Dentro de la octava de Difuntos me
recuerdo con especial sentimiento cuatro lugares, que podrían ser algunos más,
que por razones distintas tienen para mí una resonancia especial. Y los cuatro
me llevan más allá de esa frontera cierta e ilocalizable que está en la orilla
misma de la vida. Y son cuatro cementerios.
El primer lugar es el cementerio de
Luarca. Está al borde mismo del acantilado, en tal posición que a poco que se
deslizara caería al mar, lejano y hondo, allá abajo. Como la vida que se nos va
al mar que es el morir, que diría el poeta. Y hablando de si del mar nacemos o
hacia él vamos apurando la vida pues que los ríos nacen en el mar, aprovecho la
oportunidad para traer aquel perfecto endecasílabo del poema que Cervantes
presentó en Alba en unos Juegos poéticos organizados por los Duques en honor de
la Santa y presididos por Lope de Vega y que dic … pues allí nace donde
muere el justo. Dicho queda por Santa Teresa y Alba de Tormes y también por
aquellos que en Luarca parecen ir a dar a la mar, que sería la orilla del
nacer.
El segundo lugar, el cementerio de
Lourdes. Está allí, en lo alto, por encima de todos los vaivenes de calles,
vecinos, santuarios y peregrinos; es un espacio liso, cuidado y perfecto, lleno
de tumbas en su mayoría con dedicatorias cargadas de emoción y de historia
porque son de soldados jóvenes muertos en las dos grandes guerras. Y a esa
altura sólo se ve el cielo y las cimas de las montañas vecinas. Parece el lugar
perfecto para ascender; me causa esa impresión la transparencia del lugar,
porque parece que cualquiera, aun con poco entrenamiento, tiene allí asegurada
esa serena ascensión que vendrá un día de estos.
El tercer lugar, y ya más cerca, es
el cementerio de Miranda del Castañar. Recogido y acogido entre muros y
vigilado por los dos altos lienzos del viejo castillo parece reflejar con sabia
sencillez esa trascendencia que es posible y razonable sospechar que rodea y
desborda la vida y la muerte de cada persona. Sugiere otra dimensión, otro
estado de cosas, y la gran puerta siempre abierta invita a entrar y dar un paso
de elevación y de armonía trascendiendo la cuesta de la vida.
Y finalmente un solar de veinte
metros cuadrados, sin puerta, muros fuertes y descuidados, una docena de tumbas
abandonadas, las cruces medio en el suelo o desaparecidas, la hierba y los
arbustos creciendo a su aire… son los elementos que forman el corralillo de
muertos que es el cementerio mínimo de ese lugar vergonzosamente abandonado que
es La Flecha junto a la capilla de Fray Luis y a la orilla del Tormes.
Descansen en paz en este cuarto cementerio. Y aun en este caso no olvidar que
cementerio (=koimenterion, en griego) significa dormitorio, porque la
noche pasa y llega el Día. Hasta las ruinas conocerán la gloria.
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