Comentábamos
en otro de nuestros artículos que la misericordia era el nombre más bello de
Dios, pero también, la capacidad de identificarse con el otro y a la vez
poder liberar al que sufre. Es un habitar el mundo de forma nueva, con nuevos
ojos. Ya hablamos de la justicia, también de solidaridad, como un valor
irrenunciable que hace posible la misericordia en nuestro mundo. Hoy queremos
centrarnos en la solidaridad, como otra de las realidades de la
misericordia.
Todavía está
reciente el terremoto de Nepal, donde en muchos pueblos y ciudades no queda
piedra sobre piedra, muchos buscan con sus manos entre los escombros y las
ruinas. También hace unos días volvieron a sonar las balas en Sudán del Sur, el
país más joven del mundo y enfrentado al norte; la tensión ha ido aumentando en
la capital y, mientas se llenaba de soldados, se vaciaba de personas que
emigraban hacia el campo. En nuestra mente están las imágenes de los rescatados
en alta mar, barcazas zarandeadas por el oleaje y sobre ellas amontonados
inmigrantes muy mojados, tiritando sin parar, mareados, desorientados y con
hipotermia; nos sobrecoge las soluciones de la Comunidad Económica Europea ante
tantas muertes con su solemne hipocresía. Podemos continuar, personas que pasan
hambre, campos de refugiados, guerras abiertas, etc. La solidaridad hoy se hace
más necesaria que nunca, en una sociedad capitalista y globalizadora que la
declaran como una “utopía” destructora.
La
Revolución Francesa abanderó la trilogía, libertad, igualdad y fraternidad,
pero esta última, no ha tenido un desarrollo en nuestro mundo como las dos
primeras, casi quedando en el olvido. El sentido de fraternidad de la
revolución, es el común origen natural de todos los hombres y esa naturaleza nos
hermana a todos, con un deseo de alcanzar la universal familia humana. Pero la
fraternidad quedó reducida a dar motivación y espíritu a los dos principios
prácticos, la libertad y la igualdad. La fraternidad siempre corre el peligro
de quedar confinada dentro de las fronteras del egoísmo y actitudes
excluyentes. El ideal fraterno de los revolucionarios se desmintió cuando
separaron a los hermanos revolucionarios de la masa de los que no lo eran,
condenándoles a la muerte y al ostracismo.
Ante este
panorama la solidaridad tomó el relevo en la marcha revolucionaria,
aunque ésta surge de los anhelos más profundos de la fraternidad humana,
es el humus necesario para que este valor tomara forma. Fue utilizado
por los socialistas utópicos y después por los marxistas, aunque tendrá un
desarrollo desde la sociología con Augusto Comte, L. Bourgeois y E. Durkheim
hasta la actualidad. Pero no todos utilizan el término en el mismo sentido.
Para los pensadores liberales es un sentimiento moral, no exigible y
gratuito, de los más favorecidos a los menos, con tintes fuertemente
paternalistas unilateralmente de arriba abajo. Es algo que sale de mí, si
quiero, sobre alguna causa, pero sin espíritu de trasformación de la
sociedad. Muchos incluso niegan la solidaridad e incluso el amor al
prójimo, también la propia posibilidad de la solidaridad humana. Al negar la
solidaridad, se niega la dignidad humana, la posibilidad de vivir
dignamente, significa: Tener casa, trabajo, educación, salud, etc.
Una
segunda forma de entender la solidaridad, se da en los grupos que entienden la
sociedad de forma orgánica, como reunión de seres morales y libres. Es una concepción
ontológica, donde todos los individuos participamos de los azares del todo
y precisamos de la solidaridad como un principio ético y jurídico como ley
básica que cohesiona la sociedad. Pero esta concepción, parece no tener en
cuenta las consideraciones históricas concretas de la realidad social.
Nos
sentimos mejor en una visión anamnética, como memoria passionis, donde
entiende la solidaridad como memoria de los muertos, vencidos y víctimas de la
historia. La teología política, no entiende sólo la solidaridad “hacia
adelante”, de las generaciones futuras, sino también “hacia atrás”, hace memoria
para subrayar lo específico de la dimensión humana. Es una concepción
místico – política, ya que nace de la fe como memoria y narración de la
vida de Jesús de Nazaret, pero tiene su praxis en la historia y en la sociedad,
es compromiso con ser hombre con todo hombre, y que a éste se le reconozca su
dignidad, la misma que Dios reconoce en cada ser humano.
En los
textos bíblicos, Dios mismo se presenta como el Goel, el defensor y
solidario del hombre, como un padre bueno, sobre todo con los más pobres y necesitados,
el huérfano o la viuda (Dt 10, 18; Ps 146,9). Pero Jesús, se esfuerza en
explicitar que el amor a Dios está relacionado con el amor al prójimo, son algo
inseparable. La fraternidad y la solidaridad están en el corazón mismo de la
existencia cristiana. El teólogo dominico Gustavo Gutiérrez, nos recordada haciendo
hermanos a los demás, no de palabra, sino de corazón y en la práctica hacemos
realidad el don gratuito de la misericordia. Eso es vivir el amor del Padre
y dar testimonio de él. El anuncio de Dios que ama a todas las personas por
igual, debe hacerse historia.
Para
ello, se nos invita a “abajarnos”, a ponernos en el lugar de los más pequeños y
pobres, a lavar los pies, a ser siervos con los siervos y compartir con ellos
su existencia. El servicio es una actitud vital y que nos conduce a una
implicación solidaria con el mundo desde el amor, y así,
poder dar respuesta a la realidad y que nos lleve a otra manera de solucionar
los conflictos y poder construir una sociedad más fraterna. Esta visión de la
solidaridad, se compromete contra la opresión y la injusticia, busca trasformar
las estructuras sociales para el bien de sus víctimas. Critica la solidaridad
liberal privatizada y considera que ésta es un compromiso sin cálculos con los
oprimidos y desfavorecidos.
Dadme un espeso corazón de
barro,
dadme unos ojos de diamante
enjuto,
boca de amianto, congeladas
venas,
duras espaldas que acaricie el
aire.
Quiero dormir a gusto cada
noche.
Quiero cantar a estilo de
jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me
pese
ese saber y oír y darme
cuenta;
este mirar a diario de hito en
hito
todo el revés atroz de la
medalla.
Quiero reír al sol sin que me
asombre
que este existir de balde,
sobreviva,
con tanta muerte suelta por
las calles.
Quiero cruzar alegre entre la
gente
sin que me cause miedo la
mirada
de los que labran tierra golpe
a golpe,
de los que roen tiempo palmo a
palmo,
de los que llenan pozos gota a
gota.
Porque es lo cierto que me da
vergüenza,
que se me para el pulso y la
sonrisa
cuando contemplo el rostro y
el vestido
de tantos hombres con el mido
al hombro,
de tantos hombres con el
hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel
quemada
por la escondida rabia de la
sangre.
Porque es lo cierto que me
asusta verme
las manos limpias persiguiendo
a tontas
mis mariposas de papel o
versos.
Porque es lo cierto que empecé
cantando
para poner a salvo mis
juguetes,
pero ahora estoy aquí
mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que
pasan
que me perdonen pronto tantas
cosas.
Ángela
Figuera Aymerich, Belleza cruel