lunes, 29 de febrero de 2016

Al margen de la globalización

CAMPAÑA DE MANOS UNIDAS
 

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Juan Antonio Mateos Pérez
 “Plántale cara al hambre: siembra”´
(Manos Unidas)
Lo que llamamos globalización actual es un proceso de trasformación global, impulsado por la revolución tecnológica actual, pero que tiene una larga historia que se inicia con los grandes descubrimientos del siglo XVI. Ese proceso se acelera con la Revolución Industrial de finales del XVIII y XIX, acompañada con una importante “revolución de los transportes”. Esa importante acumulación capitalista que se inició en Inglaterra hace doscientos años, ha ido extendiéndose por el mundo entero por medio del colonialismo, del imperialismo y hoy por lo que llamamos globalización. En el debate sobre la globalización podemos encontrar los que piensan que es un momento de grandes oportunidades y a los que están en contra en no ven más que peligros en el proceso. Independientemente de nuestra postura, parece un proceso irreversible y vemos en él un claro proceso histórico de transformaciones sociales, políticas y económicas. Con este proceso cada vez más acelerado, se desarrollan redes y centros de poder globalizados, estrategias económicas que favorecen a esos núcleos de poder, patrones globales de estratificación de clases, zonas del planeta fuertemente enriquecidas y otras muy empobrecidas.
Lo que llama la atención que en ese proceso, parece que no van todos, gran número de personas y países están al margen de la globalización. Aunque los centros y redes de poder sostienen que este proceso uniforma, lo cierto que y los resultados alcanzados lo demuestran, sólo unifica. Fuera de este proceso de globalización quedan muchas cosas importantes que se han ido desarrollado en un proceso histórico largo y costoso: El ser humano, el medio ambiente, la democracia, la cultura, la verdad, y sobre todo ha creado grandes bolsas de pobreza inhumanas.
Las fábulas económicas introducidas en este proceso irreversible siguen comentando que hay que dejar obrar al mercado mundial, acompañado de un imponente desarrollo tecnológico, para administrar eficientemente los recursos, eso genera más beneficios y así se puede distribuir mejor la riqueza. Parece que las premisas iniciales funcionan de una forma exponencial, no la última de ellas, más que distribuir la riqueza ha provocado pobreza y esclavitud de grandes masas de la población mundial. De este proceso no se libran las sociedades mejor paradas, los llamados países desarrollados,  que están creando “animales de trabajo” en estas sociedades del cansancio, donde el individuo se explota a sí mismo por una miseria y sin coacción externa, debido a un exceso de estímulos que está recibiendo.
Las pocas familias que dominan el mundo, grupos económicos, multinacionales o como se quieran llamar, tienen mayor poder económico y de dominio como nunca se había alcanzado. Pero no quieren asumir ningún tipo de responsabilidad económica, social, ecológica que vaya más allá de rentabilizar sus propios intereses, es más, en los grandes conflictos mundiales miran para otro lado con la complicidad de los grandes Estados. Asistimos en este momento a ver grandes grupos de población, incluso de los “países llamados ricos”, alienadas, desasistidas, desesperanzadas, despolitizadas, analfabetizadas funcionalmente, llegando a grandes regiones del mundo a ver sin compasión, el hambre, la miseria, la esclavitud infantil, la explotación, plagas, enfermedades, etc.
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Parece que asistimos a una globalización sin esperanza, donde una “economía virtual”, financiera y especulativa desarrolla su juego especulativo sin fábricas, sin bienes, sin trabajadores. Los procesos económicos liberalizan, desregulan, privatizan, avasallan la dignidad humana; castigan a la sociedad y a sus trabajadores, no respetan el planeta, debilitan progresivamente la autoridad gubernamental con su economía de casino y ruleta, provocando inquietud y certidumbre. Desde que terminó la “Guerra Fría”, FMI y el Banco Mundial a los países en vías de desarrollo han llevado al empobrecimiento de cientos de millones de personas, renegociando su deuda externa. El poder económico interno de los países en vías de desarrollo se ha desplomado, han surgido hambrunas, se han cerrado centros de salud y escuelas, a cientos de niños se les ha negado el derecho a la educación primaria, han surgido enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la malaria o el cólera.
En este mes de febrero, muchas instituciones que luchan contra la pobreza nos recuerdan esta realidad lanzado sus campañas solidarias. Hace pocos días lo ha hecho Manos Unidas, ONG que trabaja desde hace 56 años  apoyando a los pueblos más desfavorecidos en su desarrollo y en la sensibilización de la población española ante el problema del hambre. Su campaña de este año lleva el lema: “Plántale cara al hambre: siembra”, comenta en su informe que en el mundo han crecido las posibilidades para que todas las personas puedan vivir dignamente, pero se constata que la globalización no ha producido mayor justicia social, sino que ha prevalecido la indiferencia y la exclusión, la corrupción y el desinterés a los más vulnerables.
Manos Unidas, subraya no quedar indiferente ante el problema del hambre, propone sembrar una buena tierra, un buen agua, una buena semilla, relacionando el problema del hambre con el acceso a la tierra, al agua y a la desprotección jurídica en la especulación de los mercados internacionales sobre el valor de los cereales. La ONG, quiere sembrar capacidades, solidaridad, responsabilidad y cooperación entre los Estados que hagan posible una globalización más enriquecedora y justa en el aprovechamiento de los recursos alimentarios.
Estar atentos a éstas y otras propuestas que puedan enfrentar este problema y tomar conciencia de la situación, dignifica a la persona en nuestra sociedad adormecida y paralizada por tantos estímulos. Para combatir el hambre no sólo es el resultado de repartir alimentos o hacer donativos, requiere una acción más global que busque un cambio estructural con políticas efectivas y una nueva forma de hacer la globalización que incluya a todos y sobre todo a los más vulnerables. También una ética de la solidaridad, que sea crítica con nuestra forma de vida y exceso de gasto y que luche por la dignidad humana. Vivir dignamente significa tener casa, trabajo, educación, salud, etc., todavía hay espacio, tiempo y corazón para la esperanza.

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