domingo, 3 de noviembre de 2013

LA MIRADA DE ULISES: SÓCRATES



Siguiendo los pasos de Pablo, fueron fructíferos los días que pasamos en Atenas, sus museos, el ágora, la Acrópolis, etc. A todos nos vinieron a la mente los grandes maestros que enseñaron en la ciudad, en la Academia, en el Liceo, etc. Uno de ellos es considerado maestro de maestros, Sócrates. Hace unos años Karl Jaspers escribió una obra importante, se titulaba Los hombres decisivos: Sócrates, Buda, Confuncio, Jesús. Estos fueron los seleccionados en su volumen primero. Hombres, cuya conducta cambió al mundo, aunque no dejaron, salvo Confucio, ninguna obra escrita; ninguno de ellos fue filósofo, no enunciaron proposiciones racionales;  practicaban el despego a los más cercanos, pero insistían en el amor al prójimo, a todos los prójimos; pácticaban la bondad como forma de vida y tuvieron una enorme influencia tras su muerte que todavía hoy perdura.
A pesar de que es una de las figuras fundamentales del pensamiento, es muy difícil llegar al Sócrates histórico, muy idealizado por Platón, Jenofonte, Aristófones, etc. Sabemos que vivió en Atenas en el siglo V a. C, que era tremendamente feo, el primer gran personaje ilustre feo. Nietzsche en su obra El crepúsculo de los ídolos, tomando como fuente a Platón y Jenofonte, afirmaba que era “excesivo, grotesco, caricaturesco..., sus ojo de camarón, sus labios gruesos y su vientre abultado" No sé si tenía barriga, bueno comparando con los atléticas e idealizadas esculturas, tenemos que dar la razón a Nietzsche; pero no sé si en nuestra contemporaneidad pasaría desapercibido.  Pero no nos interesa la apariencia, como decía Platón en el Banquete, no es más que una máscara (prosopon), tal vez, la unión de la sabiduría y lo primitivo del hombre, del logos y el mito. Es lo que se ha llama do la ironía Socratica, también finge ignorancia y falta de pudor. Así Sócrates en sus diálogos se convierte en un gran interrogador (prosopon), en una máscara, un interlocutor que evoca lo que es el prosopon en el teatro. El objetivo es sembrar la turbación, al desconcierto en el alma del interlocutor, o en el lector como hace Platón en los diálogos, que le lleva a la toma de conciencia, a una posición en el pensamiento.

Muchos pensadores han utilizado la máscara, la máscara irónica de Sócrates para enfrentar y desvelar el pensamiento en su contemporaneidad. Recordemos aquí a Kierkegaard y sus obras, todas ellas publicados bajo seudónimos: Víctor Eremita, Johannes Climacus, etc. No se trata del artificio de un editor; estos seudónimos corresponden a distintos niveles: "estético", "ético", "religioso", en los cuales se sitúa el autor, para hablar del Cristianismo. Lo volveremos a encontrar en Nietzsche, como no recordar sus palabras en la obra Más allá del bien y del mal: "Todo espíritu profundo necesita una máscara; es más, una máscara se forma perpetuamente en torno a todo espíritu profundo, gracias a la interpretación continuamente falsa, es decir plana, otorgada a todas sus palabras, a todos sus procedimientos, a todas las manifestaciones de su vida". Es lo que los pensadores han denominado el encanto diabólico de Sócrates.
Su pensamiento es muy amplio y centrado principalmente en la Ética, pero esta semana tenemos reunión de matrimonios, vemos que el primer tema es la felicidad y las Bienaventuranzas. Antes de entrar de lleno en las últimas, que es mejor dejarlo para la reunión de grupo, quisiera analizar, tal vez sin decir mucho, cómo Sócrates abordó el tema de la felicidad.
En el mundo Griego, felicidad es la eudaimonía, que era, el que la había tocado en suerte un daimon custodio bueno y favorable, que garantizaba la vida próspera y amable.
Para entender este concepto en Sócrates, tenemos que partir su rechazo a investigar sobre la Naturaleza y centrarse en el hombre. Es la visión de un hombre enamorado de la vida, así lo percibió Hólderlin (El Rin):
Pero a cada quien su medida
Pesada es la carga del dolor
Pero más aún pesa la felicidad
Hubo un sabio sin embargo
Que supo mantenerse lúcido en el banquete
Desde el mediodía hasta el corazón de la noche
Y hasta los primeros destellos del alba.


¿Cuál es el sentido de la vida? De aquí parte la respuesta de Sócrates sobre la felicidad. Se preguntó por los fines que perseguimos en esta vida, no desde la cotidianidad inmediata, sino desde la globalidad. Esta pregunta ha recibido muchas respuestas desde Sócrates y no deja de ser una de las preguntas hoy en día. Pero las respuestas han sido muy variadas, el placer, el éxito social, los honores y la gloria, el conocimiento, la sabiduría, etc. Para Sócrates la felicidad se hallaba en lo que él llamó, la perfección del alma, la perfección espiritual.
Ya Heráclito, anterior a Sócrates había afirmado, que la felicidad es bien distinta de los placeres. Por su parte Demócrito decía que la felicidad no se tiene en los bienes externos y que el alma es la morada de nuestra suerte.
Sócrates relaciona la felicidad con la virtud (areté), el alma es feliz cuando es virtuosa, cuando está ordenada. Se entiende ordenada a la búsqueda de la verdad, siempre según la virtud de la humildad y la perseverancia.  Así la auténtica felicidad es la salud del alma, y ese orden espiritual o armonía interior es la auténtica felicidad. La virtud, es ya un verdadero premio en sí misma, ya que está es un fin. Para Sócrates, el hombre puede ser feliz en esta vida, a pesar de los momentos malos y difíciles, ya que es él el verdadero artífice de su felicidad o infelicidad.
En el mundo bíblico y más en el Nuevo Testamento, la areté se identificó con la Justicia en la pobreza y en el fracaso. Aunque en la terminología bíblica se utilizó más la palabra bienaventurado (makarios). Era feliz el hombre que confiaba en Dios, este no defrauda las expectativas, incluso en el sufrimiento
Recordemos que los Evangelios relatan que traían a Jesús enfermos en sábado y éste los curaba. Para Jesús, la felicidad de un ser humano tiene prioridad absoluta, por encima incluso de las prescripciones religiosas, como la observancia del sábado. En Marcos nos habla del ayuno de la boda (Mc 2,18-22), Jesús antepone la felicidad de vivir, simbolizada en la fiesta de bodas, a la observancia de una ley naturalmente pesada, como es el caso del ayuno obligatorio. 

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