domingo, 23 de noviembre de 2014

El caso Flew y la existencia de Dios

SalamancaRTV al Día

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Lo esencial del lenguaje religioso es la palabra, una palabra que se sitúa más allá de las realidades aparentes. Una palabra criticada, el lenguaje religioso provoca críticas, que se hicieron muy evidentes con el “giro lingüístico”, donde las afirmaciones éticas, estéticas y religiosas fueron examinadas en profundidad. Uno de sus mayores críticos fue Antony Flew. No nos sorprendió el  ateísmo de A. Flew, sino su conversión y pasar a defender la existencia de Dios. Cuando fuimos estudiantes de Filosofía de la religión era un reto y un esfuerzo de comprensión los postulados y afirmaciones de la filosofía verificacionista, con sus grandes nombres: A. Flew, Braithwaite, R. Hepburn, Th. McPherson o MacIntyre, todos ellos bajo la influencia de Wittgnestein; pero también estaban las sustanciosas respuestas y búsquedas R. M. Hare, J. Hick o B. Mitchell.
http://salamancartvaldia.es/upload/img/periodico/img_144868.jpgAntony Flew fue un personaje muy curioso, hijo de un ministro metodista, nació en Londres en el año 1923, se forma en las escuelas Santa Fe en Cambridge, seguido por la Escuela Kingswood. Durante la Segunda Guerra Mundial, estudia  japonés en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, Universidad de Londres; y fue miembro del servicio de inteligencia en la Real Fuerza Aérea. Hizo su doctorado con Gilbert Ryle, tras lo cual trabajó como profesor de filosofía en Christ Church, Oxford. De 1949 a 1950. De 1950 a 1954, fue profesor de filosofía moral en la Universidad de Aberdeen; y luego, se convirtió en profesor de filosofía en la Universidad de Keele en Staffordshire, donde permaneció hasta 1973; momento en el que se trasladó a la Universidad de Reading. Se retiró en 1983, y ocupó un puesto a tiempo parcial en la Universidad de York, Toronto.


Siguiendo la línea del positivismo lógico, Flew no afirmaba directamente la inexistencia de Dios, ni la imposibilidad de demostrarla, sino la misma falta de significado de la afirmación de su existencia. El argumento consistía en desarrollar una parábola, propuesta anteriormente por otro filósofo, John Wisdom, acerca de un "jardinero invisible". Pero la versión que se hizo más popular fue la suya:
Un día llegan dos exploradores a un rincón roturado en medio de la jungla. Uno de los exploradores dice: - Habrá un jardinero que cuida de este rincón-. Pero el otro no está de acuerdo: - No hay ningún jardinero-. Y así plantan sus tiendas y montan la guardia. No aparece ningún jardinero. – Quizá es un jardinero invisible-. Entonces los dos ponen una barrera de alambre espinoso y la electrifican. La búsqueda es encomendada a dos perros policías. (Recuerdan como el “hombre invisible” de H. G. Wells podía ser advertido por el olfato y ser tocado, pero no visto). Pero ningún grito y hace pensar que ningún intruso haya recibido una descarga eléctrica. No se notan movimientos del alambre espinoso que puedan denunciar a un trepador invisible. Los perros permanecen en silencio. Todavía el creyente no se convence: -Es un jardinero invisible, intangible, insensible a las descargas eléctricas, un jardinero que cuida secretamente el jardín de sus amores-. Por fin, el escéptico se desespera: -Pero ¿qué queda de tu afirmación originaria? Ese jardinero que tú consideras invisible, intangible, eternamente esquivo, ¿en qué se diferencia de un jardinero imaginario o incluso de ningún jardinero?.
La existencia de un jardinero, de un Dios, tras una serie de retiradas estratégicas ante los asaltos del principio de falsación, no dice realmente nada. El profesor M. Fraijó  comentaba, si no hay nada incompatible con el contenido de una proposición, ésta sucumbe a “la muerte de las mil calificaciones”. Y este es, según Flew, el trágico destino de las proposiciones teológicas. Comienzan afirmándolo todo y terminan no diciendo nada. La afirmación de la existencia de Dios, al no resistir la verificación empírica, termina no significando nada.
¿Qué tendría que ocurrir para que dejásemos de creer en Dios? Crombie, como hombre religioso le respondería: “Nada, porque a nosotros no nos toca nunca ver el cuadro en su totalidad”, ya ningún aspecto de la vida se nos presenta en su totalidad. Hay muchos tipos de lenguaje, como en la música, la poesía, que nos abren al sentido y al ser. La teología insiste en que el lenguaje religioso posee siempre implicaciones cognoscitivas. Pero debemos ser conscientes que lo intencional no siempre acaba en realidad. Así la realidad de Dios, como postulado de coherencia, deberá ser distinguible de las afirmaciones que se realicen sobre ella. Hoy la teología, no se cierra en sus afirmaciones, se confronta con el mundo y con otras ciencias, intentan iluminar la existencia humana y explicarla mejor. Pero su verificación, es una verificación indirecta, Dios no es objeto directo de verificación. Es verificable, las tradiciones religiosas que hablan de Él, el hombre que se debate en la pregunta por su existencia o por el más allá, la fe en Dios, que ha ayudado a vivir con dignidad y con esperanza. La realidad de Dios. Pero un cristiano no habla sólo desde la razón, también desde la fe, desde la cadena de testimonio y sentido de otros creyentes que nos han precedido. Para un cristiano, la encarnación en Cristo y su cruz, es la verificación de Dios, en cuanto amor, perdón y libertad. Un amor que no viene sólo anunciado desde fuera, sino de la profundidad silente de la interioridad.


http://salamancartvaldia.es/upload/img/periodico/img_144867.jpgMe temo que en su vejez, Antony Flew afirme que Dios existe, pero no es el Dios personal de cualquier creyente, sino más bien el del motor inmóvil de Aristóteles, o bien una inteligencia fundante como creen los deístas. En una conferencia multitudinaria, que celebró en la Universidad de Nueva York en el 2004, los asistentes quedaron sorprendidos cuando Flew anunció que para entonces ya aceptaba la existencia de Dios y que se sentía especialmente impresionado por el testimonio del Cristianismo.  Hoy podemos leer y estudiar ese itinerario, ya que su obra se ha traducido al castellano: Dios existe. Madrid, Trotta, 2013 (2012).
Un punto de partida en su obra fue el debate con importantes ateos y teístas en los años 70 y 80. Es importante subrayar los debates con Ricarhd Swinburne, uno de los grandes partidarios del teísmo desde la razón, que defiende el concepto de un espíritu omnipresente e incorpóreo. (Sus obras se han traducido en la editorial San Esteban). También entra en diálogo con Graig o con Plantiga, poco a poco fue cambiando su concepción acerca de ofrecer una noción coherente de Dios y llegando a unos planteamientos deístas.
Un segundo momento de su itinerario fue analizar que la ciencia moderna apareció en el seno de la religión cristiana, de la mano de autores que no sólo se consideraban cristianos, además tenían un importante interés por lo religioso. En este aspecto se rompe el tópico tan extendido en la actualidad, a más ciencia menos religión, el enfrentamiento entre fe y religión, creo que es un campo superado en el ámbito filosófico. La ciencia moderna, da una visión del mundo teológica, la naturaleza era una obra creada por Dios y que había generado en ella unas leyes a las que se podían acceder por la mera razón. La dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que han surgido de la materia. Por último, La misma existencia de la naturaleza.
 Flew se pregunta cómo llegaron a existir esas leyes de la naturaleza, la existencia de la vida a partir de lo no vivo y como  llegó a existir el universo. La idea de un universo racional y organizado, matemáticamente preciso es lo que sugiere la existencia de un Diseñador cósmico. Esta idea ya la sugirió Einstein en su “la razón encarnada”. Esta idea de las leyes naturales que también llamó la atención a otros científicos como Isaac Newton, James Maxwell, Werner Heisenberg, le lleva a Flew a la mente de Dios, o bien a una inteligencia fundante del universo, aunque esto no demuestra la existencia de Dios. Pero su objetivo no es probar a Dios, sino aprobarle desde lo que se deja ver y pensar. Su progreso y cambio no es una peregrinación de la fe, sino un esfuerzo desde la razón.
                                                                                                                                             
A solas con mi Dios nocturno, a veces
me hundo en la noche, en el tranquilo reino.
Reposo entonces, y lo oscuro brilla
en el fondo del alma, junto al cielo.

Silencio puro. Mi Señor reposa.
Quietud solemne. Todo el fondo quieto.
Inmenso, Dios descansa sobre el alma
que le adora allá dentro.

Siga el reposo hasta que venga el día.
Con paz honda a tu lado, inmóvil, velo
tu celeste callar apaciguado
dentro del alma, en silencio.

Oh oscura noche grave, oh Dios nocturno
que vas pasando por el alma lento
para después amanecer con clara
luz, con sonidos claros, claros vientos.

Pero siga el reposo y la nocturna
luz de la luna sobre el grave sueño.
Allá en el fondo calla el hombre, y se alza
la noche de los cielos.
Carlos Bousoño, El Dios nocturno
 




viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Hacia dónde caminar ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?

Juan Antonio Mateos Pérez
SalamancaRTV al Día      

 
En nuestras sociedades avanzadas y posmodernas se ha pasado de un concepto de Dios como problema, cuyo lema era la frase de Prometeo, Odio a todos los dioses, que Marx difunde por toda la cultura Occidental; a un Dios ajeno, indiferente, desconocido, que no interesa, ni se plantea en el horizonte humano y cultural. El ateísmo o agnosticismo tradicional que se planteaban el problema de Dios, al menos para negarlo, ha dado paso a un nuevo fenómeno, la indiferencia. Una clara falta de interés por lo religioso, en el que la pregunta por Dios, es un puro factor innecesario para el hombre, como nos recordaba J. Saramago: No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona.
El Dios del hombre actual, es un auténtico desconocido. Así comienza el discurso de Pablo en el areópago de Atenas, alabando la religiosidad de los griegos, levantando altares a todos los dioses, incluso al “dios desconocido”. Es posible que Pablo, un judío piadoso, quisiera ganarse al auditorio, o fuera una expresión de pura ironía. Inmediatamente Pablo critica la idolatría, el Dios que os anuncio no habita en espacios materiales, no necesita templos ni rituales humanos. Es un discurso casi poético, de piedad filosófica, ese Dios de la vida no está lejos de nosotros, ya que en él vivimos, no movemos y existimos… Para Pablo ese “dios desconocido”, no era un dios lejano e indiferente, es un Dios que se implicó en la historia del hombre. Como buen judío, a Dios no lo ha visto nadie cara a cara, es trascendente, mejor un misterio, pero no lejano del hombre y de su historia. Pablo se esfuerza en presentar esa imagen de un Dios cercano en la muerte y pascua de Jesús de Nazaret. Cuando pronuncia las palabras resurrección de los muertos, algo cambia en el auditorio, unos se ríen, otros se marchan y comentan que ya lo conocen, reduciéndolo a una fábula o un mito más.
Para un buen judío y cristiano naciente, como Pablo, el verdadero Dios no puede ser representado, es una realidad misteriosa que interpela al hombre. La revelación consiste en que Dios manifiesta el misterio oculto. Si es conocido, no es en absoluto Dios, puede ser una proyección de nuestros anhelos más loables, pero no es Dios. No es extraño que para los griegos, los verdaderos ateos fueran judíos y cristianos, al no poder materializar la divinidad en un mundo lleno de dioses. Pero cómo hacerse eco de otra de la gran paradoja, un Dios crucificado, era una auténtica necedad. Pablo sabía que sólo se puede hablar de Dios desde la paradoja, desde el misterio, desde el lenguaje simbólico, o tal vez, es mejor desde el silencio.
El silencio sobre Dios se ha impuesto en el pensamiento contemporáneo y actual. Es la época de la pobreza, de la fragilidad, incluso del sacrificio intelectual, el mismo Heidegger afirmaba que no podemos atraernos a Dios pensándolo, a lo sumo podemos estar a la espera.  El problema del cristianismo y de la cultura Occidental ha sido pasar de la paradoja, del misterio, al  “dios conocido”, plasmado en lenguaje de cada cultura y armonizado con las expectativas humanas y de cada tiempo en particular. Se identificó el Dios de Israel con el dios del pensamiento, reducido a un simple motor del mundo, la idea del bien y la belleza o un “deus in machina” que postula a la divinidad como la fuente última de universo. La secularización y la crítica religiosa es una buena oportunidad para volver a ese “Dios desconocido” que nos presentaba Pablo en el areópago de Atenas. Ese es el Dios que podemos presentar en nuestros areópagos de nuestro mundo, de la cultura y la ciencia.
A finales del siglo XIX, en el areópago de occidente, un loco con un farol en la mano, hace un nuevo anuncio, ahora acudiendo a los que no creen. Así nos lo presenta Nietzsche en La gaya ciencia: ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!" Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas…. Como en el relato de Pablo, aquí aparece también la risa, se ríen del loco porque hace tiempo que han dejado la búsqueda, desde sus seguridades y desde su ciencia. Pero el loco, que viene como heraldo de la muerte de Dios, no viene a los creyentes, sino a los que no creen.
¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. "¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte?... ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros?
Fue locura para los atenienses el anuncio de la resurrección, es locura para los europeos de la modernidad la muerte de Dios. A los atenienses se les recordaba la cercanía de Dios, a los europeos la ausencia de lo sagrado. No es un sermón para ateos, sus oyentes viven la ausencia de Dios. Nietzsche relata un acontecimiento que ya ha tenido lugar en su mundo y quiere exponer su sentido. Sus oyentes, tal vez nosotros, somos coautores y víctimas de la muerte de Dios.
Esta crítica de Nietzsche, puede ser entendida desde una perspectiva más amplia, la crisis de la razón, la muerte de lo absoluto. Así lo entendió Heidegger en unos cursos impartidos en la universidad de Friburgo entre 1936 y 1940, convertidos en libros y publicados en dos volúmenes en los años sesenta. Es el fin de un modo tradicional de pensar a Dios y todos los valores supremos, se pierde la distinción de verdad y falsedad,  entre bondad y maldad, debido a que se identificó la verdad y la bondad con la divinidad. Con la muerte de Dios, también mueren también todas las secularizaciones o sustitutos de Dios: la humanidad, la razón, el proletariado, el principio esperanza, los fines últimos y absolutos, la utopía, etc. Ahora hay muchos dioses, no hay fundamentos últimos, no hay principios fijos, es una época de pluralismo teórico y ético, de proliferación de proyectos y modelos. Así el nihilismo es un politeísmo, en él todo cabe, no hay verdad, sólo interpretación.
Desde esta pluralidad, se ha vuelto al politeísmo, proliferan numerosos dioses, muchos de ellos viejos conocidos: En construcciones filosóficas, en el taller mecánico del cosmos que todo lo conoce y lo arregla, en proyecciones de nuestros deseos y temores, en la represión de nuestros instintos más profundos, en la creencia en seres sobrenaturales producto de nuestra fantasías, en la fortuna y el destino, en el hiperconsumismo que nos impide ver la realidad injusta y mal repartida, en el dinero acaparador o en la huida a paraísos artificiales.
De nuevo quisiera traer la cercanía de ese Dios desconocido que nos propone Pablo, que tal vez no lo vemos porque es demasiado cercano. Muchos de nosotros no olemos los aromas cercanos, puedo oler el olor de la casa de mis vecinos, de mis amigos, de mis padres, pero no los de mi propia casa.  Nuestros olores familiares están demasiado cerca, son extremadamente cotidianos y pasan desapercibidos. Vemos los objetos en la luz, pero no la luz misma. El Dios que presentaba Pablo, es la propia cercanía, en Él vivimos, respiramos, nos movemos. Pero lo cercano lo pasamos por alto, es la hondura de nuestra propia vida. Somos nosotros la tumba sellada donde se deposita el cuerpo de Jesús, y en nosotros, desde nuestra libertad, ha de suceder la resurrección. En el fondo del corazón humano está el tesoro escondido en el campo o la perla preciosa que nos habla la parábola.


«Antes de seguir mi camino
y de poner mis ojos hacia adelante,
alzo otra vez, solitario, mis manos
hacia Ti, al que me acojo,
al que en el más hondo fondo del corazón
consagré, solemne, altares
para que en todo tiempo tu voz,
una vez más, vuelva a llamarme.
Abrásase encima, inscrita hondo,
la palabra: Al Dios desconocido:
suyo soy, y siento los lazos
que en la lucha me abaten
y, si huir quiero,
me fuerzan al fin a su servicio.
¡Quiero conocerte, Desconocido,
tú, que ahondas en mi alma,
que surcas mi vida cual tormenta,
tú, inaprehensible, mi semejante!
Quiero conocerte, servirte quiero»

Nietzsche, F. Al Dios desconocido, 1864





domingo, 9 de noviembre de 2014

Cuatro lugares




Dentro de la octava de Difuntos me recuerdo con especial sentimiento cuatro lugares, que podrían ser algunos más, que por razones distintas tienen para mí una resonancia especial. Y los cuatro me llevan más allá de esa frontera cierta e ilocalizable que está en la orilla misma de la vida. Y son cuatro cementerios.
El primer lugar es el cementerio de Luarca. Está al borde mismo del acantilado, en tal posición que a poco que se deslizara caería al mar, lejano y hondo, allá abajo. Como la vida que se nos va al mar que es el morir, que diría el poeta. Y hablando de si del mar nacemos o hacia él vamos apurando la vida pues que los ríos nacen en el mar, aprovecho la oportunidad para traer aquel perfecto endecasílabo del poema que Cervantes presentó en Alba en unos Juegos poéticos organizados por los Duques en honor de la Santa y presididos por Lope de Vega y que dic … pues allí nace donde muere el justo. Dicho queda por Santa Teresa y Alba de Tormes y también por aquellos que en Luarca parecen ir a dar a la mar, que sería la orilla del nacer.
El segundo lugar, el cementerio de Lourdes. Está allí, en lo alto, por encima de todos los vaivenes de calles, vecinos, santuarios y peregrinos; es un espacio liso, cuidado y perfecto, lleno de tumbas en su mayoría con dedicatorias cargadas de emoción y de historia porque son de soldados jóvenes muertos en las dos grandes guerras. Y a esa altura sólo se ve el cielo y las cimas de las montañas vecinas. Parece el lugar perfecto para ascender; me causa esa impresión la transparencia del lugar, porque parece que cualquiera, aun con poco entrenamiento, tiene allí asegurada esa serena ascensión que vendrá un día de estos.
El tercer lugar, y ya más cerca, es el cementerio de Miranda del Castañar. Recogido y acogido entre muros y vigilado por los dos altos lienzos del viejo castillo parece reflejar con sabia sencillez esa trascendencia que es posible y razonable sospechar que rodea y desborda la vida y la muerte de cada persona. Sugiere otra dimensión, otro estado de cosas, y la gran puerta siempre abierta invita a entrar y dar un paso de elevación y de armonía trascendiendo la cuesta de la vida.
Y finalmente un solar de veinte metros cuadrados, sin puerta, muros fuertes y descuidados, una docena de tumbas abandonadas, las cruces medio en el suelo o desaparecidas, la hierba y los arbustos creciendo a su aire… son los elementos que forman el corralillo de muertos que es el cementerio mínimo de ese lugar vergonzosamente abandonado que es La Flecha junto a la capilla de Fray Luis y a la orilla del Tormes. Descansen en paz en este cuarto cementerio. Y aun en este caso no olvidar que cementerio (=koimenterion, en griego) significa dormitorio, porque la noche pasa y llega el Día. Hasta las ruinas conocerán la gloria.






domingo, 2 de noviembre de 2014

ORAR LA MUERTE, PENSAR LA MUERTE, VIVIR LA MUERTE



Señor, dales el descanso y que brille sobre ellos la luz eterna
   
Todo hombre pasa por la experiencia de la muerte, sobre todo la experiencia de los seres queridos, en la que el individuo anticipa su propia muerte. Las personas no se mueren, se nos mueren. 
SalamancaRTV al Día
Cementerio de Fraga (El heraldo.es)
Estos primeros días de noviembre, nos invitan a una mirada al más allá, a lo último, a lo penúltimo como gustaba Karl Rahner. El día de los difuntos conmemoramos en comunidad a nuestros muertos, la iglesia los encomienda a la misericordia de Dios, con la esperanza de la resurrección. En las fiestas de todos los Santos y la de los difuntos al día siguiente, se deben entender desde la trilogía del amor, la muerte y la vida. Hablar desde nuestro presente de estas novissimis, que proyectan al futuro, pero no olvidan el presente y el pasado lleno de sentido, también nos invita a vivir con esperanza, de manera individual y colectiva. Ya no vivimos en un suspenso existencial, sino en un futuro preñado de sentido y de vida.
Rezar por los difuntos cristianos, familiares y amigos viene de lejos, ya lo hacían los judíos en el Antiguo Testamento. Los primeros cristianos veneraban a sus difuntos, posiblemente no de forma muy diferente a los judíos, de forma piadosa, ya que los cuerpos pertenecen a Dios y un día han de resucitar. Tan pronto como un cristiano había exhalado el último aliento, sus parientes más cercanos, le cerraban los ojos y la boca con sus propias manos y después se lavaba el cuerpo. Así consta en los sacramentarios hasta el siglo X. Posteriormente se embalsamaba el cuerpo y se cubría con aromas y perfumes. Tertuliano en su Apologética, afirma que el incienso con que los paganos veneraban a sus dioses, se lo gastaban  los cristianos en la sepultura de sus hermanos. Se envolvía el cadáver en una sábana o faja de lino, y se cubría por encima de ricas ropas y vestidos, sobre todo los mártires. Más tarde aparecerá la costumbre de enterrar a Obispos y sacerdotes con sus ornamentos sagrados. Por último, el cuerpo  se colocaba en un ataúd rodeado de luces. Las plañideras romanas, se sustituyeron por el rezo de cantos y salmos, se rociaba el ataúd con agua bendita, recordando su bautismo y se pronunciaban unas palabras de elogio del difunto.
Si la piedad con los familiares y amigos difuntos, se remonta a los propios orígenes cristianos, dedicarle un día después de los Santos es reciente. Esta fiesta seguida se debe a san Odilón, abab de Cluny, que la estableció en el año 998. La costumbre de que cada sacerdote celebrara tres misas, lo introducen los dominicos en Valencia en el siglo XV y desde el siglo XVIII se aceptó en la liturgia romana. No se fijan unas lecturas concretas en el misal, se ponen al servicio de la comunidad todas las que están en el apartado de exequias en el leccionario.
Peter Brueghel, El triunfo de la muerte (1562).
Orar la muerte, pensar la muerte, vivir la muerte no ha sido nunca una novedad, se ha integrado tradicionalmente en la cotidianidad de la vida. Era la culminación de la existencia y en otras épocas, la línea entre la vida y la muerte era fina y delgada: Epidemia, guerras, crisis de subsistencia. Sin perder las ganas de vivir, el individuo se preparaba para el buen morir, despreciando todo tipo de banalidades. Así nos lo recordaba el Salmo: “Hazme saber, Yahveh, mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que sepa yo cuán frágil soy” (Salmo 39, 5). El “tiempo de la muerte” acompañaba al individuo desde la cuna a la tumba, así lo reflejaba Quevedo en su poema: “En el hoy  y mañana y ayer junto/ a pañales y mortaja, y ha quedado/ presentes sucesiones de difunto”.
Alberto Durero, El caballero, la muerte y el diablo (1513)


La muerte respetuosa y cortés, impregnada de serenidad cristiana, queda reflejada en el palentino Jorge Manrique, eran una danza de la vida que se contraponía a las “danzas de la muerte”: No gastemos tiempo ya/ en esta vida mezquina/ por tal modo,/ que mi voluntad está/ conforme con la divina/ para todo;/ y consiento en mi morir/ con voluntad placentera,/ clara y pura,/ que querer hombre vivir/ cuando Dios quiere que muera/ es locura. Se contrapone con el aire burlón y macabro que nos lo presentaban las danzas de la muerte, una forma burlona y popular que servía de desahogo ante la muerte que todo lo iguala. En estas danzas macabras, la muerte, hace su entrada entre elegantes reverencias y a menudo pertrechada de variados y bellos instrumentos musicales. El pintor Durero la representa con corona, pero en general aparece como un mísero esqueleto montando un caballo de pura raza. Quiera atraer y seducir a todos, al campesino y al noble, a la doncella o la monja, al tejedor o al papa.
Todo hombre pasa por la experiencia de la muerte, sobre todo en la experiencia de los seres queridos, en la que el individuo anticipa su propia muerte. Las personas no se mueren, se nos mueren. La muerte, no tiene aspectos positivos, aunque Heidegger afirmara que en el anticipar la propia muerte, anticipamos nuestra totalidad, no hay nada de glorioso en ello.  La pregunta por su totalidad, por ese “plus” que no es, que no ha llegado, nos abre a la temporalidad de la existencia, pero desplaza al individuo de su ser en el mundo. La muerte es inevitable, cuando empiezas a vivir, ya estamos lo suficientemente mayores para morir. Así la muerte no es sólo un fenómeno biológico, también ontológico, un modo de ser y poder ser. El hombre no sólo está atormentado por el dolor y la extinción, sino por el miedo a no ser.
El miedo a la muerte, es lo que más curva y doblega al individuo, lo mete en sí mismo y sólo tiene su propia referencia. Los místicos nos enseñan que la referencia a Dios es lo que nos hace olvidarnos y liberarnos de nosotros mismos. El que tiene sólo su propia referencia, hace tiempo que se ha olvidado de Dios. Nuestro exterior es nuestro referente, un buen concierto de música, una buena caminata con amigos, el amor de la esposa o los hijos, y, como no la referencia a Dios que libera y hace libre.
Cuidados paliativos (El mundo.es)

Hoy aparecen nuevos miedos que el progreso de la medicina y la técnica han hecho crecer. En nuestras sociedades tecnificadas, nuestros seres queridos mueren a una edad muy avanzada, apenas en casa. La necesidad de tratamiento prolongado, las unidades de reanimación, etc., hace que el hospital sea el nuevo escenario del último adiós. Hemos aprendido a prolongar la vida, a descubrir las leyes de los acontecimientos, a desterrar muchas enfermedades y ser hacedores de nuestra vida y nuestro destino. Pero se atrofia la capacidad de sufrimiento, para ser más exactos, la capacidad pática del hombre, a reconocer los límites, aceptar la vida y ver que ésta tiene sentido en el dolor y la fragmentación. Todo se agota en la actividad, en el trabajo y en la producción, no hay tiempo para el sentido de la existencia.  Con lo que no se vive todo su sentido dramático, el personal del hospital, la funeraria, se hacen cargo del difunto, con lo que es una muerte debilitada. Es una muerte que se disuelve en el devenir de la vida, en el grupo, en el silencio y en el fondo se superficializa. Se banaliza la muerte como si fuera una huida, un detener el tiempo. El familiar se comporta como si nada hubiera pasado, nada de condolencias, nada de hablar de ello. Se vive el duelo en la más absoluta soledad y dureza de corazón. Esto, claramente, no constituye una liberación.
Todo nos oculta la muerte, los poderes, la sociedad que exalta salud, juventud y la belleza, la enfermedad que se esconde, lo cementerios que se sacan de las ciudades. Todo empieza por perder los recuerdos y olvidar. Cuando pregunté  a mis abuelos por sus padres, recordaban claramente el día y la hora que murieron, compartieron unos dulces con los que les acompañaron en el pesar y fueron a comer juntos amigos y familiares. Es muy importarte recordar la muerte, no para abatirnos sino para embellecer la vida y vivir cada momento con mayor conciencia y lucidez. En la mística de la muerte, Dorothee Solle nos recuerda esta historia:
En la noche en que Somoza fue derrocado y tuvo que abandonar el país en Costa Rica el país vecino se celebró una fiesta, y sus calles y parques se llenaron de júbilo. Sólo en el hospital debían permanecer médicos y enfermeras porque habían muerto cuatro personas, miraban desde la ventana al parque hasta que uno de ellos llamó a sus amigos y les pidió que le ayudaran a bajar a los muertos al parque para sumarlos a la fiesta. De esta forma ni los muertos impidieron a los vivos celebrar su alegría ni los vivos dejaron a los muertos abandonados allí estaban juntos cuando Nicaragua se liberó los muertos y los vivos.
Orar y pensar la muerte nos abre al sentido de la existencia y compartir la alegría con los que no están, ya que nuestro anhelo va más allá, transciende el mundo. En la Eucaristía se recuerda la muerte de Jesús, se proclama su resurrección y se pide que venga a nosotros. El cristiano no muere solo, muere con Jesús, aunque el morir físico no pueda ser vencido, sí el miedo y el absurdo, con la confianza que esa muerte es vencida. Ya que la única muerte verdadera se dio en Él, como entrega de la vida, como perderse a sí mismo. Morir con Jesús supone un seguimiento no sólo en la vida, sino en los momentos últimos de la existencia. Se dio en la cruz, como un pan partido y repartido, como entrega, como gesto de amor. El morir, puede ser también la existencia amorosa para los otros, y así también a Dios.

Adelántate a toda despedida, como si la hubieras dejado
atrás, como el invierno que se está marchando.
Pues bajo los inviernos hay uno tan infinitamente invierno
que, si lo pasas, tu corazón resistirá.

Sé siempre muerto en Eurídice, cantando sube,
ensalzando regresa a la pura relación.
Aquí, entre los que se desvanecen, en el reino de lo que declina,
sé una copa sonora que con sólo sonar se rompió.

Sé, y sabe al mismo tiempo la condición del no-ser,
el infinito fondo de tu íntima vibración
para que la lleves al cabo del todo, esta única vez. 

A las reservas de la Naturaleza en plenitud, a las usadas
como a las sordas y mudas, a las indecibles sumas,
añádete jubiloso y aniquila el número.

Rainer Maria Rilke, Soneto 13- II
Fresco Ortodoxo rumano de la Anástasis