Juan Antonio Mateos Pérez
El Hombre y su dolor van de la mano.
Muerte y resurrección (…)
Que germine el dolor, que de la muerte
broten las rosas que proclaman
los corales hermosos de la vida.
José Luis Puerto, Pasión de primavera
En plena
Pascua, se ha producido un nuevo atentado contra cristianos, el odio
deformado del terrorismo, ha provocado más de 70 muertos de niños y
mujeres en un parque de Lahore (Pakistán). El lugar estaba abarrotado,
allí se reúnen los cristianos para celebrar el domingo de resurrección.
Los atentados de cristianos por todo el mundo no suelen tener grandes repercusiones en la prensa Occidental,
posiblemente por la pérdida progresiva de identificación del mundo
europeo con la religión cristiana, o bien a una ética líquida,
indiferente al sufrimiento de personas que considera alejadas de su
realidad cercana ¿Será verdad que hay muertos de primera? ¿O bien
estamos necesitados más que nunca de misericordia? En medio del dolor y
del silencio, siguen denunciando su situación en medio de la esperanza y
manteniendo su fe en alto y florida como la Pascua.
No es la primera vez que sucede, ni será la última que un kamikaze suicida atente contra cristianos. “Los cristianos eran nuestro objetivo”, comentó por teléfono Ehsanullah Ehsan, un portavoz de la facción Jamaat-ul-Ahrar, grupo talibán pakistaní, aseguró que el grupo llevará a cabo más ataques en escuelas y universidades.
Este grupo talibán, surge en el 2014, prometiendo lealtad al ISIS,
actúa contra minorías religiosas, sobre todo la cristiana. Hace un año,
en marzo de 2015, varios ataques contra dos iglesias cristianas
provocaron 17 muertos y más de 75 heridos. Ahí siguen estos cristianos a la intemperie, sin protección del gobierno y sin tomar medidas para su protección.
Todavía
están recientes los asesinatos de las Misioneras de la Caridad en Yemen y
el secuestro del sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil, de nacionalidad
india, que desapareció tras la masacre del alberge y el convento.
Todavía tenemos en mente y en el corazón, la masacre yihadista de 147
estudiantes cristianos en Kenia en abril de 2015. La religión cristiana es la religión más perseguida del planeta,
un drama de dimensiones cada vez mayores que no podemos silenciar en
estas páginas. Cerca de unos 100. 000 cristianos pierden la vida cada
año en cualquier parte del mundo sólo a causa de su fe, uno cada cinco minutos,
pasando esta catástrofe inadvertida para la mayor parte de los medios
de comunicación y para la sociedad en general. En la sociedad de los
derechos humanos, de las libertades, parece increíble que todavía pueda
haber mártires por su fe, pero así es, con el silencio de muchos.
En lo que
llevamos de año ha aumentado la persecución religiosa a cristianos
respecto al 2015, la persecución se recrudece en Eritrea y Pakistán,
aunque la lista está encabeza por Corea del Norte. Los niveles máximos
de violencia dirigida a cristianos en 2016, se dieron en Nigeria,
Pakistán, Irak, Siria, Myanmar, República Centroafricana, Egipto,
México, Sudán e India. Una nueva Iglesia de las catacumbas
se está gestando en todos los rincones de la tierra por fenómenos como
el extremismo islámico, el nacionalismo y la intolerancia religiosa. Es
casi una odisea para muchos cristianos, reunirse en casas particulares en pequeños grupos simplemente a orar, si son descubiertos, pueden ser encarcelados o sufrir violencia física. Con lo que ir a misa,
aunque ser realice en casas particulares, supone una gran aventura, una
fe profunda y una hondura cristiana a prueba de persecuciones, un
hambre real de Jesús y la eucaristía. De hecho, mientras en Europa se
retraen los cristianos que afirman la fe, en muchos lugares del mundo,
ser cristiano es símbolo de libertad y tolerancia, su lucha y
resistencia son símbolo de su amor a Dios y de la dignidad humana.
En
esta sociedad líquida y globalizada, nuestro mundo está viviendo una
profunda crisis de identidad, las normas se tambalean y la línea entre
lo bueno y lo malo cada vez es más delgada. No podemos dejar que las grandes declaraciones de derechos se queden sólo en unos principios, debemos en nuestra vida de cada día llenarlas de sentido y de contenido real. Más que nunca se necesita un consenso social a nivel mundial y una ética para paz,
en un mundo cada vez más globalizado. Una ética y pedagogía de la paz,
implicaba una praxis de transformación de la persona y del mundo,
construida no desde el orden, sino desde los valores de la libertad
social y la justicia socio-económica.
El
triunfo de la vida en la Pascua cristiana, no aplaza esa realidad para
al sepulcro o el mundo muerte. El cristiano busca a su Dios donde hay
vida, sabe que una vida crucificada vivida hasta el final con el
espíritu de Jesús, solo le espera la resurrección. La resurrección de
Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra, a pesar del absurdo,
del sufrimiento, del mal, del dolor y la muerte. Jesús invita a vivirlo
personalmente en cada corazón, a trasformar ser interior y dar sentido a
la existencia a través del amor. Invita a tener pasión por la vida,
compasión por los que sufren y esperanza por un mundo más pleno y justo.
Quisiera traer aquellas palabras de mi querido profesor Manuel Fraijó, “la
fe en la resurrección, es una fe difícil de compartir, no difícil de
admirar. Representa un noble esfuerzo por seguir afirmando la vida
incluso allí donde sucumbe derrotada por la muerte”.
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