En origen Navidad y Epifanía eran
una sola fiesta, la Encarnación del Verbo según nos recuerda el evangelio de
Juan. Pero, No asistimos pasivamente a la Encarnación, ésta es un fenómeno
trastornador para la historia del mundo y para la historia personal de
cualquier creyente. En la Navidad hay relación con la Pascua, pero es
independiente de ella, como comentamos en otra entrada del blog. La Encarnación
es también la llegada de Jesús salvador y liberador, es hacer
presente la muerte y resurrección de Jesús. Por lo tanto, la Navidad es el
punto de partida del sacramento de salvación que tiene su culminación en la
Pascua.
Durante el
siglo IV se organiza el ciclo litúrgico de la Navidad. En Occidente se crea la
memoria del nacimiento de Jesús, la Navidad el 25 de diciembre,
que sustituía a la fiesta pagana del “sol naciente”. En Oriente, la
Epifanía, sustituye a la fiesta que celebraban en esos lugares del dios
“sol”. A principios del siglo V, se empiezan a distinguir las dos fiestas de
contenido diverso. Frente a la fiesta del sol, muy extendida en el paganismo se
propone a Cristo como verdadera luz que ilumina a todo hombre.
La fiesta
surge en Roma, así lo reflejan en sus escritos tanto san Agustín, san Basilio,
como san Juan Crisóstomo. En el siglo IV, ya estaba extendida por el norte de
Italia, norte de África, España, se celebraba en Capadocia y en Antioquía como
una fiesta diferente a la Epifanía, en todos los lugares como influencia de
Roma. Las diferentes disputas sobre las dos naturalezas de Cristo, plasmadas en
los diferentes concilios de la época: Nicea, Éfeso, Calcedonia y Constantinopla
hicieron de la Navidad, sobre todo por obra de san León Magno, la ocasión
para afirmar la auténtica fe en el misterio de la Encarnación. Las
antífonas de la fiesta de Navidad cantaban de forma poética la definición
proclamada por el concilio de Calcedonia (451) y la liturgia proporcionaba
ocasión de enseñar a los fieles cómo entender la Persona divina de Jesús y sus
dos naturalezas completas, divina y humana.
La primitiva
celebración de la Navidad solo incluía una misa que se celebraba en la basílica
de San Pedro a la hora tercia (tercera hora después de salir el sol, sobre las
9 de la mañana), es curioso que en el evangelio de Marcos, la hora tercia fue
el momento de la crucifixión de Jesús. En el siglo V, en el pontificado de
Sixto III, se introdujo la costumbre de celebrar una misa “a medianoche”
en Santa María la Mayor, Basílica del Pesebre. Más tarde se introduce otra misa
“al amanecer” en la Iglesia de san Anastasia. La misa de media noche tiene un
claro paralelo con la vigilia pascual, se centra en el allelluia que
precede al evangelio: “Os traigo la Buena Noticia, os ha nacido el Salvador,
el Mesías, el Señor”. La del amanecer se evoca la adoración de los
pastores, pero se insiste en la alegría de la llegada de un salvador. La
tercera misa, se centra en la palabra hecha carne, cuya venida ha traído la
salvación y es la revelación de Dios a los hombres.
La Navidad,
por lo tanto, no es sólo un recuerdo histórico del nacimiento de Jesús, es más.
Es la actualización, en el misterio, de la salvación que se inicia en la
Encarnación. Esa actualización requiere un encuentro personal con ese Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, que nos lleve a confrontar toda nuestra vida
personal, social, eclesial, cultural con la realidad de Jesús. Este encuentro
nos debe llevar a una decisión, ya que nos encontramos con un tipo de
profundidad humana que nos cuestiona y nos pone ante Dios.
En la
Navidad se celebra la alegría, también el dolor que llegará en el Viernes
Santo, y la alegría última de la resurrección. Celebrar la alegría con
una comida es una realidad cultural y tiene una función central en todos los
lugares del mundo. Comer es el alma de toda cultura, nos vincula al grupo y a
nuestra propia historia. También ha tenido siempre una dimensión religiosa, dar
gracias a Dios por sus dones. Los primeros, cristianos las comidas es el
símbolo esencial de la fe, es un signo de comunión Cristo y de esperanza por la
llegada del Reino. Este “comer con”, pone de relieve la iniciativa de Dios que
invita a todos a la salvación y por otro, a un modo de ser diferente de la
comunidad cristiana, mas reconciliadora y universal. Esperemos que en nuestras
comidas, afiancemos lazos en la familia, seamos conscientes del amor de Dios y
nos abramos a un sentido profundo de lo que celebramos de forma fraterna con
todos. De nuevo ¡Feliz Navidad!
Y tú, señor,
naciendo, inesperado,
en esta soledad del pecho mío.
Señor, mi corazón lleno de frío,
¿en qué tibio rincón lo has transformado?
en esta soledad del pecho mío.
Señor, mi corazón lleno de frío,
¿en qué tibio rincón lo has transformado?
¡Qué de
repente, Dios, entró en tu arado
a romper el terrón de mi baldío!
Pude vivir estando tan vacío,
¡cómo no muero al verme tan colmado!
a romper el terrón de mi baldío!
Pude vivir estando tan vacío,
¡cómo no muero al verme tan colmado!
Lleno de ti,
señor: aquí tu fuente
que vuelve a mí sus múltiples espejos
y abrillanta mis límites de hombre.
que vuelve a mí sus múltiples espejos
y abrillanta mis límites de hombre.
Y yo a tus
pies, dejando humildemente
tres palabras traídas de muy lejos:
el oro, incienso y mirra de mi nombre.
tres palabras traídas de muy lejos:
el oro, incienso y mirra de mi nombre.
José García
Nieto, “Nacimiento de Dios” Del campo y la soledad, 1946
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