sábado, 10 de enero de 2015

La Epifanía y los Reyes Magos



Juan Antonio Mateos Pérez
Partimos de un hecho innegable, que la religión está ahí desde los orígenes del hombre, el hecho religioso acompaña la historia humana en todas sus etapas e interviene en el desarrollo de esa historia humana. La religión es un fenómeno universal, pero en el hecho religioso, a pesar de la variedad, hay una cierta homogeneidad. Entre esos elementos comunes que forman el rostro del hecho religioso está, lo sagrado, el misterio, la actitud religiosa y las mediaciones que las que se hace presente el misterio. Estas se denominan hierofanías o teofanías, manifestaciones de lo sagrado.

En principio Epifanía hacía referencia a la llegada, con gran notoriedad de un rey o un emperador. El mismo concepto servía para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa de ella, una manifestación de Dios. Así en muchas zonas de las iglesias orientales, esta fiesta sería la misma que nuestra navidad. En el cristianismo, Jesús de Nazaret,  en su mensaje, en su vida, en la cruz y la resurrección, se produce la teofanía definitiva de Dios. Así Dios se nos manifiesta en un niño pequeño, en los Magos, en el Bautismo de Jesús, en sus palabras, en la resurrección, etc.
La historia es muy parecida a la Navidad, la cristianización de una fiesta pagana. Nace en Oriente, posiblemente en Egipto donde estaba extendida una fiesta dedicada al  nacimiento del dios Eón, propio de Alejandría que se celebraba entre el 5 y 6 de enero. O bien, con la fiesta de la epifanía de Dionisos o maduración del vino que la literatura relaciona con la vid que ha sido cocida o fermentada. Ya en el siglo II se tiene noticia de una fiesta cristiana, celebrada por las sectas gnósticas el 6 de enero, con la que se conmemoraba el bautismo de Jesús. En el siglo IV estará presente en todo el mediterráneo, desde Jerusalén hasta Hispania. Muy pronto se incluirá en esta fiesta el bautismo del Jesús, interpretado como manifestación solemne de su divinidad. En esta fiesta se centró en muchas iglesias de Oriente, cuando fueron aceptando la fiesta de la Navidad de Occidente. Lo cierto es que las liturgias occidentales han conmemorado en la Epifanía la manifestación de la divinidad en la adoración de los Magos, en el bautismo de Jesús y en las bodas de Caná, lo que se conoce como la tría mirácula.
De todas estas manifestaciones, en la teología popular se ha subrayado mucho la adoración de los magos. Pero los Reyes, que sólo aparecen en el evangelio de Mateo, cultivaron más la fantasía popular que los humildes pastores del evangelio de Lucas. En el protoevangelio de Santiago (siglo II), sólo los magos fueron a rendir homenaje a la cueva de Belén. En las catacumbas, aparecen representados los magos dos siglos antes que los pastores, que no aparecen hasta el siglo IV. Pero los evangelios de la infancia, no tenían una intención biográfica sino teológica, su propósito era presentar en profundidad, la identidad de aquel a quien sus respectivas comunidades reconocían como Mesías y Señor de sus vidas. En el evangelio de Mateo, pretende mostrar que el Antiguo Testamento se cumple en la palabra y obras de Jesús. Diferentes textos del profeta Isaías habla de los Reyes que se postrarán ante Jesús:
Reyes serán tus tutores,
y sus princesas, nodrizas tuyas.
Rostro en tierra se postrarán ante ti,
y el polvo de tus pies lamerán,
y sabrás que yo soy Yahvé;
no se avergonzarán los que en mí esperan (Is 49, 23).
En el capítulo 60 de Isaías encontramos:
…”y los reyes al resplandor de tu alborada.
Alza los ojos en torno y mira:
todos se reúnen y vienen a ti.
Tus hijos vienen de lejos,
y tus hijas son llevadas en brazos.
En la figura de los magos o mejor de los Reyes, Mateo prefiguraba a los cristianos gentiles de su propia comunidad. Estos cristianos, como cualquier cristiano de la actualidad, fueron atraídos a Jesús no desde el judaísmo, sino desde las naciones paganas. Quiere ser un anuncio al mundo entero, a todas las naciones y pueblos.
La imaginación popular y el culto a las reliquias los convirtió a los Magos o Reyes en personajes históricos.  En principio tres, debido a la mención de tres regalos (Mt 2, 11 - y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra...-). Pero aparecen otros números, dos en las catacumbas de los santos Pedro y Marcelino; cuatro en los frescos del siglo IV, en las catacumbas de santa Domitila; y hasta doce (¡con nombres!) en las listas medievales orientales. Incluso aparecieron su reliquias, hoy en la catedral de Colonia. Los cristianos occidentales los llamarán, Melchor, Gaspar y Baltasar, esta tradición se halla en los Excepta Latina Barbari. En el mosaico de la Iglesia de San Apolinar el nuevo en Rávena del siglo VI, aparecen también esos nombres y la alusión a que pertenecen a razas diferentes (representando a las naciones del mundo conocido). Aunque el rey negro tardó mucho en aparecer en el arte.


En San Ireneo en el siglo II y en un himno de san Prudencio  del sigo IV, sobre la Epifanía, se relacionan los regalos con diferentes aspectos de Jesús: El oro con la realeza, incienso con la divinidad, y mirra con el redentor sufriente. Más adelante, la piedad cristiana, los relacionó con la respuesta ante Jesús: El oro simboliza la virtud, el incienso la oración y la mirra el sufrimiento.
Para terminar, nos encontramos que cada cristiano es un Mago,  en busca de la Luz o de la estrella, y guiado por ella en su fe. Difícil tarea, buscar la estrella en medio del mundo y llegar hasta el misterio. Hacerse preguntas, aunque a veces tengan una difícil respuesta, que nos llevan más allá de nosotros mismos, primero al conocimiento y luego transcendiendo nuestro ser más allá. Como los magos, el cristiano se pone en camino y busca caminos, desde la pregunta y a razón, desde la poesía y el arte, desde el corazón y la solidaridad. Pero llegará un momento que en el encuentro con Dios, sobren las preguntas y los caminos, como nos dicen los místicos, sólo será el desprendimiento, la humildad y la adoración. Como esos buscadores de Dios, es posible que volvamos al nuestras tareas cotidianas de la vida a nuestra existencia, por otro camino diferente y más profundo.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado, Proverbios y Cantares






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