barato, pero con una gran riqueza cromática y un dibujo muy cuidado que reflejan una enorme emotividad. Expresan movimiento y hay una ausencia de frontalidad de otras épocas, con lo que muchos autores las han comparado, con lo que en ese momento estaba produciendo Guiotto en la capilla Scroveni de Padua.
El tema de conjunto de la iglesia era la salvación de la humanidad, que se manifiesta principalmente, en los milagros de Jesús, en el Juicio Final, y sobre todo en la Anástasis, que preside el ábside. Jesús con túnica blanca, rodeado de una luminosa mandorla, en medio de la oscuridad, toma de las muñecas Adán y Eva, sacándolos del Sheol, rompiendo las puertas del infierno y llevándolos hacia la vida.
Un autor ortodoxo (O. Clement) comenta este icono: “Cristo desciende a los infiernos para destruirlos; es de una blancura relampagueante, pero ahora ya no está en el monte de la transfiguración sino en el abismo de la angustia y de la asfixia tenebrosa. Uno de sus pies, con un gesto de increíble violencia, rompe las cadenas de este mundo. La otra pierna, con un movimiento de danza, de nado, empieza ya a subir de nuevo, como el nadador que después de haberse zambullido en el fondo,  toma fuerzas para regresar al aire y a la luz. Pero es Él el aire y la luz. El aire y la luz son irradiados en su rostro en el fulgor del Espíritu Santo y ahí está su gesto liberador: con cada mano Cristo agarra al Hombre y a la Mujer. Y no por la mano, porque la salvación no se negocia, se da. Así, los arrastra fuera de sus tumbas. Ninguna sombra, todo rostro tiene la luz del infinito…, ninguna separación, todos los rostros son llamas del mismo fuego. Y la finalidad no es la de conseguir la inmortalidad del alma, porque inmortales ya son las almas en el infierno. Cada rostro es de esta tierra, pero de esta tierra que ya ha sido plasmada con el cielo…”
Toda experiencia religiosa, tiene su mejor expresión en la razón simbólica. Es cierto, es una labor de traducción de algo que nos transciende, de lo intraducible, de lo indecible. Pero es uno de los mejores medios para expresar la experiencia humana con lo transcendente. Un ejemplo de esto está, en la excelente interpretación de la bajada a los infiernos que nos realizó el J. Ratzinger, en obra Introducción al Cristianismo. En la revelación cristiana habla el Dios de la palabra, pero también el Dios del silencio. El teólogo interpreta como la bajada de Jesús a la soledad radical al afrontar lo más recóndito de la existencia humana, la muerte real. Nos recuerda que el silencio de Dios, es parte de la revelación. Estamos acostumbrados al Logos, Dios es palabra, pero con eso no hemos de olvidar la verdad del ocultamiento permanente de Dios, sólo si lo experimentamos como silencio, podemos esperar escuchar un día su palabra que nace del silencio. La muerte es la soledad absoluta, es una puerta por la que tenemos que pasar solos. Así se comprende que la palabra Sheol, en el Antiguo Testamento se utiliza tanto para designar la muerte como el infierno. No es el mundo del no ser, es el mundo de la muerte ¿Pero qué es la muerte? Nadie lo sabe. En el grito de Jesús en la cruz o en su pasión en el huerto, no nos habla sólo del dolor físico. Más allá de ese dolor físico, está ese abismo de la muerte, donde se vive la más angustiosa soledad, el completo abandono, donde no llega ninguna voz, es lo más alejado de la vida. Es la región de la angustia, donde el ser del individuo choca con lo imposible, la imposibilidad de ser, de la soledad radical.
El hombre en su esencia, no puede estar solo, necesita compañía, es un ser social. En su soledad más profunda, el hombre tiene miedo, no de algo, se angustia en su propia soledad, tiene miedo de su propio ser, al terror de la historia, a la inseguridad de su existencia. Miedo que no se puede superar con la propia razón. Sólo se puede vencer, con la presencia de alguien que le ama.  Si en su soledad y abandono, nadie pudiera dirigirle una palabra, una mirada, una mano tendida de amor, estaría en una auténtica soledad radical. Esa soledad, se podría perfectamente llamar infierno. Sólo hay infierno en el encerramiento en sí mismo, en los egoísmos y en los abandonos de sí. En lo más profundo de nuestra existencia mora el infierno, la desesperación, la soledad inevitable y terrible. En esa soledad, el amor, la palabra no pueden entrar. La muerte, es la puerta definitiva, donde ni palabra, ni amor son posibles de forma irreversible.
En la cruz y con el grito terrible, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, Jesús supera esa soledad radical e irreversible, la noche oscura y terrible del espíritu, el desgarramiento del corazón, la duda más profunda y la tremenda tentación de la desesperación. De su corazón surge una oración, el inicio del salmo 22, en el que Israel doliente, torturado y humillado le grita a Dios con desesperación su desgracia. En su pasión Jesús penetró en el abismo de nuestro abandono, bajó al sheol, a los infiernos, y llevó la palabra allí donde no hay voz. Con él lleva a Adán y a Eva, símbolos de la humanidad entera, la muerte deja de ser infierno  y ahora mora el amor y la vida. La bajada de Dios al silencio, al oscuro silencio de la ausencia, ya no conduce a la soledad y al sinsentido. Con la muerte de Jesús, se han abierto las puertas del Sheol, se han abierto los corazones, se han abierto las sepulturas, en ellos habita el amor y la esperanza.
Me dices que ansías
mi soledad
cuando soy yo el que ansía
la tuya.
Suponemos que en nuestras soledades
escuchamos voces llenas de secretos,
músicas turbadoras que nos llevan
el uno al otro.

Pero la soledad es una música
que duele:
nos araña la mente y nos llena
de sed el alma,
y nos aleja
y nos aleja
Antonio Colinas, “Signos de la piedra XIV” de u obra Canciones para una música silente. Madrid, Siruela, 2014.


La Iglesia de Pammakaristos, también conocida como Iglesia de la Bienaventurada Madre de Dios (Theotokos Pamakaristos), se convertirá posteriormente en Mezquita después de la Conquista turca y hoy día es en parte museo. El paraclesion (capilla lateral anexa) constituye una de los ejemplos más sobresalientes de la arquitectura del tiempo de los emperadores Paleólogos y contiene la mayor cantidad de mosaicos bizantinos en Estambul después de Santa Sofía y la iglesia de San Salvador in Cora.


La mayoría de los estudiosos coinciden en que la iglesia fue construida entre los siglos XI y XII. Muchos historiadores y arqueólogos consideran que la estructura original del templo puede atribuirse a Miguel VII, Ducas (1071-107), mientras que otros retrotraen su fundación al período de los emperadores Comneno. Incluso se ha sugerido la existencia de una iglesia anterior, del siglo VIII. En tiempo de los primeros emperadores Paleólogos se añadió por el lado sur un paraclesion o capilla lateral dedicado a Cristo como Verbo (Christos ho Logos). El pequeño santuario fue erigido poco después del año 1310 por Martha Glabas en recuerdo de su difunto esposo, Miguel Tarchaniotes Glabas, general y protostrator del emperador Andrónico II Paleólogo. Una elegante inscripción dedicada a Cristo, escrita por el poeta Manuel Files, recorre el interior y el exterior de la capilla.

Después de la conquista de la ciudad en 1453, la iglesia fue utilizada como un convento de monjas y luego se convirtió en la sede de Cristiano Patriarcado Ortodoxo desde 1455 hasta 1587. En 1590, la iglesia Pammakaristos se convirtió en una mezquita con el nombre Fethiye (conquistador), en Para conmemorar la conquista de Georgia y Azerbaiyán por los otomanos bajo el reinado del sultán Murad III durante la guerra de Irán.

El edificio original era una iglesia de una nave principal, con dos deambulatorios laterales, tres ábsides y un nártex en el lado occidental. La conversión de la iglesia en mezquita conllevó una importante transformación del edificio. Los arcos que conectaban la nave principal con los deambulatorios fueron sustituidos por arcadas más anchas para dar mayor amplitud a la nave. Los tres ábsides fueron derribados y en su lugar se construyó al lado oriental un espacio abovedado, en posición oblicua con relación al eje de orientación del edificio.

El paraklesion constituye la edificación más hermosa de su época en Constantinopla. Es típica su planta de cruz inscrita en un cuadrado con cinco cúpulas, pero la proporción entre las dimensiones vertical y horizontal es mucho mayor de lo habitual. El revestimiento interior de mármol ha desaparecido en su mayor parte, pero se conservan los restos restaurados de mosaicos bizantinos, que constituyen una importante fuente para el conocimiento del arte bizantino tardío, aunque no sean tan variados ni su estado de conservación tan bueno como los de la iglesia de Salvador in Cora. Bajo la cúpula principal se encuentra una representación del Cristo Pantocrátor rodeado de profetas del Antiguo Testamento. En el ábside se muestra el Cristo Hyperagathos (Misericordioso) junto a la Virgen María y san Juan Bautista. Al lado derecho de la cúpula se encuentra intacta la representación del bautismo de Cristo.

Terminamos con el libro del peregrino, pág. 149

Mensaje del Apocalipsis
¡Aleluya! Dios ha establecido su Reino
“Después de esto oí en el cielo la voz
de una gran multitud que decía:
¡Aleluya!
La victoria, la gloria y el poder
pertenecen a nuestro Dios,
porque sus sentencias son objetivas y justas,
Después continuaron diciendo:
¡Aleluya!
El humo de su incendio sigue subiendo
por los siglos de los siglos.
Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cayeron de rodillas y adoraron a Dios, que está sentado sobre el trono, diciendo:
Amén. ¡Aleluya!
Y una voz que salía del trono, decía:
Alabad a nuestro Dios
todos sus siervos, todos sus fieles,
pequeños y grandes.
Luego oí como una voz de potentes truenos, que decía:
¡Aleluya!
El Señor, nuestro Dios, el todopoderoso,
ha establecido su reino.
Gocémonos y alegrémonos,
y démosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero.
Su esposa está ya preparada,
Vestida de lino fino, limpio y brillante.
Entonces alguien me dijo
«Dichosos los invitados
al banquete de las bodas del Cordero».
Y añadió: «Estas palabras de Dios dicen la verdad».
(Apocalipsis 19,1-9)



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