domingo, 11 de mayo de 2014

Imaginando los caminos de Pablo de Tarso: Anfípolis

Macedonia era un lugar de paso obligado en los caminos de Pablo hacia occidente por donde pasaba la vía Egnatia. Esta importante ruta fue construida por Roma alrededor del 146 a. C, para comunicar las ciudades romanas del Adriático hasta Bizancio, cubriendo alrededor de 1120 km. Por esta vía se pasaba por ciudades tan paulinas como Filipos, Tesalónica, Berea, Pella, etc, así como la ciudad de Anfípolis, por la que pasa según Hc 17,1. Llega a esta ciudad después de abandonar Filipos, sería aproximadamente entre finales del año 49 y la primavera del año 50 d. C.  Parece que no había sinagogas en esta ciudad, ni en Apolonia, por lo que debió seguir camino hasta Tesalónica.
Era una ciudad importante en la antigua Macedonia, situada cerca de la desembocadura del río Estrimón, que casi la rodeaba, de ahí su nombre. Fue fundada en el siglo V a. C por Atenas. Cuenta Tucídides que será un lugar significado en la guerra del Peloponeso, un lugar disputado por Atenas y Esparta. Cuando es conquistada por el rey espartano Brasidas, lo que supuso una importante derrota para Atenas. Tucídides que no pudo impedirla, fue condenado al exilio, y allí nos legó a la posteridad su magna obra, Historia de la Guerra del Peloponeso. En una nueva expedición ateniense al mando de Cleón, que fracasa de nuevo, aunque muere junto al rey Brasidas en la batalla bajo los muros de la ciudad. Anfípolis, conservó así su independencia, que mantuvo hasta el reinado de Filipo II, a pesar de las nuevas tentativas atenienses, debidas principalmente al gobierno de Calístrato.

No sólo fue importante la participación de Tucídides en la batalla de Anfípolis, sino del ilustre Sócrates. En ella destacó por su coraje, al salvar la vida del Alcibíades, así lo cuenta Platón en el Banquete.
Filipo II la conquistará, aunque no pasará inmediatamente a formar parte del reino Macedónico, conservando una cierta autonomía institucional. Cercana al monte Pangeo, lugar donde el rey macedonio se abastecía de oro para pagar sus campañas militares. Bajo el reinado de Alejandro Magno, fue una importante base naval, donde salieron varios de sus célebres almirantes. Cuenta la peregrina berciana Egeria, que cuando caminaba por la calzada que llevó a Pablo a Tesalónica, divisó en la ciudad la imponente estatua del León que Laomedón, almirante de Alejandro Magno, mandó erigir como monumento funerario. Continuaba su relato Egeria, que disfrutó de bella ciudad y de las vistas del río Estrimón.

Hace dos años, un equipo de arqueólogos ha encontrado en la ciudad, un recinto circular que encierra un gran túmulo, en el que se cree que yacen los restos de Roxana, esposa de Alejandro Magno, y su hijo de 12 años. Según la leyenda, habían sido condenados al ostracismo después de la muerte de Alejandro. Allí, Alejandro IV, de doce años de edad, y su madre Roxana fueron asesinados. La tradición dice que las dos víctimas fueron enterradas en Anfípolis, pero no hay evidencias hasta ahora que lo prueben, a pesar de las excavaciones.
En el 168 a C. fue conquistada por los romanos en la batalla de Pidna, convirtiéndola en una ciudad libre, siendo una de las cuatro capitales en las que dividieron el reino de Macedonia.
No se sabe mucho de los primeros cristianos de la ciudad, parece que fue un obispado sufragáneo de la ciudad de  Tesalónica.  Pero sí hay restos de importantes Basílicas de los siglos V y VI d C., adornadas con ricos pavimentos de mosaicos y una cuidada escultura arquitectónica con capitel con prótomes de carnero, así como una iglesia de planta central, hexagonal, que recuerda la de la San Vital de Rávena.




 

domingo, 4 de mayo de 2014

La mirada de Ulises: Simone Weil y Pablo de Tarso



Hace tiempo que no escribo en el blog, no sólo ha sido falta de tiempo, a veces no nos salen las palabras, nos vemos en una encrucijada de caminos desde el pensamiento y nos sentimos perdidos. Es cierto, te pones a escribir y te salen las palabras de un tirón, pero los maratones no dan tiempo para detenernos y elogiar momentos de lentitud.
Todo se mueve a gran velocidad, contamos nuestra existencia por la eficacia y no dedicamos tiempo a lo que nos llena, a lo que en apariencia no sirve para nada. Como por ejemplo contar algo sobre el mundo, nuestro ser, Pablo, Jesús, nuestra fe. Vamos deprisa, tantas clases, ahora a leer, a catequesis, reuniones, convivencias, de nuevo a clases, corregir exámenes, preparar presentaciones, hacer resúmenes, escribir la revista, artículos, etc. El cuerpo como la mente, nos recuerdan constantemente que el ritmo de la vida gira vertiginoso, descontrolado.  Necesito estos momentos para hablar de Pablo, del sentido de nuestra fe, del sentido de nuestro ser. Cuando queremos elogiar la lentitud en un mundo que no te deja pensar, sentir, respirar, se puede resumir en una palabra: equilibrio. La maravillosa sensación de pensar tomando un café, de plasmar lo pensado e investigado en un papel, en un blog.
Esa maravillosa indiferencia del instante, es un elogio del ocio, de la lectura lenta, de la investigación con sentido, de pasear por las calles, de buscar lo esencial. Al acercarme al lomo de los libros, del teclado de mi ordenador, escucho susurros en voz baja. A veces incluso releo libros ya conocidos y me emociona de nuevo esa historia, ese relato que habla de mujeres y hombres, de la vida, de lo esencial de la existencia y necesito escribir. No me apetece ir con los tiempos, quiero parar el mundo y pensar, escribir y volver a pensar, el pensamiento como plegaria, nadando a contracorriente, cultivar el espíritu, peregrinar por el alma, profundizar en el aroma de lo sagrado y disfrutar de una buena soledad.
Pero no quería hablar de la lentitud, sino de Simone Weil, una mujer a la espera de Dios. Albert Camus pensaba que la construcción del pensamiento europeo y el germen de la nueva Europa,  sería impensable sin Simone Weil. Primero, unas palabras sobre esta mujer. Nace en París en el año 1909, educada en la enseñanza laica francesa y por voluntad de sus padres, en un alejamiento del mundo religioso, a pesar de ser judíos. Su hermano André, dotado de una capacidad para el estudio, al igual que Simone, se convertirá en uno de los más afamados matemáticos del siglo XX, con aportes a la geometría algebraica y a teoría de los números. En 1931, Simone Weil era ya catedrática de filosofía en el instituto de Le Puy. En los años de estudiante en la Normal, se afiliará a los sindicatos proletarios, aunque siendo profesora del instituto de Le Puy, llamaba la atención que repartiera la mitad de su sueldo con pobres y parados, a la vez que participaba en las luchas y reivindicaciones sindicales con los obreros. Aunque su verdadera experiencia de lo que era un obrero, la experimentará en 1935, cuando ingrese como peón fresador en la fábrica de coches Renault, abandonando momentáneamente su puesto de profesora. Confesaba después de su experiencia que allí experimentó el sello de la esclavitud, que no la abandonaría nunca, considerándose siempre como una esclava.
Como muchos jóvenes idealistas, en el año 1936 se afilia en las Brigadas Internacionales y participa en la Guerra Civil española, viendo en ella un preludio del fascismo que como una sombra había oscurecido Europa. En Barcelona se integra en las milicias de la CNT, pero quedará horrorizada por los asaltos a iglesias y los fusilamientos de clérigos, le recuerdan las matanzas de obreros por Stalin en los procesos de Moscú. No puede entender ese desorden, cuando sus camaradas deberían luchar por la eliminación de la barbarie y de la violencia. Llega a la conclusión de que todo ser humano, explotador o explotado, está sometido por igual a una necesidad brutal que se manifiesta en la forma de la repetición del mal. Su breve experiencia de la Guerra Civil Española significó un punto de inflexión en sus futuras reflexiones, en las que despuntan cuestiones metafísicas y religiosas, que darán paso a lo que se ha denominado la “fase religiosa” de su pensamiento: la lucha contra la injusticia, contra la repetición del mal, ésta no puede ser sostenida exclusivamente en acciones inspiradas en conceptos políticos. Pronto será evacuada a París, al quemarse una pierna con aceite hirviendo de una sartén, posiblemente vio que no había bando justo o injusto en las guerras, todas son injustas. Cada ser humano utiliza el poder contra el otro y sufre bajo el poder del otro y en la lucha por el poder todos los seres humanos se parecen entre sí y son cómplices.
Seguimos para este pequeño apunto biográfico la introducción a  “La gravedad y la gracia”, Simone Weil. Traducción, introducción y notas de Carlos Ortega. Publicado por Editorial Trotta. (Colección Estructuras y Procesos, serie religión, Madrid, 3ª ed. 2001). Para el pensamiento político de Simone Weil, seguimos Adela Muñoz Fernández, “Política y religión en la obra tardía de Simone Weil” en Reyes Mate, Nuevas Teologías Políticas. Pablo de Tarso en la construcción de Occidente. Barcelona, Anthropos Editorial, 2006.
Al año siguiente, en la primavera de 1937, viaja a Italia y en Asís tiene una experiencia religiosa profunda, su biógrafos la califican de mística. Experiencia que también tendrá al año siguiente en 1938, viviendo la semana Santa en la abadía benedictina de Solesmes, experimenta un giro en los asuntos de su vida y la materia de su obra, algunos hablan desde aquí de “conversión”, llegando a decir “el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mí de una vez para siempre”. La lectura de un poema de G Herbert desencadena lo que ella llama “un contacto real”: “el propio Cristo bajó y me tomó”. Y meses después afirma: “…, en un momento de tremendo dolor físico, y mientras me esforzaba por amar… sentí… una presencia más personal, cierta y real que la de un ser humano” (“Autobiografía”). Tuvo relación con el fraile dominico Joseph-Marie Perrin y con el Padre Couturier, sacerdote presentado por Jacques Maritain. Acude asiduamente a ceremonias religiosas y leerá autores místicos, con lo que empieza armonizar la cultura clásica con el cristianismo. Se resistirá al bautismo, es una actitud intelectual y por un exceso de materialidad y riqueza que veía en la Iglesia. Toda su vida anduvo buscando ese momento del encuentro entre la perfección divina y la desgracia de los hombres. Todo conocimiento de la verdad pasa por la experiencia de la desgracia, cualquier acercamiento al misterio del Bien y de la Belleza deberá contemplar el no perderle la cara al sufrimiento y a la desgracia allí donde acaezcan.
En un mundo en guerras, donde el hombre había perdido todo el sentido, la vida no valía nada, ahí estaban los campos de concentración o las matanzas obreras en el mundo stalinista, Simone Weil descubre el concepto de la Gracia. Posiblemente el universalismo de Pablo influyó en esta idea, también el universalismo estoico, incluso la idea del bien escrita en lo más profundo de nuestra alma de Platón. Como no olvidar ese himno del amor de Pablo, es un amor sin límites, un amor que no es de este mundo, pero que llena y da sentido al mundo. El amor es la imagen de Dios que da a su Hijo para la salvación de todos los hombres, sin mérito (Rom 5,6). Es un amor Universal, sin barrera, sin categorías de raza, sexo (Gal 3, 28). El amor al prójimo es la plenitud de la ley y el compendio de toda vida moral (Gal 5, 14; Rom 13,9). El amor al prójimo es imitar el amor de Dios. Es importante no perder de vista el amor de Dios que nos trasmite Pablo. Éste es el principio de la llamada al amor de Pablo: ha descubierto que el amor concreto, vivido por Jesús, se abre como fuerza unificadora hacia todos los humanos. Esta es su experiencia radical. Eso era entendido y vivido por los otros cristianos de todo el mediterráneo. Pero sólo Pablo pudo formular este principio de universalidad en el amor de una manera teórica y práctica, desarrollando una teología e impulsando un movimiento eclesial que vincula ya todos los humanos.
A partir de aquí seguimos el artículo de Adela Muñoz, aunque introduciremos algún elemento de la obra de Simone Weil, “La gravedad y la gracia”.  El Universo se ha regido por dos fuerzas, la necesidad (gravedad)  y la gracia (la luz) y ambas fuerzas son excluyentes. En cuanto a la necesidad, es seguir ciegamente la «ley natural». La filósofa describe esta ley a través de dos características: a) la expansión del poder y b) la propagación del dolor. En la medida en que el ser humano actúa motivado por estas dos características que definen la ley natural, está actuando inspirado por la necesidad. Esta ley natural se nos presenta primeramente como una lucha constante por el poder. Cuando nos guiamos por la necesidad, es natural que el fuerte someta al débil, donde falta la gracia, el equilibrio, no hay posibilidad alguna para la justicia, sólo para la ley del más fuerte. Es la justicia de los vencedores. Se puede resumir la acción inspirada en la necesidad como la obsesión por dominar al otro. Y la forma más brutal de dominar al otro consiste en hacer que sufra en mi lugar, es decir, en transferirle mi propio dolor. El otro debe cargar ahora con mi sufrimiento pasado. Esto nos lleva a la desacralización del otro, puesto que nada significa, puede transferirle todo el dolor sin remordimientos. Desde el momento que decidimos que la vida del otro no vale nada, quitársela es lo más natural del mundo. Esto es tan automático, tan natural, que sólo una fuerza sobrenatural podía impedirlo, aquí entra en escena la gracia.
La ley natural es lo que se impone, es raro acciones de generosidad y compasión. Pero la gracia impide imponer la ley natural, el poder sobre el otro y transferir el dolor. La diferencia esencial radica en la distinta percepción del otro. Quien actúa motivado por la necesidad percibe en el otro solamente o bien un competidor o bien una presa, en ambos casos ve a alguien a quien no considera digno de respeto. Quien actúa motivado por la gracia, por el contrario, percibe en el otro un ser digno de respeto y atención. 

Para Simone Weil, glosando en esto un versículo de san Pablo (Filp 2,7), Dios se vacía en la creación, y dota a sus criaturas de una falsa divinidad de la que éstas a su vez habrían de vaciarse para que la creación tuviera por fin cumplimiento. En la estela de ese movimiento que describen el abandono y la restitución, la única forma de relacionarse justamente con Dios es «actuar como esclavo, mientras que se contempla con amor...». Sólo manteniéndonos en el vacío, en el desequilibrio natural, es posible que lo imposible suceda. Un equilibrio de orden superior, sobrenatural, colma de luz el vacío, ese orden es la gracia. Así el vacío es un estado del alma, donde puede penetrar la luz sobrenatural, la luz que colma el vacío, esa es la gracia. Así, Simone Weil, nos inicia en una mística del vacío para llegar a la gracia. Simone Weil trata de expresar con palabras de san Pablo uno de los conceptos claves de su pensamiento: la creación es simultáneamente un acto de generosidad y de negación o renuncia. Por ello propone también en el ser humano, actos de vaciamiento, ya que amar la verdad es soportar el vacío, para que lo sobrenatural pueda colmar ese espacio.
Pero, la gracia es caracterizada como algo excepcional, pero la posibilidad de actuar inspirándose en ella está al alcance de todos, esto es, no tiene absolutamente nada de excepcional. Insiste en que, puesto que la aspiración al bien está presente en todo ser humano «sin ninguna excepción», todo individuo está capacitado para actuar inspirado por la gracia. Para solucionar la paradoja, entre la ley natural y la gracia, propone educar a los niños en la gracia, o lo que es lo mismo, en la «atención hacia el otro». Solamente actuando inspirado por la gracia puede impedirse la brutalidad, por ello éste es “el único principio de justicia en el alma humana”.
Desde esta experiencia religiosa y metafísica, podemos dar un salto a lo político, esa inspiración que tanto llamó la atención al pensador A. Camus, y que vemos también en otros grandes pensadores del siglo XX. Un gobierno justo sería aquél, afirma Simone Weil, en el que estuvieran integrados tanto el más fuerte como el más débil, tanto el vencedor como el vencido. Donde no hay fuerzas equilibradas, no hay posibilidad alguna de justicia. Todo ser humano es intermediario entre el más débil y el Bien Absoluto, por lo tanto, el yo no es originalmente un sujeto de derechos, sino un sujeto de obligaciones hacia el otro. El concepto de “sujeto” surgido de la modernidad europea ha contribuido a concebimos primeramente como un sujeto «receptor de derechos» y solamente en un segundo plano como un sujeto «responsable de tener obligaciones hacia el otro». La perspectiva aquí es muy diferente, al afirmar que el ser humano es primeramente un sujeto de obligaciones, como opina la filósofa, estamos de hecho afirmando que «soy yo quien le debe al otro» sus derechos; resulta una acción desde mí hacia el otro. Esto es un giro copernicano, tal como hoy entendemos los derechos, sobre todo los sociales. Para un gobierno es más cómodo reconocer los derechos, trabajo, vivienda, que no la obligación de estos derechos. El gobierno declina la responsabilidad de la pobreza de grandes capas de la población. Simone Weil, nos ha dado una pista muy importante en el concepto de justicia y derechos humanos.
Quisiera acabar con el propio pensamiento de Simone Weil,  que nos llama a una tarea pendiente y urgente que es llevar a cabo una crítica del concepto mismo de Derecho y promover el concepto de «obligaciones universales». Tener obligaciones hacia el otro significa atender a sus «necesidades vitales», sin las cuales su vida física y espiritual correría un grave riesgo. La primera Declaración de las Obligaciones Universales del Ser Humano data de 1997 , aparecen casi 50 años después y recogen esta advertencia de nuestra autora y concluye que una sociedad democrática debe atender por igual tanto a los derechos, como a sus obligaciones.

miércoles, 19 de febrero de 2014

POR LOS CAMINOS DE PABLO DE TARSO: Neápolis de Filipos (Kavala)

Pablo desembarca en el año 50 en Neápolis en su segundo viaje, procedente de la isla de Samotracia, rodeando la isla de Tasos, con suerte cuatro o cinco días. Es uno de los principales puertos de Macedonia, su dársena y sus muelles se refugian bajo un promontorio rocoso, en cuya cumbre se levantaba en esplendoroso templo del siglo V a. de C. dedicado al culto de Atenea Parthemos. Sobre él el sultán Mehmet Alí, construirá en el siglo XVIII d. de C. el Imaret, un convento con apariencia de castillo fortificado. 


Era una ciudad entre montañas con numerosas viñas, olivos y palmeras, cultivos típicos de la agricultura mediterránea. Con el tiempo la ciudad cambiará de nombre, pasando a denominarse Kavala, haciendo referencia a la estación de postas (caballos) que estaba en el camino a Constantinopla; o bien a la Cábala judía, por la existencia de una importante comunidad judía en la Edad Media. La antigua ciudad no ha cambiado, pero pocos (o ninguno) restos arqueológicos, ninguna inscripción que nos recuerde el paso  de Pablo por la ciudad. De aquí por la vía Ignatia directo hasta Filipos, de alguna manera Neópolis era el puerto de la importante ciudad de esta importante ciudad, ya que apenas la separaban 15 a 20 kilómetros.  Que no se quedara en Neápolis, sino que siguiese derecho a Filipos, se debió probablemente a la ausencia de una comunidad judía en ella, porque su costumbre era comenzar su labor en una región nueva primero entre los judíos antes de ir a los gentiles.

En el siglo VI, el emperador Justiniano, con el fin de protegerla de las invasiones bárbaras.  En esta época fue llamada Christoupolis (Χριστούπολις, "ciudad de Cristo"). En toda la Edad Media la ciudad, experimentó un importante crecimiento económico, ya que se encontraba en una de las más importantes vías de comunicación entre Tesalónica y Constantinopla. El ataque de los Normandos y el posterior intento de los Catalanes de tomar la ciudad, el emperador Andrónico III Paleólogo una nueva muralla, que defendiera la ciudad. En la ciudad debió existir varias basílicas, se ha encontrado alguna debajo de una antigua mezquita musulmana, que debió servir también de cementerio.
La ciudad fue conquistada por los Turcos en 1387, formando parte del Imperio Otomana hasta 1916. En el año 1391, se destruyó por completo, como indican las crónicas recogidas en el monte Athos. Será Ibrahim Pasha , gran visir de Solimán el Magnífico, quien en el siglo XVI renueve y contribuya a la prosperidad de la ciudad, ampliando la fortaleza bizantina y construyendo un acueducto.

En 1912, en las guerras de los Balcanes pasará a formar parte de Bulgaria, pero será ocupada por Gracia en 1913. Después de la guerra entre Grecia y Turquía, entre 1919 y 1922 se producirá un importante crecimiento de la ciudad, debido a la llegada de miles refugiados, es el momento que tendrá un importante crecimiento industrial y agrícola, relacionado con el almacenamiento y procesamiento del tabaco.

Hoy es la segunda ciudad en importancia de Macedonia después de Tesalónica, situada al pie del monte Símbolo, en la bahía de Kavala, frente a ella se ubica la isla de Tasos. Su población alcanza unos 65000 habitantes, con un clima mediterráneo con precipitaciones muy escasas, sobre 460 mm anuales. La temperatura máximas en el mes de julio son de unos 30 ºC. Es un importante centro turístico, con playas de primera calidad.

Como monumentos destacan: El viejo acueducto, el castillo de Kavala, el Imaret (edificio musulmán, hoy hotel de lujo), la casa de Mehmet Ali, el Ayuntamiento, y sobre todo el museo arqueológico de Kavala. Este último es considerado el museo más importante de Macedonia oriental, incluyendo en sus colecciones los hallazgos realizados en las excavaciones de Neápolis, Anfípolis y Tasos.

sábado, 8 de febrero de 2014

La mirada de Ulises: el estoicismo.



En la anterior entrada del blog, hemos intentado subrayar, humildemente, alguna información sobre el lugar de nacimiento de Pablo.  Estas reflexiones del blog, no quieren ser un discurso impositivo desde la seguridad del conocimiento, es más bien un saber frágil. Es una búsqueda, no damos nada por concluido, somos conscientes que a pesar de toda la información que tenemos, no es ésta el saber, sino lo que podemos captar en nuestra consciencia individual. Es el diálogo con el mundo, con el conocimiento, con la búsqueda interior de Dios, con el otro, es lo que nos hace poner los pies en la tierra. Así nos lo recordaba Platón, que todo logos, es diá-logos. Toda búsqueda del saber, es en parte cuestionar, es preguntar y preguntarse, nunca un monólogo. En esa posibilidad de la pregunta, del diálogo, se puede ir ascendiendo desde la doxa a la episteme, desde la mera opinión al conocimiento. Nuestro querido profesor de la Uned, Emilio Lledó nos hacía leer con mucho acierto su obra la memoria del Logos, en él nos hablaba del pensamiento de la memoria. Un pensamiento contra la desmemoria, contra los hombres mudos o enmudecidos, posiblemente a causa de la privatización del lenguaje. Muchos sólo saben recibir el conocimiento, y a veces, aunque hablen, nada tienen que decirse. Llédó buscaba una paideía, que devolviera el lenguaje a las personas y el significado de las palabras, de rescatar la memoria de los que secuestran el lenguaje. Con la memoria, recuperamos el valor de las palabras y saber así cual es nuestro lugar en el mundo, qué somos y adónde vamos. Somos memoria, no como un almacén de datos, sino en diálogo con el mundo. Karl Rahner, en sus escritos de Teología, nos habla que la verdad del hombre sucede en el diálogo, en el encuentro colectivo de la verdad. Entiende el diálogo, como el esfuerzo de reconocer como propio lo que se presupone común tal y como está dado en el otro; y a la vez el esfuerzo de dejar que el otro reconozca como suyo lo que es común en nosotros. En el acuerdo colectivo del diálogo, se da una autocomprensión refleja, un momento en el todo de la autoposesión personal-espiritual del hombre, desde cuya plenitud histórica, podemos alcanzar, tal vez sólo con los dedos, casi rozando, esa realidad que llamamos Dios. ¡Cuántos monólogos en nuestro mundo! ¡Nadie quiere escuchar al otro! ¡Perdón! Permítanme unas palabras sobre esta mirada de Ulises.
Séneca
A pesar que el estoicismo era muy importante en Tarso, Pablo no construye sobre el pensamiento estoico, su concepción es esencialmente hebrea. Pero fue la corriente filosófica más importante y más activa. Si queremos entender el mundo en el que Pablo vivió, debemos acercarnos a él, ya que fue un hombre de su tiempo. No se apartó del mundo, se encontró de pleno en esa realidad, a veces incluso, con violencia. Realizó numerosos viajes, atravesó varias veces el Mediterráneo y en sus recorridos no sólo se encontró con diferentes corrientes filosóficas, también con movimientos religiosos, como los cultos de las ciudades griegas, o las religiones mistéricas y orientales.
Los estoicos, son los filósofos de la Stoa, es decir, del Pórtico, son los discípulos y sucesores de Zenón de Citio, que enseñaba filosofía en los primeros años del siglo III a.C., en el Pórtico Pintado (Poikilé Stoa) de Atenas. Esté pasó a Roma, donde tendrá una importante acogida. Posidonio en el siglo primero a. C., lo rehabilitará y le dará un impulso, con lo que supone un renacer, siendo el pensamiento más significado de la intelectualidad romana. Podemos encontrar ese pensamiento en el filósofo Séneca, contemporáneo de Pablo.
Séneca era cordobés, su padre era profesor de oratoria. Séneca, nos recordaba Ángel Ganivet, es español por esencia. Séneca, según María Zambrano, era un mediador entre la vida y el pensamiento, entre el alto logos de la filosofía griega y la vida menesterosa y humilde. Los estoicos no recurren a esa filosofía tan elaborada de Platón y Aristóteles, sino a otra más reducida, más conveniente. Ellos vivían algo más parecido a una religión, que a una corriente filosófica. Además de Séneca, tienen un lugar privilegiado en esta corriente, junto con Cicerón y Marco Aurelio, siendo leídos y estudiados hasta el siglo XVIII.

Teatro de Hierápolis

Estaban convencidos de que el universo puede ser reducido a una explicación racional, y que él mismo es una estructura organizada. La posibilidad que posibilita al hombre para hablar, pensar, proyectarse, que denominaban logos, estaba integrado en esa estructura del universo. Así, el individuo comparte en esencia esa propiedad de la Naturaleza cósmica, que abraza todo lo existente. Todo está tan relacionado, según los estoicos, que es posible establecer una racionalidad, un logos que posibilite al hombre a vivir de forma plena en unidad con la Naturaleza.
El hombre virtuoso, para Séneca es el que participa de la vida política, pero en un imperio, en la tiranía del poder imperial, lo mejor es retirarse a la vida privada (otium). El mayor de los bienes, según el estoicismo, es vivir según la naturaleza. Pero para Séneca, en su obra De otio, la naturaleza nos engendró para la contemplación y para la acción. Retirándose de la vida política se centra en la ciudad común, se convierte en director espiritual y diseña estrategias para dominar las pasiones.

Séneca fue un escritor extraordinariamente dotado, siempre me gustó su obra De brevitae vita, una meditación sobre la brevedad de la vida. Aunque el centro de la discusión no trata de que la vida sea breve, sino qué hacer con ella y en ella. Se trata no de vivir, sino de aprender a vivir, en ello hay que invertir tiempo y requiere toda una vida. El hombre ocioso, emplea el tiempo en sí mismo, los “ocupados” son los que invierten en la vida política. Pero el que emplea el tiempo en sí mismo, el verdadero ocioso, está libre para la sabiduría. Ésta, no es una erudición inútil, tiene una dimensión interior, privada, y pública, siempre que sirva a los demás. Sólo el sabio se convierte en persona virtuosa, ya que se crece en las adversidades, no importa el qué, sino como lo soportes. Superar las pasiones, ahí está la virtud, se consigue con el autocontrol o “ataraxia”, que da lugar a la serenidad del alma, interviniendo en ello la razón.
Boecio en el siglo VI, será realizará la síntesis entre estoicismo y cristianismo. En prisión y entre torturas, escribió su consolación de la filosofía, donde muestra que por medio de la razón, se puede alcanzar la paz del alma. En Spinoza, Pascal, Kant, se pueden encontrar huellas de la moral estoica, con vistas a la consecución de la sabiduría o de la felicidad.
 
Biblioteca de Celso, Éfeso
“¿Vivimos una hora semejante? Cuando Séneca vivía, el hombre era demasiado rico y demasiado pobre; demasiado sabio, lo suficiente para andar perdido en sus saberes. Pero más que perdido, diríamos que andaba despegado. Y más que despegado, desamparado.” Séneca vuelve sencillamente porque le hemos buscado, y no por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy. Vuelve porque le hemos descubierto como en un palimpsesto debajo de nuestra angustia, vivo y entero bajo el olvido y el desdén.
                                                                 Zambrano, María, “El pensamiento vivo de Séneca”

Mystrás, foto de Juan Carlos Velasco