domingo, 9 de noviembre de 2014

Cuatro lugares




Dentro de la octava de Difuntos me recuerdo con especial sentimiento cuatro lugares, que podrían ser algunos más, que por razones distintas tienen para mí una resonancia especial. Y los cuatro me llevan más allá de esa frontera cierta e ilocalizable que está en la orilla misma de la vida. Y son cuatro cementerios.
El primer lugar es el cementerio de Luarca. Está al borde mismo del acantilado, en tal posición que a poco que se deslizara caería al mar, lejano y hondo, allá abajo. Como la vida que se nos va al mar que es el morir, que diría el poeta. Y hablando de si del mar nacemos o hacia él vamos apurando la vida pues que los ríos nacen en el mar, aprovecho la oportunidad para traer aquel perfecto endecasílabo del poema que Cervantes presentó en Alba en unos Juegos poéticos organizados por los Duques en honor de la Santa y presididos por Lope de Vega y que dic … pues allí nace donde muere el justo. Dicho queda por Santa Teresa y Alba de Tormes y también por aquellos que en Luarca parecen ir a dar a la mar, que sería la orilla del nacer.
El segundo lugar, el cementerio de Lourdes. Está allí, en lo alto, por encima de todos los vaivenes de calles, vecinos, santuarios y peregrinos; es un espacio liso, cuidado y perfecto, lleno de tumbas en su mayoría con dedicatorias cargadas de emoción y de historia porque son de soldados jóvenes muertos en las dos grandes guerras. Y a esa altura sólo se ve el cielo y las cimas de las montañas vecinas. Parece el lugar perfecto para ascender; me causa esa impresión la transparencia del lugar, porque parece que cualquiera, aun con poco entrenamiento, tiene allí asegurada esa serena ascensión que vendrá un día de estos.
El tercer lugar, y ya más cerca, es el cementerio de Miranda del Castañar. Recogido y acogido entre muros y vigilado por los dos altos lienzos del viejo castillo parece reflejar con sabia sencillez esa trascendencia que es posible y razonable sospechar que rodea y desborda la vida y la muerte de cada persona. Sugiere otra dimensión, otro estado de cosas, y la gran puerta siempre abierta invita a entrar y dar un paso de elevación y de armonía trascendiendo la cuesta de la vida.
Y finalmente un solar de veinte metros cuadrados, sin puerta, muros fuertes y descuidados, una docena de tumbas abandonadas, las cruces medio en el suelo o desaparecidas, la hierba y los arbustos creciendo a su aire… son los elementos que forman el corralillo de muertos que es el cementerio mínimo de ese lugar vergonzosamente abandonado que es La Flecha junto a la capilla de Fray Luis y a la orilla del Tormes. Descansen en paz en este cuarto cementerio. Y aun en este caso no olvidar que cementerio (=koimenterion, en griego) significa dormitorio, porque la noche pasa y llega el Día. Hasta las ruinas conocerán la gloria.






domingo, 2 de noviembre de 2014

ORAR LA MUERTE, PENSAR LA MUERTE, VIVIR LA MUERTE



Señor, dales el descanso y que brille sobre ellos la luz eterna
   
Todo hombre pasa por la experiencia de la muerte, sobre todo la experiencia de los seres queridos, en la que el individuo anticipa su propia muerte. Las personas no se mueren, se nos mueren. 
SalamancaRTV al Día
Cementerio de Fraga (El heraldo.es)
Estos primeros días de noviembre, nos invitan a una mirada al más allá, a lo último, a lo penúltimo como gustaba Karl Rahner. El día de los difuntos conmemoramos en comunidad a nuestros muertos, la iglesia los encomienda a la misericordia de Dios, con la esperanza de la resurrección. En las fiestas de todos los Santos y la de los difuntos al día siguiente, se deben entender desde la trilogía del amor, la muerte y la vida. Hablar desde nuestro presente de estas novissimis, que proyectan al futuro, pero no olvidan el presente y el pasado lleno de sentido, también nos invita a vivir con esperanza, de manera individual y colectiva. Ya no vivimos en un suspenso existencial, sino en un futuro preñado de sentido y de vida.
Rezar por los difuntos cristianos, familiares y amigos viene de lejos, ya lo hacían los judíos en el Antiguo Testamento. Los primeros cristianos veneraban a sus difuntos, posiblemente no de forma muy diferente a los judíos, de forma piadosa, ya que los cuerpos pertenecen a Dios y un día han de resucitar. Tan pronto como un cristiano había exhalado el último aliento, sus parientes más cercanos, le cerraban los ojos y la boca con sus propias manos y después se lavaba el cuerpo. Así consta en los sacramentarios hasta el siglo X. Posteriormente se embalsamaba el cuerpo y se cubría con aromas y perfumes. Tertuliano en su Apologética, afirma que el incienso con que los paganos veneraban a sus dioses, se lo gastaban  los cristianos en la sepultura de sus hermanos. Se envolvía el cadáver en una sábana o faja de lino, y se cubría por encima de ricas ropas y vestidos, sobre todo los mártires. Más tarde aparecerá la costumbre de enterrar a Obispos y sacerdotes con sus ornamentos sagrados. Por último, el cuerpo  se colocaba en un ataúd rodeado de luces. Las plañideras romanas, se sustituyeron por el rezo de cantos y salmos, se rociaba el ataúd con agua bendita, recordando su bautismo y se pronunciaban unas palabras de elogio del difunto.
Si la piedad con los familiares y amigos difuntos, se remonta a los propios orígenes cristianos, dedicarle un día después de los Santos es reciente. Esta fiesta seguida se debe a san Odilón, abab de Cluny, que la estableció en el año 998. La costumbre de que cada sacerdote celebrara tres misas, lo introducen los dominicos en Valencia en el siglo XV y desde el siglo XVIII se aceptó en la liturgia romana. No se fijan unas lecturas concretas en el misal, se ponen al servicio de la comunidad todas las que están en el apartado de exequias en el leccionario.
Peter Brueghel, El triunfo de la muerte (1562).
Orar la muerte, pensar la muerte, vivir la muerte no ha sido nunca una novedad, se ha integrado tradicionalmente en la cotidianidad de la vida. Era la culminación de la existencia y en otras épocas, la línea entre la vida y la muerte era fina y delgada: Epidemia, guerras, crisis de subsistencia. Sin perder las ganas de vivir, el individuo se preparaba para el buen morir, despreciando todo tipo de banalidades. Así nos lo recordaba el Salmo: “Hazme saber, Yahveh, mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que sepa yo cuán frágil soy” (Salmo 39, 5). El “tiempo de la muerte” acompañaba al individuo desde la cuna a la tumba, así lo reflejaba Quevedo en su poema: “En el hoy  y mañana y ayer junto/ a pañales y mortaja, y ha quedado/ presentes sucesiones de difunto”.
Alberto Durero, El caballero, la muerte y el diablo (1513)


La muerte respetuosa y cortés, impregnada de serenidad cristiana, queda reflejada en el palentino Jorge Manrique, eran una danza de la vida que se contraponía a las “danzas de la muerte”: No gastemos tiempo ya/ en esta vida mezquina/ por tal modo,/ que mi voluntad está/ conforme con la divina/ para todo;/ y consiento en mi morir/ con voluntad placentera,/ clara y pura,/ que querer hombre vivir/ cuando Dios quiere que muera/ es locura. Se contrapone con el aire burlón y macabro que nos lo presentaban las danzas de la muerte, una forma burlona y popular que servía de desahogo ante la muerte que todo lo iguala. En estas danzas macabras, la muerte, hace su entrada entre elegantes reverencias y a menudo pertrechada de variados y bellos instrumentos musicales. El pintor Durero la representa con corona, pero en general aparece como un mísero esqueleto montando un caballo de pura raza. Quiera atraer y seducir a todos, al campesino y al noble, a la doncella o la monja, al tejedor o al papa.
Todo hombre pasa por la experiencia de la muerte, sobre todo en la experiencia de los seres queridos, en la que el individuo anticipa su propia muerte. Las personas no se mueren, se nos mueren. La muerte, no tiene aspectos positivos, aunque Heidegger afirmara que en el anticipar la propia muerte, anticipamos nuestra totalidad, no hay nada de glorioso en ello.  La pregunta por su totalidad, por ese “plus” que no es, que no ha llegado, nos abre a la temporalidad de la existencia, pero desplaza al individuo de su ser en el mundo. La muerte es inevitable, cuando empiezas a vivir, ya estamos lo suficientemente mayores para morir. Así la muerte no es sólo un fenómeno biológico, también ontológico, un modo de ser y poder ser. El hombre no sólo está atormentado por el dolor y la extinción, sino por el miedo a no ser.
El miedo a la muerte, es lo que más curva y doblega al individuo, lo mete en sí mismo y sólo tiene su propia referencia. Los místicos nos enseñan que la referencia a Dios es lo que nos hace olvidarnos y liberarnos de nosotros mismos. El que tiene sólo su propia referencia, hace tiempo que se ha olvidado de Dios. Nuestro exterior es nuestro referente, un buen concierto de música, una buena caminata con amigos, el amor de la esposa o los hijos, y, como no la referencia a Dios que libera y hace libre.
Cuidados paliativos (El mundo.es)

Hoy aparecen nuevos miedos que el progreso de la medicina y la técnica han hecho crecer. En nuestras sociedades tecnificadas, nuestros seres queridos mueren a una edad muy avanzada, apenas en casa. La necesidad de tratamiento prolongado, las unidades de reanimación, etc., hace que el hospital sea el nuevo escenario del último adiós. Hemos aprendido a prolongar la vida, a descubrir las leyes de los acontecimientos, a desterrar muchas enfermedades y ser hacedores de nuestra vida y nuestro destino. Pero se atrofia la capacidad de sufrimiento, para ser más exactos, la capacidad pática del hombre, a reconocer los límites, aceptar la vida y ver que ésta tiene sentido en el dolor y la fragmentación. Todo se agota en la actividad, en el trabajo y en la producción, no hay tiempo para el sentido de la existencia.  Con lo que no se vive todo su sentido dramático, el personal del hospital, la funeraria, se hacen cargo del difunto, con lo que es una muerte debilitada. Es una muerte que se disuelve en el devenir de la vida, en el grupo, en el silencio y en el fondo se superficializa. Se banaliza la muerte como si fuera una huida, un detener el tiempo. El familiar se comporta como si nada hubiera pasado, nada de condolencias, nada de hablar de ello. Se vive el duelo en la más absoluta soledad y dureza de corazón. Esto, claramente, no constituye una liberación.
Todo nos oculta la muerte, los poderes, la sociedad que exalta salud, juventud y la belleza, la enfermedad que se esconde, lo cementerios que se sacan de las ciudades. Todo empieza por perder los recuerdos y olvidar. Cuando pregunté  a mis abuelos por sus padres, recordaban claramente el día y la hora que murieron, compartieron unos dulces con los que les acompañaron en el pesar y fueron a comer juntos amigos y familiares. Es muy importarte recordar la muerte, no para abatirnos sino para embellecer la vida y vivir cada momento con mayor conciencia y lucidez. En la mística de la muerte, Dorothee Solle nos recuerda esta historia:
En la noche en que Somoza fue derrocado y tuvo que abandonar el país en Costa Rica el país vecino se celebró una fiesta, y sus calles y parques se llenaron de júbilo. Sólo en el hospital debían permanecer médicos y enfermeras porque habían muerto cuatro personas, miraban desde la ventana al parque hasta que uno de ellos llamó a sus amigos y les pidió que le ayudaran a bajar a los muertos al parque para sumarlos a la fiesta. De esta forma ni los muertos impidieron a los vivos celebrar su alegría ni los vivos dejaron a los muertos abandonados allí estaban juntos cuando Nicaragua se liberó los muertos y los vivos.
Orar y pensar la muerte nos abre al sentido de la existencia y compartir la alegría con los que no están, ya que nuestro anhelo va más allá, transciende el mundo. En la Eucaristía se recuerda la muerte de Jesús, se proclama su resurrección y se pide que venga a nosotros. El cristiano no muere solo, muere con Jesús, aunque el morir físico no pueda ser vencido, sí el miedo y el absurdo, con la confianza que esa muerte es vencida. Ya que la única muerte verdadera se dio en Él, como entrega de la vida, como perderse a sí mismo. Morir con Jesús supone un seguimiento no sólo en la vida, sino en los momentos últimos de la existencia. Se dio en la cruz, como un pan partido y repartido, como entrega, como gesto de amor. El morir, puede ser también la existencia amorosa para los otros, y así también a Dios.

Adelántate a toda despedida, como si la hubieras dejado
atrás, como el invierno que se está marchando.
Pues bajo los inviernos hay uno tan infinitamente invierno
que, si lo pasas, tu corazón resistirá.

Sé siempre muerto en Eurídice, cantando sube,
ensalzando regresa a la pura relación.
Aquí, entre los que se desvanecen, en el reino de lo que declina,
sé una copa sonora que con sólo sonar se rompió.

Sé, y sabe al mismo tiempo la condición del no-ser,
el infinito fondo de tu íntima vibración
para que la lleves al cabo del todo, esta única vez. 

A las reservas de la Naturaleza en plenitud, a las usadas
como a las sordas y mudas, a las indecibles sumas,
añádete jubiloso y aniquila el número.

Rainer Maria Rilke, Soneto 13- II
Fresco Ortodoxo rumano de la Anástasis







viernes, 24 de octubre de 2014

Albert Camus: Vivir la muerte en la esencia de lo trágico



Albert Camus: Vivir la muerte en la esencia de lo trágico


        
SalamancaRTV al Día

Ante las grandes preguntas de la existencia ¿Qué significa la vida? ¿Por qué estoy en el mundo?  Kant nos recordaba en su Crítica de la Razón Pura, dos cosas llenan mi corazón de una admiración y de una veneración siempre nueva: por encima de mí, el cielo estrellado; en mí, la ley moral. A. Camus matizaba, con una fineza que sólo tienen los genios, el absurdo de la vida surge cuando se confrontan los interrogantes del hombre con los silencios del mundo. Camus se encontró de golpe con lo irracional de la vida. El mundo irracional, de lo absurdo o de los absurdos, es un mundo sin Dios en el que no existen valores absolutos objetivos. Pero lo absurdo no tiene sentido a menos que el hombre se mantenga distanciado de él y se rebele contra él.

En un mundo postmoderno como el nuestro, que subraya el fin de los grandes relatos y pone un acento especial en la crisis de valores morales, religiosos, filosóficos, culturales, en una insoportable levedad del ser. Se han caído muchos asideros y en medio de ellos, nos viene a la mente aquel grito de Camus de su obra la Peste “Lo urgente es curar”. El autor experimenta una profunda preocupación por la muerte,  que resuelve como una experiencia trágica en la inmanencia del mundo, lo urgente es curar. La relación con Dios se resuelve en el interior del corazón del hombre, no está ligado a ningún recinto sagrado, a ningún templo fabricado por las manos humanas. La auténtica religación y apertura a la transcendencia tiene lugar en el mundo, con sus contradicciones y absurdos.

En Camus se da un rechazo de la muerte, más si es de un inocente, sobre todo la de un niño y toma una postura de rebelión, de protesta, de acusación rabiosa. Se rebela contra lo que no puede esperar, lo intolerable. Asume lo absurdo ante sus últimas consecuencias y se resiste a cualquier consuelo sobrenatural. Pero su negación, no es renuncia, lo absurdo le lleva al ser humano.
Su ateísmo era un Ateísmo de la compasión. Es una virtud esencial, en torno a la que pivotará la construcción de su moral atea que permita la salida del sinsentido.  En su obra se encuentra una denuncia obsesiva de la humillación y una especie de llamado constante a las dos virtudes que para él son esenciales: la compasión y la solidaridad. Esta es su forma de luchar contra la muerte.

Camus desde muy temprano se debatió entre la grandeza de su espíritu y la fascinación por la trascendencia, lo que le llevó a elaborar su tesis de doctorado sobre San Agustín. Antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en Suecia, se retiró a meditar y reflexionar sobre la obra de la filósofa y mística Simone Weil, a quien admiraba profundamente desde hacía tiempo.
Si en muchos momentos Camus se situaba al lado de Atenas y no de Jerusalén, en su pensamiento de la compasión y el problema del mal, sobre todo de los niños, se sitúa más bien entre Atenas y Jerusalén. Así lo advirtió el padre dominico Fr. François Chavanes, no es Sísifo, en la Biblia es la rebelión de Job la que más se aproxima a la rebelión de Camus. Job se niega a creer en una prueba cuya víctima fortuita sería él. De hecho, sólo cree en Dios para acusarlo mejor. Y cuando depone las armas, cuando se somete, no logra hacernos creer que es feliz.
En 1941 Camus anota esta reflexión de Tolstoi: "La existencia de la muerte nos obliga a renunciar voluntariamente a la vida, o bien a transformar nuestra vida a modo de darle un sentido que la muerte no puede arrebatarle". A pesar de lo absurdo, siempre podemos darle a la vida un sentido, que ni la muerte puede arrebatarle.

El primer hombre, su novela, su obra maestra póstuma afirma: "Él, como una espada solitaria y siempre vibrante [...] se abandonaba solamente a la esperanza ciega que proporcionaría también esta fuerza oscura que tantos años lo había elevado por encima de sus días [...], y gracias a la misma generosidad incansable que le había dado sus razones para vivir, razones para envejecer y morir sin rebelarse". Pero ¿qué es esta fuerza oscura? ¿La que hace una muerte feliz? Una pregunta que siempre quedará abierta.
La profesora y teóloga Clara Lucchetti Bingemer, en un artículo sobre  Camus y Simone Weil, afirmaba que era un ateo con espíritu y se preguntaba en plena secularización, qué puede aportar este gran pensador del siglo XX: “Cuando la vivencia de la fe tiene que enfrentarse cada vez más con una mayor desinstitucionalización, la misma teología se pregunta ante la obra camusiana: ¿cómo dialogar con los santos sin Dios, con los místicos sin iglesia del mundo de hoy? ¿Tal vez no serían ellos y ellas los grandes compañeros e interlocutores a los cuales deberíamos aproximarnos para intentar construir un mundo mejor?” Pudiera ser que pensadores como A. Camus pudieran inspirarnos en ese sentido. Decía mi querido profesor Manuel Fraijó, una teología que,  no tenga en cuenta las luchas y los sufrimientos de la historia y habla alegremente de la  omnipotencia de Dios, se convierte ella misma en causa del ateísmo contemporáneo. Pero podemos encontrar también una teología, que pone más su acento en la esperanza y, que el amor de Dios, que se hace cercano clavado en un madero, triunfe sobre el lado oscuro y lo absurdo del hombre y del mundo.

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable….
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido…
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
José Agustín Goytisolo, Palabras para Julia