Juan Antonio Mateos Pérez
El domingo
entramos en tiempo de Adviento, no sólo es un momento en el calendario en el
suceder de la vida de un creyente, es un kairós, un tiempo oportuno y
favorable. No tiene un carácter cuantitativo, es más bien cualitativo, se
comprende mejor al vivirlo que al pensarlo o al escribirlo, es el
tiempo de Dios. Este tiempo corresponde a la economía de la salvación, son
momentos irrepetibles, en continuidad con la historia, pero que transforma y
empuja esa historia, como la encarnación, la pascua y resurrección.
El Adviento
es un kairós, su centro está en la encarnación de Dios, en la presencia
de lo divino en la historia, un Dios que se abaja y está con nosotros
con todas las consecuencias. Este acontecimiento representa la plenitud de los
tiempos, determina el centro de la historia en sentido cualitativo.
El Adviento
tiene su propia historia, ante esa realizad tan importante para un
cristiano que cambia el sentido de la historia y de su existencia, en el siglo
IV se empieza a dedicar unos días a la preparación de la Navidad. En el
concilio de Tarragona, los fieles desde el 17 de diciembre, durante 21 días
debían acudir diariamente a la Iglesia. En el concilio de Tours, los
monjes de la Galia, debía de ayunar todo el mes de diciembre hasta
Navidad. Tanto en Hispania, como en las Galia, este tiempo tenía en su origen
un carácter ascético y penitencial, hasta el punto que llegó a ser
considerado como pequeña cuaresma. Cambiará su sentido en el siglo VI,
cuando es introducido en la liturgia romana, que lo concibió como un tiempo de
gozo y esperanza ante la venida del Señor. Pero el carácter penitencial se
mantendrá en el tiempo (de ahí el color morado de las vestimentas de adviento,
iguales que en la cuaresma). Así en occidente, tendrá un doble sentido, tiempo
de preparar la manifestación histórica de Dios y por otro, el tiempo
escatológico, el fin de los tiempos. Es tiempo de preparación de la Navidad y tiempo
de esperanza y expectativa de la segunda y definitiva venida de Jesús.
Desde el primer
domingo de adviento hasta el 16 de diciembre se resalta más el aspecto escatológico,
orientando el espíritu hacia la espera de la venida definitiva de Jesús. Del 17
al 24 de diciembre, todos los textos de la eucaristía se orientan más
directamente a preparar la Navidad. Serán protagonistas tres figuras
bíblicas: Isaías, Juan el Bautista y María. En Isaías resuena el eco de
la esperanza que anima al pueblo de Israel en tiempos difíciles. Juan el
Bautista es el precursor del Mesías anunciado, prepara sus caminos y
sintetiza toda la historia anterior de Israel. En medio del tiempo de Adviento
se celebra la fiesta de la Inmaculada, ella forma parte del misterio de la
encarnación y redención de Jesús. Se ve en María la imagen de la Iglesia
y esposa de Cristo.
La esperanza
tiene que ver con la salvación, con esa iniciativa de Dios, que da un sentido a
la realidad personal, social y cósmica. Esta esperanza abarca la totalidad de
lo real. Estamos hablando de unos contenidos, que son iniciativa de Dios, no
del hombre, aunque en colaboración con el hombre, que le ha entregado el orden
del mundo. La esperanza, es esperar lo imposible, incluso contra toda
esperanza, esperar a pesar de todo. También nos recuerda nuestra fragilidad y
pequeñez en ese orden que cuidamos poco. La esperanza, no sólo tiene una
dimensión temporal y futura, es una esperanza hacia el otro y al Otro. Apertura
y desvelamiento de Dios y, apertura al hermano y sobre todo a los
que más sufren o han sufrido. La esperanza tiene poder renovador de la vida y
transformador del mundo. Desde aquí, se pone en marcha el dinamismo de la
esperanza, que es fe y caridad. La esperanza impulsada por el amor y la
caridad, a pesar del dolor y del mal, asume y transciende la historia, el
tiempo y la muerte.
Esta
esperanza y lo que significa recibir el don de la Buena Noticia, se resume en
el tiempo oportuno de la Anunciación a María, en un Fiat
de una mujer sencilla de Nazaret. Una mujer que desde niña leía y meditaba la
palabra, los profetas y la esperanza de todo un pueblo. Ella se abandona al
Misterio que la supera y la trasciende, experimenta un encuentro, desde su
libertad, de adherirse al amor de Dios. Puede aceptar que su querer se
identifique con el querer del Otro. Eso es el amor. Te acepto a ti, tú eres mi
Dios. Esa experiencia de anuncio y de respuesta, se da siempre en el tiempo
oportuno, en el Kairós de Dios.
Lento pero viene
el futuro se acerca
despacio pero viene
hoy está más allá
de las nubes que elige
y más allá del trueno
y de la tierra firme
demorándose viene
como flor desconfiada
que vigilara al sol
sin preguntarle nada
lento pero viene
el futuro se acerca
viene con proyectos
y bolsas de semillas
con ángeles maltrechos
y fieles golondrinas
despacio pero viene
sin hacer mucho ruido
cuidando sobre todo
nuestros sueños prohibidos
los recuerdos yacentes
y los recién nacidos
lento pero viene
el futuro se acerca
despacio pero viene
ya casi está llegando
con su mejor noticia
con una estrella pobre
sin nombre todavía
lento pero viene
el futuro real
el mismo que inventamos
nosotros y el azar
cada vez más nosotros
y menos el azar
lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene
lento pero viene
lento pero viene
lento pero viene
Mario
Benedetti, “Lento
pero viene”, Cotidianas (1978-1979)
Amanece en
la ciudad. J.A. Mateos
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