SalamancaRTV al Día
En la anterior entrada nos acercamos al insondable
misterio de Dios, quisimos desvelar las máscaras de miedo que oscurecen
cualquier idea de un Dios misericordioso que busca al hombre en cualquier
circunstancia. Recordábamos que la experiencia del misterio se realizaba con
las tres ventanas o los tres ojos, el sensible, el intelectual y el místico. Es
una realidad lejana, transcendente, pero también cercana como dijo San Agustín
más interior que lo más íntimo de mí mismo. Cuando toco con todo mi ser la
totalidad del Ser, estoy disfrutando de la experiencia de Dios. En esto
queremos adentrarnos hoy, cómo experimentar desde el silencio, el verdadero
lenguaje de los místicos, la experiencia de Dios.
Sólo desde el silencio puede tener sentido la palabra
Dios. En el silencio de los sentidos, del intelecto, de la voluntad, puede
abrirse esa dimensión silente que nos transciende, pero sin negar la razón y la
sensibilidad. Desde aquí, puede surgir un discurso que es único y que sólo
puede hacerse con todo nuestro ser. Todo discurso sobre Dios, es también un
discurso sobre el hombre, éste epifanía de Dios, sólo él es el mediador entre
Dios y la nada. La experiencia de todos los tiempos es expresar el misterio de
Dios con todo lo que somos, al principio y al final de nuestro ser.
Pero no es posible hablar de la experiencia de Dios
sin la mediación del lenguaje, que está vinculado a una cultura concreta en la
que vivimos y nos movemos. Este se mueve desde alguna de las creencias o
religiones que sirven de mediación, esto no quiere decir que alguna religión
tenga el monopolio, ni se tenga que identificar el discurso de Dios con alguna
de ellas. Hay una relación transcendental entre el Dios del que se habla y lo
que se dice de Él, por eso muchos prefieren hablar de “Misterio” y, otros
ni siquiera llegan a nombrarlo.
Dios no es un objeto, ni un concepto, ni un
conocimiento de una creencia, es un símbolo que se revela. El símbolo simboliza
lo simbolizado en él y no otra cosa, no tiene intermediarios entre el sujeto y
el objeto, es relación, es a la vez subjetivo y objetivo. El lenguaje sabemos
que no sólo transmite información, también emociones, sentidos del ser,
sentidos un mundo, sentidos de un universo que es inseparable de la palabra
logos. El discurso sobre Dios es polisémico, tiene muchos sentidos, pero
ninguno puede contenerlo. Dios es único, incomparable, no su puede limitar y
definir. El pluralismo es propio del hombre, no se puede hablar de la realidad
de Dios desde una sola perspectiva, ni desde un único principio de razón. Todo
discurso de Dios es inefable, y ningún decir lo puede describe.
Pero el hombre, sabiéndose limitado temporalmente y
constitutivamente, quiere transcender desde su corporeidad, desde el amor, el
conocimiento o con la ventana de la fe. Es un discurso difícil, misterio
indecible, pero ahí está el silencio, la encrucijada entre lo
temporal y lo eterno. San Irineo recordaba, que del silencio primordial
surgió el logos. La palabra Dios nos mueve al silencio, el silencio nos
sensibiliza a la palabra Dios. El silencio despliega en nosotros el espacio en
el cual puede percibirse la Palabra. La experiencia religiosa de la humanidad
nos enseña, que cuando hemos conseguido el triple silencio es cuando se hace
posible la experiencia de Dios.
Silencio de la mente, es darse cuenta de que no podemos entender todo,
acallar respetuosamente los interrogantes de la nada que posiblemente son
creación de la propia mente y pensar que ella no es la única guía del hombre. Silencio
de la voluntad, se consigue cuando ésta no hace ruido, cuando se es libre,
cuando en sentido religioso hablamos de pureza de corazón, o que otras religiones
prefieren hablar de corazón vacío. Silencio de la acción, es la acción
no violenta que dirige la vida, es ser sabio y pacífico, es la fuerza con la
que se encauzan los acontecimientos de la vida, a nivel personal o cósmico, es
la alegría que libera el corazón.
Permítanme terminar diciendo, que el hombre
experimenta la infinitud, lo indecible y el misterio, a través el intelecto, el
corazón y la acción. A través intelecto, por el conocimiento que no llegará
nunca a su fin; a través del corazón, por un amor que nunca alcanzará su objeto
amado; por la acción, que nunca llegará a completarse. Nuestro pensar, nuestro
querer, nuestro hacer, no agotan ni su origen ni su fin. Ese darnos cuenta
que nosotros mismos somos sin principio y sin fin, eso es la experiencia de la
divinidad. Por eso el silencio se impone y es el lenguaje más propio, es el
espacio y el tiempo para la experiencia de Dios.
Sin poder
hablarte,
sin saber
qué decirte,
me sitúo en
tu memoria,
en el centro
de tu vida,
al lado de
tu isla abandonada,
en el alba
de una página sin fecha.
Para
reconocerme en ti,
luz
hiriente.
Semilla del
espacio en blanco.
Silencio del
candor confuso
y primero de
la vida.
Asunción
Escribano, “Silencio”, La disolución