Después de estar a vueltas con lo
religioso, quisiéramos seguir ahora por un nuevo camino, el interrogante Dios,
la gran pregunta. No podemos responder a ella, nos transciende y nos supera.
Sólo queremos pensar en alto, crear un diálogo entre la razón y el corazón. Es
un camino de búsqueda, es en parte cuestionar, en parte preguntar y
preguntarse, nunca un monólogo. En esa posibilidad de la pregunta, del diálogo,
se puede ir ascendiendo desde la doxa a la episteme, desde la mera
opinión al conocimiento, desde la razón al corazón.
Debemos ser conscientes que, nuestras imágenes de Dios
nacen de nuestras interpretaciones acerca de Él, frecuentemente
interpretaciones de otros, o de otra época histórica, a veces las asumimos sin
mucha o ninguna reflexión. Se nos olvida muy a menudo, que la Biblia, los
Evangelios, el Corán, las Upanishads, etc., son libros donde Dios habla a los
hombres con palabras humanas. Martín Velasco, se refiere a un rasgo constitutivo
de ser persona, el encuentro del hombre con el Misterio. El encuentro
interpersonal entre el tú humano, con el Tú absoluto, siendo el lugar donde se
deja percibir y desvelar en esa realidad simbólica. J. M. Mardones, nos insiste
que tenemos que esforzarnos por una buena representación de Dios, rechazar
imágenes que desvirtúan, perversas e idólatras.
Debemos descartar el mal providencialismo, la
de un Dios que dirige todo. Es aquel que afirma que todo lo que ocurre en
el mundo lo ha querido Dios, desde una enfermedad, hasta una catástrofe
natural, ganar un partido de futbol o encontrar trabajo. En la mentalidad
popular tenemos expresiones como “gracias a Dios”, “Dios mediante”, “Dios me lo
arrebató”, etc. Así, nada se escapa al control o acción de Dios, interviene de
manera directa, universal y total. Todo sucede porque Dios quiere, la consecuencia
es el determinismo y el fatalismo. Esta visión de Dios, educa en
la resignación, y también, en la evasión de la realidad. El velo de Dios
intervencionista, encubre no ver las realidades económicas, sociales y
políticas de las enfermedades y muertes de nuestro mundo, como la pobreza y
el hambre. Por otro lado, legitima estructuras de la realidad injustas,
o al menos, profundamente desiguales. Así esta visión providencialista de Dios,
es una visión injusta y arbitraria.
En el origen de esta visión de Dios, donde nada sucede
sin que Dios lo permita, se saca fuera de contexto ciertos pasajes bíblicos,
como “Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados” (Lc 12,7),
y también, en una visión de pensamiento de Occidente que absolutiza la
razón. Ahí está la grandilocuente concepción de la historia hegeliana,
para el hombre occidental, la historia es la historia del Espíritu. Una
historia dialéctica, pero que camina hacia cotas de mayor realización, dirigido
por la razón que domina al mundo. De alguna manera identifica la razón o el
Espíritu, con la providencia divina, así el proceso histórico es concebido como
la realización del reino de Dios. Compagina esas dos realidades, con lo que él
llama, la “astucia de la razón”, que actúa en las pasiones e intereses de
los hombres. Siguiendo los instintos, los grandes hombres y los pueblos, son
instrumentos del plan divino superior. Así el cristianismo para Hegel, es el
punto culminante de la historia, donde convierte la filosofía de la historia
en teodicea. Por eso afirma Hegel que “la historia del mundo era el
juicio del mundo”.
Estas formas de entender a Dios y su providencia,
fueron denunciadas por el filósofo francés Paul Ricoeur, que habló de los
"maestros de la sospecha": Marx, Nietzsche y Freud.
Encontrando en su pensamiento novedades que permitían "arrancar las
máscaras", señalando su capacidad para revelar los significados
ocultos tras la insuficiencia de la noción moderna de "sujeto". Se
intenta sustituir a Dios por otras realidades, e intenta hacer de estas el
tribunal supremo desde donde se juzga la vida del hombre. La religión es la
alienación del hombre, la adormidera de la sociedad, un ideal creado para
resolver los problemas de la sociedad, pero no los resuelve. En palabras
de Freud, es una alteración de la conciencia que desboca en una neurosis
colectiva, que sirve a las sociedades para superar el terror de la historia,
el destino y la muerte.
Para no caer en proyecciones del propio ser o en
ídolos adquiridos, es importante referirnos a Dios desde el Misterio,
con gestos de respeto y silencio, incluso de temor y temblor, de
anonadamiento ante alguien que nos supera y que no se deja atrapar en nuestros
esquemas. Esto no quiere decir que sea una realidad impenetrable, sino que
supera todas nuestras expectativas. Es una realidad inagotable, nunca
decible, ni explicable del todo, sino siempre nueva y por explorar.
Sagrario de
mi mente, con la idea de Dios,
rodeada de
un silencio
que ni aun
ángeles turban,
ni siquiera
una tenue oscilación de llama
votiva.
Oh mi idea
de Dios,
inmensa soledad,
a solas con
mi Dios, allá en las galerías,
en los
oscuros arcos
del cerebro.
Dámaso
Alonso “Creación tiene un polo: Hombre se llama II” de Hombre y silencio
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