Navidad.
Sólo la palabra es ya una cascada de imágenes, referencias y hasta
contradicciones. Quienes fueron dando pasos hasta llegar a la fijación de la
fecha allá por el siglo III no podían pensar en esta inundación total a la que
hemos llegado, desde el Adeste fideles sonando en el Centro comercial
hasta el Rey o el Papa o Presidentes de medio mundo con sus mensajes de
navidad, sin olvidar los conciertos que en estos días se amontonan unos sobre
otros o los grupos cristianos que intentan mantener el espíritu de lo que la
Navidad era cuando fue.
La celebran
por supuesto, aunque con algunas diferencias de fechas por culpa de la reforma
gregoriana del calendario, todas las iglesias cristianas históricas con distintos
aditivos y derivaciones. Y la celebran, también con variantes y a su modo,
todos los países del mundo hasta el extremo más oriental con festejos,
decoraciones y descansos laborales. Y es de justicia destacar la enorme riqueza
artística, sobre todo en literatura, música y pintura, que la Navidad de Jesús
ha inspirado.
Todo esto, y
mucho más, debiera ser suficiente para que cada generación conozca los hechos y
las tradiciones y tenga acceso a su sentido y a sus pretensiones desde la
historia milenaria de occidente. Esto es ilustración y libertad. Tiene su
ironía, por usar de benevolencia al elegir la palabra, que en los espacios
estatales y/o públicos esté mal visto (por los veedores de oficio, que no por
el pueblo) y en algunos prohibido (por los prohibidores de oficio, que no por
la gente), todo acto o referencia a esos hechos que el mundo entero celebra
aunque sea en modos tan diversos como por otra parte no puede ser de otra
manera. Y sucede que mientras, un ejemplo entre dos mil, el Stadhuis de Amsterdam,
aquí Ayuntamiento, coloca varios “belenes” en la ciudad junto otros adornos de
otras procedencias, por aquí nos cuesta más cada año hacer con normalidad ese
elemental homenaje a una historia tan de casi todos y cargada de la humanidad
más limpia que se puede echar uno a la cara de la razón. Así estamos, en un
extraño analfabetismo reaccionario que va y viene y que no acertamos a superar.
Y como
cristiano no puedo menos de destacar, en primera línea aunque sea ya el final,
lo que celebramos, con torpeza pero resistiendo, en estos días, cada uno a su
medida y consigo mismo y junto a los demás en fiestas y celebraciones. Es Dios
mismo que se abaja y se acomoda a nuestra medida, se achica hasta tomar nuestra
pequeña estatura, increíblemente se humaniza hasta la última línea de la
humanidad. Por eso lo del pesebre y de noche y en las afueras y en Belén y en
Judea (¿se puede caer más bajo?) y en la medida de niño más bien pobre… son
rasgos que nos revelan la grandeza de lo que celebramos: Dios con nosotros,
en hebreo Inmanuel, en arameo Amanuel y en castellano Manuel,
en catalán Manel, en asturiano Nel, en valenciano Nelo, en
euskera Imanol, en gallego Manoel, etc… En este nombre está
la historia más bella jamás contada. Ah, aunque la celebremos una noche y un
día, la extendemos como podemos por todos los días del año.
Por eso, aun
sin conocer o aceptar los hechos, estamos todos de fiesta y también por eso no
pocos, intentando celebrar lo que para nosotros significa, estamos también de
fiesta por todo el mundo. Y Fiesta grande.
Y nos
decimos con razón ¡Feliz Navidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario