29, julio, martes: ESTAMBUL
(“Lugar de encuentro de oriente y occidente”)
“Cristo
ha hecho de dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba” (Ef 2, 14)
Visita al Palacio de Dolmabache –
Paseo en barco por el Bósforo – Almuerzo (restaurante frente al Mar Negro) ––
Visita detenida a San Salvador in Chora – Iglesia Pammakaristos –
La primera
visita de la mañana fue el palacio de Dolmabahçe, pero antes de comentar alguna
cosa de este palacio de Estambul, partimos del libro del peregrino, página 62 -
65, de la primera oración del día.
“Cristo
ha derribado el muro que separaba dos pueblos”
(Ef 2, 14)
Ambientación
Estambul es una ciudad singular:
con una parte de su territorio en Europa y otra parte en Asia, es punto de
encuentro de dos continentes; que es tanto como decir, de dos mundos, con
historias, culturas y modos de ser muy distintos. De esta forma, se presenta
hoy ante nosotros como una parábola, que nos invita a reflexionar sobre el
proyecto que Dios ha ido desarrollando en “la Historia de la Salvación”, para
reunir a todos los pueblos.
En la lectura y comprensión
de esta Historia de Salvación tuvieron un papel decisivo unos personajes
históricos concretos que identificamos con el nombre de “Santos Padres”. A su
memoria añadimos agradecidos los nombres de todos los Santos Padres que nos
transmitieron una fe sabiamente enriquecida por su reflexión y su santidad.
Palabra de Dios
“Vosotros, los paganos de nacimiento, los llamados
incircuncisos por los que pertenecen a la circuncisión, recordad que en otro
tiempo estuvisteis sin Cristo, ajenos a la
Alianza y su promesa, sin esperanza y sin Dios. Ahora, en
cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos,
os habéis acercado.
Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos
pueblos uno solo destruyendo el muro de enemistad que los separaba. Él ha
anulado, en su propia carne, la ley con sus preceptos y normas. Él ha creado en
sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz. Él ha
reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio
de la cruz y destruyendo la enemistad.
Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para
vosotros, los que estabais lejos y paz también para los que estaban cerca;
porque gracias a Él unos y otros, unidos en un solo Espíritu, tenemos acceso al
Padre. Por tanto, ya no sois extranjeros o advenedizos, sino conciudadanos dentro
del pueblo de Dios. Sois familia de Dios, estáis edificados sobre el cimiento
de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular, en
quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo
consagrado al Señor, y en quien también vosotros vais formando conjuntamente
parte de la construcción, hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, morada de
Dios.”
(Efesios 2, 11-22)
El Palacio de Dolmabahçe fue el
primer palacio de estilo europeo (neobarroco) en Estambul. Fue construido en
tiempos del sultán Abd-ul-Mejid I, entre 1843 y 1853, con un coste de cinco
millones de libras de oro otomanas, el equivalente de treinta y cinco toneladas
de oro. Catorce toneladas fueron usadas únicamente para adornar el techo en el
interior del palacio. La mayor araña de cristal de Bohemia, un regalo de la
reina Victoria, está en la estancia central. La araña tiene setecientas
cincuenta lámparas y pesa cuatro toneladas y media. El Dolmabahçe tiene la
mayor colección de candelabros de cristal de Bohemia y Baccarat; también la
Escalinata de Cristal posee balaustres de cristal de Baccarat. Bueno ya lo
vimos, un exceso. Como buen admirador.
Abd-ul-Mejid I, sucedió en el
trono a Mahmut II. Destaca a su llegada al trono la realización, en 1839, de la
carta de Gulhané por la que se otorgaba la igualdad a todos los súbditos
civiles del imperio. Con ello el Imperio entra en una época de reformas
(Tanzimat), con reformas en el campo de la justicia, las finanzas, la
administración y el ejército. Como buen admirador de occidente, no sólo amuebla
a la europea el palacio, sino que rompe hábitos, normas y protocolos
tradicionales, promovió también la moda europea en el vestido, donde pantalones
y calzados occidentales, sustituirán a túnicas y turbantes.
El sitio de Dolmabahçe fue
originalmente una bahía en el Bósforo que fue utilizado para el anclaje de la
flota otomana. La zona fue recuperada gradualmente durante el siglo XVIII para
convertirse en un jardín imperial, muy apreciado por los sultanes otomanos. Se
construirán pequeños palacios de verano y pabellones de madera se durante los
siglos XVIII y XIX. Anteriormente, el sultán y su familia habían vivido en el
Palacio de Topkapi, pero como era un palacio medieval y carecía de un estilo moderno,
de lujo, y confort, en comparación con los palacios de los monarcas europeos, Abd-ul-Mejid
I decidió construir un nuevo palacio moderno cerca del sitio del antiguo
Palacio Beşiktaş, que fue demolido. El proyecto fue realizado por los
arquitectos Garabet Balyan , su hijo Nigoğayos Balyan y Evanis Kalfa, miembros
de la familia Balyan, arquitectos de la corte otomana. Los enormes gastos, supusieron
una enorme carga para las arcas del Estado y contribuyó al deterioro de la
situación financiera del Imperio Otomano que finalmente se deslizó en la
bancarrota del Estado.
El Palacio de Dolmabahçe fue el
hogar de seis sultanes desde 1856, cuando fue habitada por primera vez, hasta
la abolición del califato en 1924. El último rey de vivir aquí era califa
Abdülmecid Efendi. Una ley que entró en vigor el 03 de marzo 1924 transfirió la
propiedad del palacio al patrimonio nacional de la nueva República de Turquía.
Mustafa Kemal Atatürk, el fundador y primer presidente de la República de
Turquía, utilizó el palacio como residencia presidencial durante los veranos y
promulgaron algunas de sus obras más importantes aquí. Atatürk pasó los últimos
días de su tratamiento médico en este palacio, donde murió el 10 de noviembre
de 1938.
El diseño del palacio contiene
eclécticos, donde se mezclan el barroco, rococó y neoclásico, con la
tradicional arquitectura otomana para crear una nueva síntesis. El diseño
palacio y decoración reflejan la creciente influencia de los estilos europeos y
las normas sobre la cultura y el arte otomano. El palacio se divide en tres
zonas. Por un lado, el Mabeyn-i Hümâyûn (o Selamlık; las habitaciones
reservadas a los hombres), el Muayede Salonu (las habitaciones ceremoniales) y
el Harem-i Hümâyûn (el Harén; que incluía los apartamentos de la familia del Sultán).
La zona del Palacio abarca 45.000 m² (11,2 acres) y posee 285 habitaciones, 46
salones, 6 cuartos de baño (hamam) y 68 toilets. La famosa Escalinata de
Cristal tiene forma de doble herradura y fue construida con cristal de
Baccarat, latón y caoba. El palacio tiene gran número de alfombras de Hereke,
elaboradas en la Fabrica Imperial de Hereke.
Una visita al Palacio Dolmabahce
comienza en el Salón Medhal. Las habitaciones principales de la Medhal dan
tanto hacia el mar y como al interior.
Las habitaciones que dan al mar fueron utilizados por los líderes otomanos
funcionarios, el Gran Visir y los otros ministros de Estado, mientras que las
habitaciones que dan al interior, fueron utilizados por varios administradores
del palacio y el Estado.
Los huéspedes, tenían primero
esperar en esta sala y, luego se les conducía dentro en el momento adecuado por
un oficial de protocolo de palacio. Al entrar en la Medhal, uno ve las tablas
Boulle en ambos lados de la sala, que llevan el monograma del sultán Abdülmecid
en la parte superior. El monograma real del sultán también está en la chimenea.
La araña que cuelga en el centro de esta sala, tiene sesenta brazos.
La segunda habitación después de
la Medhal a la derecha es el Salón de la Secretaria, también se la conoce como
la Sala de mosaico. La pintura más grande que se encuentra en el palacio está
en esta sala, es una representación de la Procesión Surre, por Stefano Ussi. Surre se utiliza para
referirse a las caravanas que viajaban de Estambul a La Meca durante el mes
religioso Ramadán.
Desde allí, fuimos a dar un paseo
en barco por el Bósforo. El Bósforo es un estrecho que conecta el Mar Negro con
el Mar de Mármara, separando Estambul en dos partes: la europea y la asiática.
La longitud total del estrecho es de 30 kilómetros y la anchura va desde los
700 metros hasta los casi 4 kilómetros de la salida al Mar Negro. Para cruzar
el estrecho hay dos puentes: el Boğaziçi (al sur) y el Fatih Sultan Mehmed (al
norte). Ambos tienen una longitud muy similar de algo más de un kilómetro. La
encrucijada de mares y continentes que confluyen en el estrecho del Bósforo fue
determinante a la hora de establecer la ubicación de Constantinopla.
Partimos viendo la ciudad
histórica con la silueta de sus mezquitas y Santa Sofía, según nos adentramos, hacia
el Mar Negro, los 30 kilómetros del estrecho se convierten en un verdadero
espectáculo en el que se combinan fastuosos palacios (Yalis) construidos por la
elite otomana durante los siglos XVIII y XIX, jardines exuberantes, casas muy
bien puestas, así como pequeños pueblos que parecen continuar la ciudad.
Pasamos de nuevo por el Palacio de Dolmabahçe, y nos sorprendió el barrio de Ortakoy, con su
atractiva mezquita junto al mar. El crucero llegó hasta el castillo de Rumeli
Hisari.
A la vuelta, con Estambul al
frente, ANTONIO, como buen rapsoda, recitó como nadie el poema de Espronceda. La canción del pirata. Todos la
sabemos de memoria, pero meditada, nos recuerda esa ansia de libertad personal
y la figura del ser humano pleno en su holgura vital.
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allá a su frente Estambul:
-Navega, velero mío,
sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río:
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento,
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única
patria, la mar.
Junto a las
murallas de Estambul, siguiendo la anarquía de las calles, en un desorden
resistente a cualquier clasificación, nos encontramos con un lugar realmente
bello y con una gran profundidad teológica en su representación pictórica y
estética. Allí pudimos contemplar uno de los más bellos ejemplos de Iglesia
bizantina que pueda contemplarse en la actualidad, el monasterio de Salvador
de Cora (hoy sólo iglesia) o del Campo, ya que la iglesia estaba en un
principio extramuros de la ciudad de Constantinopla. Después de santa Sofía,
san Salvador es uno de los grandes espacios cristianos y artísticos de
Estambul. Es considerado como el culmen de la teología iconográfica de la
resurrección, junto al icono de la Trinidad de Andrej Roublëv.
La
primitiva iglesia estaba formada por una única planta cuadrada, con un nártex y
un ábside semicircular. Teodoro Metoquita le hizo añadir el exonártex y el
parakklesion, encargando también la decoración de mosaicos y frescos, que
fueron realizados entre 1305 y 1320. El autor fue ministro de Andrónico II, un
gran humanista, maestro Gregorás y uno de los mayores partidarios de la unión
entre la iglesia católica y ortodoxa. Teodoro Metoquita, que se hace
representar en el tímpano del nártex ofreciendo la maqueta del proyecto a la
Virgen y con la cabeza cubierta por un gran gorro oriental que llevaba el
distintivo de su cargo. Al restaurar el monasterio de Cora, incluirá un
hospital y un comedor de beneficencia y se construirá su propio palacio al
lado. Pero no queda nada del palacio, ni del monasterio, sólo la iglesia, hoy
convertida en museo.
La Anástasis
(resurrección), parece que está influido por los doce capítulos del descenso
de Cristo a los infiernos, refundidos con las actas de Pilatos, dando
lugar al evangelio de Nicodemo. Los pocos textos del canon, son escasos
y difíciles de interpretar (1 Pe 3,19s.; 4,6; Ef 4,9; Rom 10,7; Mt 12,40; He
2,27.31). El Speculum historiale de Vicente de Beauvais y la Leyenda
Dorada difundieron el relato del Evangelium Nichodemi en época bajomedieval.
El descenso a los Infiernos, fue un tema de reflexión y de utilización
en la liturgia medieval, sobre todo la Oriental, le concede un gran
protagonismo en el oficio del sábado santo y en la liturgia dominical. Pero no
faltan referencias al tema en Occidente, sobre todo liturgia galicana e
hispánica son especialmente ricas en referencias al misterio de la bajada al
infierno. El viejo rito hispano multiplica las menciones en las oraciones
eucarísticas del tiempo pascual y en los ordines de la liturgia funeraria.
En estas obras
finales de Salvador in Cora, se optó por el fresco, bastante más barato, pero
con una gran riqueza cromática y un dibujo muy cuidado que reflejan una enorme
emotividad. Expresan movimiento y hay una ausencia de frontalidad de otras
épocas, con lo que muchos autores las han comparado, con lo que en ese momento
estaba produciendo Guiotto en la capilla Scroveni de Padua.
El tema de
conjunto de la iglesia era la salvación de la humanidad, que se manifiesta
principalmente, en los milagros de Jesús, en el Juicio Final, y sobre todo en
la Anástasis, que preside el ábside. Jesús con túnica blanca, rodeado de una
luminosa mandorla, en medio de la oscuridad, toma de las muñecas Adán y Eva,
sacándolos del Sheol, rompiendo las puertas del infierno y llevándolos hacia la
vida.
Un autor
ortodoxo (O. Clement) comenta este icono: “Cristo desciende a los
infiernos para destruirlos; es de una blancura relampagueante, pero ahora ya no
está en el monte de la transfiguración sino en el abismo de la angustia y de la
asfixia tenebrosa. Uno de sus pies, con un gesto de increíble violencia, rompe
las cadenas de este mundo. La otra pierna, con un movimiento de danza, de nado,
empieza ya a subir de nuevo, como el nadador que después de haberse zambullido
en el fondo, toma fuerzas para regresar al aire y a la luz. Pero es Él el
aire y la luz. El aire y la luz son irradiados en su rostro en el fulgor del
Espíritu Santo y ahí está su gesto liberador: con cada mano Cristo agarra al
Hombre y a la Mujer. Y no por la mano, porque la salvación no se negocia, se
da. Así, los arrastra fuera de sus tumbas. Ninguna sombra, todo rostro
tiene la luz del infinito…, ninguna separación, todos los rostros son llamas
del mismo fuego. Y la finalidad no es la de conseguir la inmortalidad del
alma, porque inmortales ya son las almas en el infierno. Cada rostro es de
esta tierra, pero de esta tierra que ya ha sido plasmada con el cielo…”
Toda
experiencia religiosa, tiene su mejor expresión en la razón simbólica.
Es cierto, es una labor de traducción de algo que nos transciende, de lo
intraducible, de lo indecible. Pero es uno de los mejores medios para expresar
la experiencia humana con lo transcendente. Un ejemplo de esto está, en la
excelente interpretación de la bajada a los infiernos que nos realizó el
J. Ratzinger, en obra Introducción al Cristianismo. En la revelación
cristiana habla el Dios de la palabra, pero también el Dios del silencio. El
teólogo interpreta como la bajada de Jesús a la soledad radical al
afrontar lo más recóndito de la existencia humana, la muerte real. Nos
recuerda que el silencio de Dios, es parte de la revelación. Estamos
acostumbrados al Logos, Dios es palabra, pero con eso no hemos de olvidar la
verdad del ocultamiento permanente de Dios, sólo si lo experimentamos como
silencio, podemos esperar escuchar un día su palabra que nace del silencio.
La muerte es la soledad absoluta, es una puerta por la que tenemos que pasar
solos. Así se comprende que la palabra Sheol, en el Antiguo Testamento
se utiliza tanto para designar la muerte como el infierno. No es el mundo del
no ser, es el mundo de la muerte ¿Pero qué es la muerte? Nadie lo sabe.
En el grito de Jesús en la cruz o en su pasión en el huerto, no nos habla sólo
del dolor físico. Más allá de ese dolor físico, está ese abismo de la
muerte, donde se vive la más angustiosa soledad, el completo abandono,
donde no llega ninguna voz, es lo más alejado de la vida. Es la región de la
angustia, donde el ser del individuo choca con lo imposible, la imposibilidad
de ser, de la soledad radical.
El hombre en su
esencia, no puede estar solo, necesita compañía, es un ser social. En su
soledad más profunda, el hombre tiene miedo, no de algo, se angustia en su
propia soledad, tiene miedo de su propio ser, al terror de la historia, a la
inseguridad de su existencia. Miedo que no se puede superar con la propia
razón. Sólo se puede vencer, con la presencia de alguien que le ama.
Si en su soledad y abandono, nadie pudiera dirigirle una palabra, una mirada,
una mano tendida de amor, estaría en una auténtica soledad radical. Esa
soledad, se podría perfectamente llamar infierno. Sólo hay infierno en el
encerramiento en sí mismo, en los egoísmos y en los abandonos de sí. En lo
más profundo de nuestra existencia mora el infierno, la desesperación, la
soledad inevitable y terrible. En esa soledad, el amor, la palabra no
pueden entrar. La muerte, es la puerta definitiva, donde ni palabra, ni amor
son posibles de forma irreversible.
En la cruz y
con el grito terrible, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”,
Jesús supera esa soledad radical e irreversible, la noche oscura y terrible del
espíritu, el desgarramiento del corazón, la duda más profunda y la tremenda
tentación de la desesperación. De su corazón surge una oración, el
inicio del salmo 22, en el que Israel doliente, torturado y humillado le grita
a Dios con desesperación su desgracia. En su pasión Jesús penetró en el
abismo de nuestro abandono, bajó al sheol, a los infiernos, y llevó la
palabra allí donde no hay voz. Con él lleva a Adán y a Eva, símbolos de la
humanidad entera, la muerte deja de ser infierno y ahora mora el amor y
la vida. La bajada de Dios al silencio, al oscuro silencio de la ausencia, ya
no conduce a la soledad y al sinsentido. Con la muerte de Jesús, se han abierto
las puertas del Sheol, se han abierto los corazones, se han abierto las
sepulturas, en ellos habita el amor y la esperanza.
Me dices que
ansías
mi soledad
cuando soy
yo el que ansía
la tuya.
Suponemos
que en nuestras soledades
escuchamos
voces llenas de secretos,
músicas
turbadoras que nos llevan
el uno al
otro.
Pero la
soledad es una música
que duele:
nos araña la
mente y nos llena
de sed el
alma,
y nos aleja
y nos aleja
Antonio
Colinas, “Signos de la piedra XIV” de u obra Canciones para una música
silente. Madrid, Siruela, 2014.
La Iglesia de Pammakaristos, también conocida como Iglesia de
la Bienaventurada Madre de Dios (Theotokos Pamakaristos), se convertirá
posteriormente en Mezquita después de la Conquista turca y hoy día es en parte
museo. El paraclesion (capilla lateral anexa) constituye una de los ejemplos
más sobresalientes de la arquitectura del tiempo de los emperadores Paleólogos
y contiene la mayor cantidad de mosaicos bizantinos en Estambul después de
Santa Sofía y la iglesia de San Salvador in Cora.
La mayoría de los estudiosos
coinciden en que la iglesia fue construida entre los siglos XI y XII. Muchos
historiadores y arqueólogos consideran que la estructura original del templo
puede atribuirse a Miguel VII, Ducas (1071-107), mientras que otros retrotraen
su fundación al período de los emperadores Comneno. Incluso se ha sugerido la
existencia de una iglesia anterior, del siglo VIII. En tiempo de los primeros
emperadores Paleólogos se añadió por el lado sur un paraclesion o capilla
lateral dedicado a Cristo como Verbo (Christos ho Logos). El pequeño santuario
fue erigido poco después del año 1310 por Martha Glabas en recuerdo de su
difunto esposo, Miguel Tarchaniotes Glabas, general y protostrator del
emperador Andrónico II Paleólogo. Una elegante inscripción dedicada a Cristo,
escrita por el poeta Manuel Files, recorre el interior y el exterior de la
capilla.
Después de la conquista de la ciudad en 1453, la iglesia fue utilizada
como un convento de monjas y luego se convirtió en la sede de Cristiano
Patriarcado Ortodoxo desde 1455 hasta 1587. En 1590, la iglesia Pammakaristos
se convirtió en una mezquita con el nombre Fethiye (conquistador), en Para
conmemorar la conquista de Georgia y Azerbaiyán por los otomanos bajo el
reinado del sultán Murad III durante la guerra de Irán.
El edificio original era una iglesia de una nave principal, con dos
deambulatorios laterales, tres ábsides y un nártex en el lado occidental. La
conversión de la iglesia en mezquita conllevó una importante transformación del
edificio. Los arcos que conectaban la nave principal con los deambulatorios
fueron sustituidos por arcadas más anchas para dar mayor amplitud a la nave.
Los tres ábsides fueron derribados y en su lugar se construyó al lado oriental
un espacio abovedado, en posición oblicua con relación al eje de orientación
del edificio.
El paraklesion constituye la
edificación más hermosa de su época en Constantinopla. Es típica su planta de
cruz inscrita en un cuadrado con cinco cúpulas, pero la proporción entre las
dimensiones vertical y horizontal es mucho mayor de lo habitual. El
revestimiento interior de mármol ha desaparecido en su mayor parte, pero se
conservan los restos restaurados de mosaicos bizantinos, que constituyen una
importante fuente para el conocimiento del arte bizantino tardío, aunque no
sean tan variados ni su estado de conservación tan bueno como los de la iglesia
de Salvador in Cora. Bajo la cúpula principal se encuentra una representación
del Cristo Pantocrátor rodeado de profetas del Antiguo Testamento. En el ábside
se muestra el Cristo Hyperagathos (Misericordioso) junto a la Virgen María y
san Juan Bautista. Al lado derecho de la cúpula se encuentra intacta la
representación del bautismo de Cristo.
Terminamos con el libro del peregrino, pág. 149
Mensaje del Apocalipsis
¡Aleluya!
Dios ha establecido su Reino
“Después
de esto oí en el cielo la voz
de una
gran multitud que decía:
¡Aleluya!
La
victoria, la gloria y el poder
pertenecen
a nuestro Dios,
porque
sus sentencias son objetivas y justas,
Después
continuaron diciendo:
¡Aleluya!
El humo
de su incendio sigue subiendo
por los
siglos de los siglos.
Entonces
los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cayeron de rodillas y
adoraron a Dios, que está sentado sobre el trono, diciendo:
Amén.
¡Aleluya!
Y una voz
que salía del trono, decía:
Alabad a
nuestro Dios
todos sus
siervos, todos sus fieles,
pequeños
y grandes.
Luego oí
como una voz de potentes truenos, que decía:
¡Aleluya!
El Señor,
nuestro Dios, el todopoderoso,
ha establecido su reino.
Gocémonos y alegrémonos,
y démosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero.
Su esposa está ya preparada,
Vestida de lino fino, limpio y brillante.
Entonces alguien me dijo
«Dichosos los invitados
al banquete de las bodas del Cordero».
Y añadió: «Estas palabras de Dios dicen la verdad».
(Apocalipsis 19,1-9)