El sábado tuvimos la última catequesis con Arina (sin h),
antes de su confirmación. Hemos hablado mucho de Jesucristo y la Iglesia, y, en
las últimas catequesis sobre el Espíritu. Por eso en esta última catequesis
decidimos hacerla en la Peña de Francia, pero ascendiendo, al menos unos
kilómetros a pie.
No sólo buscábamos un lugar especial, como la Peña, lugar de
peregrinación y de búsqueda, alejado del mundanal ruido, retiro de paz y
remanso de sosiego para respirar el
silencio absoluto, vivir y pervivir la necesidad de lo eterno como gustaba
decir a Unamuno. Nuestra catequesis desde el silencio la queríamos hacer en
camino.
Caminamos desde el “Paso de los Lobos”, en una empinada
ascensión de casi una hora. El caminar y respirar el aire fresco y frío, quería
ser un símbolo no sólo para nuestro cuerpo, también para nuestro espíritu. La
búsqueda de Dios, para muchos hombres de fe, ha sido un ponerse en camino.
Nuestra historia de salvación ha sido un constante ponerse en camino, el camino
de Dios. Dios que baja al camino del hombre, que lo acompaña, que viene a su
encuentro. Es el símbolo de la encarnación en el que Jesús se pone a caminar
con nosotros, es el Dios-con-nosotros, en nuestra historia, en nuestro corazón.
En la subida y en la bajada, no dejó de soplar un fuerte
viento. No pude, pudimos. por menos que recordar la simbología del viento, en
el Antiguo y el Nuevo Testamento con la manifestación de Dios. Al día siguiente era Pentecostés. Ya el
camino nos evocaba el acompañamiento de Dios con nosotros. Pero el Espíritu de
Dios no sólo irrumpe en el mundo, sino que también en Jesús y en cada uno de
sus seguidores, en cada uno que se lo pide y se abre al amor de Dios. Dios se
acerca y se comunica con cada uno de forma muy personal y amorosa, como un
viento fuerte o una llama que quema, o como un susurro de brisa amorosa que
envuelve. Este Espíritu está de forma muy especial en la Iglesia que vive del
Espíritu de Jesús, celebra y recuerda su vida y su muerte cada domingo y en
cada sacramento. Allí celebramos la Eucaristía, presidida por Fr. Rafael, con un
grupo numerosos de peregrinos Salesianos y otros llegados de diferentes
lugares.
Fue una catequesis, donde no sólo hubo espacio para hablar
del bautismo y de la comunión, de Jesús, de la Iglesia y del Espíritu, quería
ser un momento de interioridad y de oración.
El Espíritu de Jesús nos hace orar y nos lleva a Dios. Aquí nuestro
camino se hace oración, nuestro ser se hace oración. Los tres en el santuario
con las manos juntas, ante el crucifijo de hierro y con María al fondo, oramos con el Padre
nuestro, alabamos y dimos gracias con el Padre nuestro. Pedimos superar
nuestras vanidades y mediocridades, encontrarnos con Él en medio de nuestras
cosas y afanes de cada día, salir de nuestros individualismos y abrirnos al
aire del Espíritu, trabajar por el Reino y la justicia. Nos acordamos también
de nuestros seres queridos, de la familia personal y de nuestra familia en la
fe, nuestra querida comunidad de la Purísima.
Por último entre risas, bocadillos y algo caliente para
calentar el cuerpo y las manos (la rusa es la que más frío tenía, perece
mentira) y con algunos apuntes al natural, hablamos que lo que le pasó a los
discípulos en Pentecostés, se realiza en cada uno de nosotros cuando celebramos
el sacramento de la confirmación. El Espíritu es una gracia, un don de Dios,
por ello somos agraciados. Somos adultos en la fe y tenemos derecho, como los
discípulos a tomar la palabra en medio de la comunidad y no privarla de su
palabra. Es una persona Ungida, como Jesús, tendrá que dar testimonio en medio
del mundo, ser fermento para otros y construir el Reino y la justicia. Después
del día trece, viernes, día de la confirmación es un testigo que habla y
anuncia al Señor allí donde esté y camine.
Para celebrarlo, nos marchamos a la Alberca, no sin antes
pasar por las ruinas del convento de abajo y visitar el convento de monjas de
Porta Coeli y comprar unos dulces exquisitos. Como no recordar aquellos versos
de León Felipe:
Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana,
hacia Dios
por ese mismo camino
que voy yo.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol….
y un camino virgen
Dios.
León Felipe