Al mirar un
cuando, la primera impresión nos llega al corazón en forma de belleza. En un
segundo momento, se dirige a valorar la calidad pictórica en su conjunto, analizando
los elementos del cuadro, desde el tema a la composición, el color, la
técnica, el estilo. Todo ello en una armonía que hace del espíritu desvelar un
mundo, una realidad que se actualiza en la contemplación. Cada cuadro tiene su
propia esencia, pero también nos desvela una historia.
Juan Antonio Mateos Pérez |
Esa
historia, a veces difícil, la podemos observar en el cuadro de la Inmaculada
Concepción que preside el retablo de la Iglesia de la Purísima de
Salamanca. Aunque el retablo, en un principio fue concebido para el
convento de santa Úrsula, pues allí se pensaban enterrar los condes de
Monterrey. Pero don Manuel de Zúñiga y Fonseca, conde de Monterrey, virrey de
Nápoles, embajador y colaborador de la delegación mariana que pretendía el
dogma de la Inmaculada ante el Papa Gregorio XV, encargará a Giuseppe
Ribera el bellísimo cuadro de la Inmaculada Concepción. El encargo del cuadro y
como defensor del dogma, cambiará las intenciones del conde y, el cuadro de
Ribera se convertirá en el eje y centro fundamental para la construcción de una
nueva Iglesia, el convento de las Agustinas Descalzas. De su intención inicial
de enterrarse en las Úrsulas, cambió radicalmente y se construirá toda una
iglesia alrededor de un cuadro, eso sí, maravilloso.
El misterio
de la Inmaculada Concepción, es decir, que desde el instante de su concepción,
María fue preservada de toda huella del pecado original, fue declarado
dogma de fe en el año 1854, por el papa Pío IX. Posiblemente no supuso una gran
novedad, era una realidad aceptada unánimemente por todo el Catolicismo. Había
tenido una larga historia de elaboración sistemática y no pocos conflictos
entre teólogos y entre el propio pueblo creyente.
Cuando llega
el debate a la Edad Media, ya tenía un recorrido en los Santos Padres de
Oriente y de Occidente, hablaban de la “espada de la duda” en el momento de la
crucifixión. Sofronio de Jerusalén, en el siglo VII dará una nueva sensibilidad
al mundo bizantino, llamando a María la “toda pura e inmaculada” elevada por
encima de los ángeles, superior a la creación. Desechando la profecía de Simeón
sobre “la espada de la duda” en el momento de la muerte en cruz. En la iglesia
de Oriente, el debate se agotó en el siglo VII y lo que hacen los
teólogos medievales, es situar la santidad de María en el horizonte de la doctrina
agustiniana del pecado original.
Podemos
resumir la posición de los teólogos medievales en las posturas de Tomás de
Aquino y Duns Scoto. Ambas posturas eran defendidas en pueblos y ciudades por
dominicos y franciscanos. El punto clave del debate, no era la santidad de
María, que todos defendían, sino el pecado original. La pregunta es si
María como ser creado, contrajo el pecado de origen o no. Para santo Tomás,
afirmaba que contrajo el pecado original, pero será receptora de la Gracia y
redimida en el momento de su nacimiento. Duns Scoto, afirmará que María será
una persona verdaderamente redimida “por exención”, de manera excepcional y
única desde el momento de su existencia, con lo que no contrajo el pecado
original.
Juan Antonio Mateos Pérez |
Este debate,
llegará a su punto culminante en el siglo XVII, donde la monarquía española de
los Austrias, claros defensores de la Cristiandad en su política internacional,
incluirán como uno de sus objetivos primordiales, el dogma de la Inmaculada.
Carlos V, más preocupado por la reforma protestante deja el asunto en manos de
los teólogos, ya que las disputas entre maculistas (dominicos) e inmaculistas
(franciscanos), llegaban incluso de forma enconada a las calles de las
ciudades, ésto sólo ahondaría en la fisura entre católicos y reformados. El
propio Concilio de Trento, estuvo más cerca de negar la doctrina que de
aprobarla. Felipe II, defensor de la catolicidad, tenía por estandarte la
Eucaristía pero, una fuerte corriente inmaculista estalla en Andalucía, con
grandes ceremonias, procesiones y fiestas. Ante esta situación, junto a la
Eucaristía, Felipe II defenderá también la Inmaculada Concepción. Para los
siguientes monarcas, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, la proclamación
como dogma de la doctrina, se va a convertir en la piedra angular de su
política exterior en Roma. La correspondencia de Sor María de Ágreda con
Felipe IV, hizo crecer en él la importancia de la María como intercesora y
abogada de los designios de la monarquía. Los esfuerzos de la diplomacia tendrán
su recompensa, cuando el 8 de diciembre de 1661, se consigue del papa
Alejandro VII a bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, donde la fiesta de
María se refería al primer instante de su vida y por tanto preservada de la
mancha del pecado original.
Será en este
contexto de exaltaciones y disputas cuando se realice la Inmaculada de Ribera.
Y que se disparen los encargos de Inmaculadas en la ciudad de Sevilla y en toda
Andalucía, tomando como modelo la bellísima obra del “Españoleto”.
Es una de las obras culminantes en su género, para algunos, la Inmaculada
más bella jamás pintada. Pero también una de las obras maestras del propio
pintor, fue un momento de gran colorido, abandonando el tenebrismo gracias
a la influencia de la pintura italiana. Toma como modelo y referencia las
Inmaculadas de G. Reni y Lafranco, pero fundiendo visualmente la Inmaculada con
la Asunción, María asciende a los cielos rodeada de un coro de ángeles.
Representa esa hora dorada del mundo, según las visiones de Santa
Brígida, donde Dios muestra a los ángeles a esa mujer sin pecado,
reconociéndola como Reina del cielo.
De las
inmaculadas tradicionales, mantiene lo símbolos de las letanías, que en
el siglo XII, san Bernardo aplicó a la Madre de Dios unos versos del Cantar
de los Cantares para reafirmar su pureza virginal (Tota pulchra),
complementada con otros libros de la Biblia, como el de Eclesiástico, el
Génesis o los Salmos. El libro del Apocalipsis (2,1) nos recuerda “la mujer
vestida de sol suspendida sobre la luna y coronada por una constelación de
estrellas”.
Ribera
utiliza todos esos elementos iconográficos, representa a María con los cabellos
sueltos resbalando sobre sus hombros, va vestida da con una amplia túnica
blanca (elegida de Dios) cubierta con un manto azul (eternidad), con las manos
cruzadas sobre el pecho, en actitud devota, dando ese gesto una sensación de
quietud, de inmovilidad, que contrasta con los vuelos del manto. Aparecerá
sobre la luna (dominando el tiempo que está bajo sus pies), cercado de un color
dorado y coronada de doce estrellas. El Padre entre nubes y ángeles, con el
brazo derecho enérgicamente extendido en gesto de sumo beneplácito divino, y
debajo el Espíritu Santo en forma de paloma con las alas extendidas en acusado
movimiento ascensional. Entre las nubes, y alrededor de María, ángeles y
querubines, alguno de ellos rodeados de los símbolos marianos, otros aparecen
como suspendidos en el dorado del cielo. Qué símbolos nos propone Ribera: La Virginidad
de María (hermosa como la luna llena, espejo sin mancha, fuente sellada,
lirios blancos, ciudad amurallada, templo de Dios, huerto cerrado, ramo de
olivo –árbol que conserva todo su verdor-); Pureza Inmaculada (luminosa
como el sol, rosas, torre de David); intercesora de la humanidad (puerta
del cielo, lucero de la mañana).
La obra
refleja el amor de Dios a María, abrazando toda su existencia desde el
comienzo. Este amor a María nos recuerda que cada hombre es también objeto de
ese amor. Dios ama así a María porque quería que su hijo fuera hombre en una
comunidad de humana a la que todos pertenecemos y, por la redención tenemos una
garantía que su gracia y su amor, es más grande que nuestras limitaciones y pecados.
Esto se refleja en María, una persona que no es Dios, pero a la que Dios se da
a sí mismo, para convertirla en madre suya y de todos. La Inmaculada
Concepción significa que Dios rodea esa vida humana con fidelidad amorosa. No
sólo significa un comienzo bienaventurado y puro, sino un final feliz y lleno
de gracia para todos.
Reina,
oliva, fuente, cedro,
azucena, ciudad, nave,
torre, paraíso, espejo,
trono, ventana, sol, Madre:
vos sois aquella niña
con que el Señor
el cielo y tierra mira.
azucena, ciudad, nave,
torre, paraíso, espejo,
trono, ventana, sol, Madre:
vos sois aquella niña
con que el Señor
el cielo y tierra mira.
(Lope de
Vega, El tirano castigado, 1599)
Juan Antonio Mateos Pérez |
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