martes, 16 de diciembre de 2014

Mirando un cuadro de Giuseppe Ribera “El Españoleto”



        
Al mirar un cuando, la primera impresión nos llega al corazón en forma de belleza. En un segundo momento, se dirige a valorar la calidad pictórica en su conjunto, analizando los elementos del cuadro, desde el tema a la composición,  el color, la técnica, el estilo. Todo ello en una armonía que hace del espíritu desvelar un mundo, una realidad que se actualiza en la contemplación. Cada cuadro tiene su propia esencia, pero también nos desvela una historia.


Juan Antonio Mateos Pérez
Esa historia, a veces difícil, la podemos observar en el cuadro de la Inmaculada Concepción que preside el retablo de la Iglesia de la Purísima de Salamanca. Aunque el retablo, en un principio fue concebido para el convento de santa Úrsula, pues allí se pensaban enterrar los condes de Monterrey. Pero don Manuel de Zúñiga y Fonseca, conde de Monterrey, virrey de Nápoles, embajador y colaborador de la delegación mariana que pretendía el dogma de la Inmaculada  ante el Papa Gregorio XV, encargará a Giuseppe Ribera el bellísimo cuadro de la Inmaculada Concepción. El encargo del cuadro y como defensor del dogma, cambiará las intenciones del conde y, el cuadro de Ribera se convertirá en el eje y centro fundamental para la construcción de una nueva Iglesia, el convento de las Agustinas Descalzas. De su intención inicial de enterrarse en las Úrsulas, cambió radicalmente y se construirá toda una iglesia alrededor de un cuadro, eso sí, maravilloso.
El misterio de la Inmaculada Concepción, es decir, que desde el instante de su concepción, María fue preservada de toda huella del pecado original, fue declarado dogma de fe en el año 1854, por el papa Pío IX. Posiblemente no supuso una gran novedad, era una realidad aceptada unánimemente por todo el Catolicismo. Había tenido una larga historia de elaboración sistemática y no pocos conflictos entre teólogos y entre el propio pueblo creyente.
Cuando llega el debate a la Edad Media, ya tenía un recorrido en los Santos Padres de Oriente y de Occidente, hablaban de la “espada de la duda” en el momento de la crucifixión. Sofronio de Jerusalén, en el siglo VII dará una nueva sensibilidad al mundo bizantino, llamando a María la “toda pura e inmaculada” elevada por encima de los ángeles, superior a la creación. Desechando la profecía de Simeón sobre “la espada de la duda” en el momento de la muerte en cruz. En la iglesia de Oriente, el debate se agotó en el siglo VII y lo  que hacen los teólogos medievales, es situar la santidad de María en el horizonte de la doctrina agustiniana del pecado original.
Podemos resumir la posición de los teólogos medievales en las posturas de Tomás de Aquino y Duns Scoto. Ambas posturas eran defendidas en pueblos y ciudades por dominicos y franciscanos. El punto clave del debate, no era la santidad de María, que todos defendían, sino el pecado original. La pregunta es si María como ser creado, contrajo el pecado de origen o no. Para santo Tomás, afirmaba que contrajo el pecado original, pero será receptora de la Gracia y redimida en el momento de su nacimiento. Duns Scoto, afirmará que María será una persona verdaderamente redimida “por exención”, de manera excepcional y única desde el momento de su existencia, con lo que no contrajo el pecado original.
Juan Antonio Mateos Pérez

Este debate, llegará a su punto culminante en el siglo XVII, donde la monarquía española de los Austrias, claros defensores de la Cristiandad en su política internacional, incluirán como uno de sus objetivos primordiales, el dogma de la Inmaculada. Carlos V, más preocupado por la reforma protestante deja el asunto en manos de los teólogos, ya que las disputas entre maculistas (dominicos) e inmaculistas (franciscanos), llegaban incluso de forma enconada a las calles de las ciudades, ésto sólo ahondaría en la fisura entre católicos y reformados. El propio Concilio de Trento, estuvo más cerca de negar la doctrina que de aprobarla. Felipe II, defensor de la catolicidad, tenía por estandarte la Eucaristía pero, una fuerte corriente inmaculista estalla en Andalucía, con grandes ceremonias, procesiones y fiestas. Ante esta situación, junto a la Eucaristía, Felipe II defenderá también la Inmaculada Concepción. Para los siguientes monarcas, Felipe III, Felipe IV y Carlos II,  la proclamación como dogma de la doctrina, se va a convertir en la piedra angular de su política exterior en Roma. La correspondencia de Sor María de Ágreda con Felipe IV, hizo crecer en él la importancia de la María como intercesora y abogada de los designios de la monarquía. Los esfuerzos de la diplomacia tendrán su recompensa, cuando el 8 de diciembre de 1661, se consigue del papa Alejandro VII a bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, donde la fiesta de María se refería al primer instante de su vida y por tanto preservada de la mancha del pecado original.
Será en este contexto de exaltaciones y disputas cuando se realice la Inmaculada de Ribera. Y que se disparen los encargos de Inmaculadas en la ciudad de Sevilla y en toda Andalucía,  tomando como modelo la bellísima obra del “Españoleto”.  Es una de las obras culminantes en su género, para algunos, la Inmaculada más bella jamás pintada. Pero también una de las obras maestras del propio pintor, fue un momento de gran colorido, abandonando el tenebrismo gracias a la influencia de la pintura italiana. Toma como modelo y referencia las Inmaculadas de G. Reni y Lafranco, pero fundiendo visualmente la Inmaculada con la Asunción, María asciende a los cielos rodeada de un coro de ángeles. Representa esa hora dorada del mundo, según las visiones de Santa Brígida, donde Dios muestra a los ángeles a esa mujer sin pecado, reconociéndola como Reina del cielo.
De las inmaculadas tradicionales, mantiene lo símbolos de las letanías, que en el siglo XII, san Bernardo aplicó a la Madre de Dios unos versos del Cantar de los Cantares para reafirmar su pureza virginal (Tota pulchra), complementada con otros libros de la Biblia, como el de Eclesiástico, el Génesis o los Salmos. El libro del Apocalipsis (2,1) nos recuerda “la mujer vestida de sol suspendida sobre la luna y coronada por una constelación de estrellas”.
Ribera utiliza todos esos elementos iconográficos, representa a María con los cabellos sueltos resbalando sobre sus hombros, va vestida da con una amplia túnica blanca (elegida de Dios) cubierta con un manto azul (eternidad), con las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud devota, dando ese gesto una sensación de quietud, de inmovilidad, que contrasta con los vuelos del manto. Aparecerá sobre la luna (dominando el tiempo que está bajo sus pies), cercado de un color dorado y coronada de doce estrellas. El Padre entre nubes y ángeles, con el brazo derecho enérgicamente extendido en gesto de sumo beneplácito divino, y debajo el Espíritu Santo en forma de paloma con las alas extendidas en acusado movimiento ascensional. Entre las nubes, y alrededor de María, ángeles y querubines, alguno de ellos rodeados de los símbolos marianos, otros aparecen como suspendidos en el dorado del cielo. Qué símbolos nos propone Ribera: La Virginidad de María (hermosa como la luna llena, espejo sin mancha, fuente sellada, lirios blancos, ciudad amurallada, templo de Dios, huerto cerrado, ramo de olivo –árbol que conserva todo su verdor-); Pureza Inmaculada (luminosa como el sol, rosas, torre de David); intercesora de la humanidad (puerta del cielo, lucero de la mañana).
La obra refleja el amor de Dios a María, abrazando toda su existencia desde el comienzo. Este amor a María nos recuerda que cada hombre es también objeto de ese amor. Dios ama así a María porque quería que su hijo fuera hombre en una comunidad de humana a la que todos pertenecemos y, por la redención tenemos una garantía que su gracia y su amor, es más grande que nuestras limitaciones y pecados. Esto se refleja en María, una persona que no es Dios, pero a la que Dios se da a sí mismo, para convertirla en madre suya y de todos.  La Inmaculada Concepción significa que Dios rodea esa vida humana con fidelidad amorosa. No sólo significa un comienzo bienaventurado y puro, sino un final feliz y lleno de gracia para todos.
Reina, oliva, fuente, cedro,
azucena, ciudad, nave,
torre, paraíso, espejo,
trono, ventana, sol, Madre:
vos sois aquella niña
con que el Señor
el cielo y tierra mira.
(Lope de Vega, El tirano castigado, 1599)
Juan Antonio Mateos Pérez

 


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