Donde no hay amor, no hay verdad
Hace
unos días se cumplió el cincuenta aniversario de uno de los grandes pensadores
del siglo XX, el pensador y filósofo judío Martín Buber. Muere en Jerusalén el
13 de junio de 1965, a los ochenta y siete años, dedica toda su vida a pensar
en la frontera del ser, intentando tocar esa realidad total, la realidad humana
y la realidad de Dios vividas en relación.
Buber nació en Viena en el año 1878, vivirá hasta
los catorce años con su abuelo Salomón Buber, a causa de la separación de sus
padres. Su abuelo era uno de los dirigentes más destacados del movimiento
racionalista de las comunidades judías de la ciudad de Lemberg, el mayor centro
intelectual del judaísmo oriental. Fue instruido por él en el pensamiento judío
y en los grupos jasidistas de inspiración mística. El niño hablaba yiddish
en casa, hebreo en la sinagoga, polaco en la escuela y alemán como lengua
cotidiana, pero será también instruido en la lengua francesa. Estudiará en
Viena, Berlín, Leipzig y Zurich, donde adquirirá una asombrosa formación
filosófica, artística y literaria. En Berlín será alumno de Dilthey y Simmel,
amigo de Marx Scheler, con los que vivirá de primera mano los grandes
movimientos intelectuales de la Alemania de principio de siglo, como el
historicismo y la fenomenología. Realizará su tesis doctoral sobre la mística
del Maestro Eckkart y de Jacob Böhme, en el año 1904.
Una faceta importante de su biografía intelectual
es el descubrimiento del sionismo, cuya fidelidad a dicho movimiento mantiene
hasta el final de sus días. Colaborará y participará en los diferentes
congresos de este movimiento pero desde posiciones críticas, distanciándose del
subrayado político y cultivando los presupuestos culturales, históricos y
religiosos de la identidad judía. Sus estudios sobre las tradiciones místicas
judías, le llevan a publicar Cuentos jasídicos, más tarde publicará
también sobre el misticismo occidental, judío, islámico, indio, chino. Su
postura era dialógica y universalista, proponía un Estado binacional entre
judíos y árabes en armonía y paz. También tenía una gran relación con
pensadores cristianos, abriendo el estudio del evangelio a numerosos pensadores
judíos y los estudios del hebreo a los pensadores cristianos, siendo un
importante hito en este punto.
Además de haber publicado en la revista Der
Jude, entre 1916 y 1924, traducirá al alemán la Biblia, en colaboración
con Franz Rosenzweig. Esa traducción supuso un giro existencial, además de su
belleza, intentaba que el lector, más que leer, pudiera escuchar la palabra
como si fuera dicha hoy para él. Junto con Rosenzweig, creará también la Academia
Judía Libre (Freies Jüdisches Lehrhaus), donde a partir del
ascenso de Hitler al poder, se convirtió en el principal centro educativo para
judíos adultos, debido a la prohibición que tenían los judíos de asistir a las
escuelas públicas. Antes de la Guerra será profesor de Religión Comparada en la
Universidad de Frankfort, ya que se vio obligado a abandonar Alemania en 1938.
Al ser expulsado de la Universidad por las disposiciones establecidas por los
nazis decide emigrar con su familia a Jerusalén, allí será profesor de
Filosofía Social hasta su jubilación en el año 1951.
Serán
un hito en su producción filosófica dos obras: Yo y tú (1923) y Diálogo
(1932), en lo que se ha llamado la filosofía dialógica. Aunque el mismo
comentaba que no poseía una doctrina o una concepción filosófica, aunque su
producción liberaría conducía de la mano del autor al diálogo fluido, queriendo
mostrar algo de esa realidad, lo que no es visto de
forma inmediata. Quiere trasmitir que la realidad humana, no
se reduce al sujeto y al objeto, es diálogo con el otro. Para dominar
toda la realidad el pensamiento necesita transcender las situaciones concretas
realizando un acto elemental de abstracción. Este comienzo de todo pensamiento
lo explica en una de sus obras cumbres Eclipse de Dios.
Esa relación con el otro y el Otro, es el que
confiere todo sentido a la realidad humana. Buber interpretó muy bien, también
nuestro Unamuno, la razón cordial. Para un nuevo comienzo del pensamiento se
necesita el principio del corazón, junto con el de la razón. El
amor se convertirá objetivamente en el criterio del ser y subjetivamente, en el
criterio de la verdad, donde no hay amor, comentaba Buber, no ha verdad.
La relación yo-tú es aplicable al ámbito religioso, en el cual Dios se
convierte en el Tú del hombre. Dios es el tema de Buber, es el tema de todo el
pensamiento universal y esta realidad transcendente se da en el ámbito
del encuentro, no en el ámbito del pensamiento y será por lo tanto una
realidad religiosa y no filosófica.
En nuestro mundo a Dios se le ha reducido a un
mero objeto de discusión, de duda, pero ese tratamiento impide su
presencia real, una relación entre el yo y el Tú. El Ecipse de Dios es
la ausencia de una relación con Él, de un hombre que vive
absolutamente centrado en sí mismo y se vuelve incapaz
de aprehender una realidad fuera de su propio yo. Ese fuerte
narcisismo del hombre actual, replegado en sí mismo recorta la
posibilidad de relación, con el otro hombre y con el propio Dios. También al
absolutizar en nuestra cultura el principio de inmanencia, se ha roto el
principio de toda metafísica, Dios-hombre-mundo. Ahora se plantea sólo la
relación hombre-mundo, ese eclipse hace que se pierda el
contacto con la realidad en su plenitud. Los que sólo ven ese eclipse
quedan abandonados a la muerte y domiciliados en la oscuridad, no hay un Dios
del hombre, sin embargo, Aquel que se piensa con ese nombre vive en la luz de
su eternidad.
El hombre segaba esperas
cortando el césped maduro.
Subía un silencioso monje
por los cipreses oscuros.
Venía el alma a la boca.
La tarde ganaba el muro.
¿Qué Dios es éste que muere,
ausente que siempre busco,
presente en aquel hondón
donde mi yo es todo suyo,
donde termina el vacío,
de mi soledad y el mundo?
Pedro Casaldáliga, “Atardecer”