domingo, 28 de junio de 2015

Recordando a Martín Buber en 50 aniversario de su fallecimiento





Donde no hay amor, no hay verdad

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Hace unos días se cumplió el cincuenta aniversario de uno de los grandes pensadores del siglo XX, el pensador y filósofo judío Martín Buber. Muere en Jerusalén el 13 de junio de 1965, a los ochenta y siete años, dedica toda su vida a pensar en la frontera del ser, intentando tocar esa realidad total, la realidad humana y la realidad de Dios vividas en relación.
http://salamancartvaldia.es/upload/img/periodico/img_334669.jpg Buber nació en Viena en el año 1878, vivirá hasta los catorce años con su abuelo Salomón Buber, a causa de la separación de sus padres. Su abuelo era uno  de los dirigentes más destacados del movimiento racionalista de las comunidades judías de la ciudad de Lemberg, el mayor centro intelectual del judaísmo oriental. Fue instruido por él en el pensamiento judío y en los grupos jasidistas de inspiración mística. El niño hablaba yiddish en casa, hebreo en la sinagoga, polaco en la escuela y alemán como lengua cotidiana, pero será también instruido en la lengua francesa. Estudiará en Viena, Berlín, Leipzig y Zurich, donde adquirirá una asombrosa formación filosófica, artística y literaria. En Berlín será alumno de Dilthey y Simmel, amigo de Marx Scheler, con los que vivirá de primera mano los grandes movimientos intelectuales de la Alemania de principio de siglo, como el historicismo y la fenomenología. Realizará su tesis doctoral sobre la mística del Maestro Eckkart y de Jacob Böhme, en el año 1904.
Una faceta importante de su biografía intelectual es el descubrimiento del sionismo, cuya fidelidad a dicho movimiento mantiene hasta el final de sus días. Colaborará y participará en los diferentes congresos de este movimiento pero desde posiciones críticas, distanciándose del subrayado político y cultivando los presupuestos culturales, históricos y religiosos de la identidad judía. Sus estudios sobre las tradiciones místicas judías, le llevan a publicar Cuentos jasídicos, más tarde publicará también sobre el misticismo occidental, judío, islámico, indio, chino. Su postura era dialógica y universalista, proponía un Estado binacional entre judíos y árabes en armonía y paz. También tenía una gran relación con pensadores cristianos, abriendo el estudio del evangelio a numerosos pensadores judíos y los estudios del hebreo a los pensadores cristianos, siendo un importante hito en este punto.
Además de haber publicado en la revista Der Jude, entre 1916 y 1924, traducirá al alemán la Biblia, en colaboración con Franz Rosenzweig. Esa traducción supuso un giro existencial, además de su belleza, intentaba que el lector, más que leer, pudiera escuchar la palabra como si fuera dicha hoy para él. Junto con Rosenzweig, creará también la Academia Judía Libre (Freies Jüdisches Lehrhaus), donde a partir del ascenso de Hitler al poder, se convirtió en el principal centro educativo para judíos adultos, debido a la prohibición que tenían los judíos de asistir a las escuelas públicas. Antes de la Guerra será profesor de Religión Comparada en la Universidad de Frankfort, ya que se vio obligado a abandonar Alemania en 1938. Al ser expulsado de la Universidad por las disposiciones establecidas por los nazis decide emigrar con su familia a Jerusalén, allí será profesor de Filosofía Social hasta su jubilación en el año 1951.
http://salamancartvaldia.es/upload/img/periodico/img_334670.jpgSerán un hito en su producción filosófica dos obras: Yo y tú (1923) y Diálogo (1932), en lo que se ha llamado la filosofía dialógica. Aunque el mismo comentaba que no poseía una doctrina o una concepción filosófica, aunque su producción liberaría conducía de la mano del autor al diálogo fluido,  queriendo mostrar algo de esa realidad, lo que no es visto de forma inmediata. Quiere trasmitir que la realidad humana, no se reduce al sujeto y al objeto, es diálogo con el otro. Para dominar toda la realidad el pensamiento necesita transcender las situaciones concretas realizando un acto elemental de abstracción. Este comienzo de todo pensamiento lo explica en una de sus obras cumbres Eclipse de Dios.
Esa relación con el otro y el Otro, es el que confiere todo sentido a la realidad humana. Buber interpretó muy bien, también nuestro Unamuno, la razón cordial. Para un nuevo comienzo del pensamiento se necesita el principio del corazón, junto con el de la razón. El amor se convertirá objetivamente en el criterio del ser y subjetivamente, en el criterio de la verdad, donde no hay amor, comentaba Buber, no ha verdad. La relación yo-tú es aplicable al ámbito religioso, en el cual Dios se convierte en el Tú del hombre. Dios es el tema de Buber, es el tema de todo el pensamiento universal y esta realidad transcendente se da en el ámbito del encuentro, no en el ámbito del pensamiento y será por lo tanto una realidad religiosa y no filosófica.
En nuestro mundo a Dios se le ha reducido a un mero objeto de discusión, de duda,  pero ese tratamiento impide su presencia real, una relación entre el yo y el Tú. El Ecipse de Dios es la ausencia de una relación con Él, de un hombre que vive absolutamente centrado en sí mismo y se vuelve incapaz de aprehender una realidad fuera de su propio yo. Ese fuerte narcisismo del hombre actual, replegado en sí mismo  recorta la posibilidad de relación, con el otro hombre y con el propio Dios. También al absolutizar en nuestra cultura el principio de inmanencia, se ha roto el principio de toda metafísica, Dios-hombre-mundo. Ahora se plantea sólo la relación hombre-mundo, ese eclipse hace que se pierda el contacto con la realidad en su plenitud. Los que sólo ven ese eclipse quedan abandonados a la muerte y domiciliados en la oscuridad, no hay un Dios del hombre, sin embargo, Aquel que se piensa con ese nombre vive en la luz de su eternidad.
El hombre segaba esperas cortando el césped maduro.
Subía un silencioso monje
  por los cipreses oscuros.
  Venía el alma a la boca.
  La tarde ganaba el muro.
  ¿Qué Dios es éste que muere,
  ausente que siempre busco,
  presente en aquel hondón
  donde mi yo es todo suyo,
  donde termina el vacío,
  de mi soledad y el mundo?

Pedro Casaldáliga, “Atardecer”

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