Los evangelios sinópticos, sólo reconocen la presencia
de las mujeres en la muerte de Jesús. Mateo
nombra “entre ellas” (otras podrían estar presente) a María de Magdala, a
María, la madre de Santiago y José, y a la madre de los hijos de Zebedeo
(Salomé) (Mt 27,55-56). Marcos menciona a María de Magdala, a María, la madre
de Santiago y José, y a Salomé (Me 15,46). Lucas, que ya las había
citado antes del episodio de la cruz, se contenta con decir que “sus conocidos
se mantenían a distancia, y también las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea” (Lc 23,49). Juan sólo señala al pie de la cruz la presencia de la
madre de Jesús, la hermana de su madre, María de Cleofás, María de Magdala y
“el discípulo al que Jesús quería” (Jn 19,25-26).
En el sepulcro, Marcos menciona, a María de Magdala, a
María madre de Santiago, y añade a Salomé (Mc 16,1). Ahí está Salomé,
otra mujer importante que acompañó a Jesús, en la Pasión y fue de las primeras
mujeres que aparecen en la resurrección. Todavía se sigue discutiendo quién era
Salomé, para algunos claramente era la madre de los Zebedeos, natural de
Cafarnaún. Mujer con dinero, dura, con recursos y directa a la hora de defender
a sus hijos. Recordamos que pedía para sus hijos los primeros puestos y
posiciones de privilegio, anteponiendo estas necesidades al propio ministerio.
Mujer ambiciosa, que había logrado una posición social, le costará mucho
entender lo que verdaderamente significaba el servicio.
Esto hizo que Jesús hablara de la verdadera grandeza
del seguidor, el que quiera ser el primero que sirva a su hermano. Pronto lo
comprendió Salomé, la verdadera justicia no es oprimir como hacen los
gobernantes, sino ser el último, ayudar y servir, sobre todo a los más
necesitados. No sólo ella también empezó a seguir a Jesús y es posible que
apoyara económicamente la misión. A veces nos cuesta salir de nuestro propio
cascarón y burbuja, centrado en nuestras ambiciones y vanidades. Tal vez lo
comprendiera mejor con la actitud de Jesús a los más necesitados o a los
enfermos, o bien con sus palabras, el Reino se parece a un grano de mostaza o a
un tesoro escondido, o tal vez a una perla fina aún no hallada.
Salomé parece que era la mayor entre
las mujeres, tenía su papel como mujer madura y se valorará su experiencia para
el grupo. Solía viajar frecuentemente con los discípulos. Modelo de fidelidad,
respetada y admirada por todos. Lloró ante la cruz, por Jesús y por María su
madre. Ella era madre, sabía muy bien que no hay mayor sufrimiento que perder a
un hijo prematuramente y más si es injustamente. Con el corazón encogido Salomé
consoló a Jesús y a su madre. Tal vez en estas lágrimas aprendió e interiorizó
en su corazón que el verdadero servicio es el amor y la misericordia, incluso
por encima del sufrimiento y la muerte.
A veces creemos que nuestro encuentro con Dios es una
mera actitud intelectual, de nuestro propio yo y de nuestro ego y posición de
privilegio. Pero Salomé al lado de la Cruz, nos enseña que hay otros lugares,
como son los momentos de desierto y sufrimiento, la enfermedad, la cárcel, la
aflicción o en cualquier otra situación de desolación, como le pasó a Job.
Cuántas mujeres y hombres de resistencia heroica encontramos hoy, mujeres en
los campos de refugiados de Siria al corazón de África, desde las madres
corajes de américa latina a las que luchan cada día para sacar a sus hijos
adelante con unas monedas de miseria. Nos recordaba Martín Descalzo, que para
muchos hombres y mujeres, todos los días son Viernes Santo. Para ellos, el
mensaje es muy claro. El sufrimiento es devastador, jamás se puede desear, pero
de alguna forma misteriosa puede ser ocasión de un encuentro con Dios que es a
la vez aterrador y supremamente maravilloso, pues Dios es amor, y su amor es
mejor que la propia vida.
Aquí ya no
hay historia ni siquiera leyenda;
sólo tiempo
hecho canto
y la luz que
abre los brazos recién crucificada
bajo ese
cielo siempre en mediodía.
(Claudio Rodríguez, El canto y la luz)
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