La
mística que Jesús vivió y enseñó, más que una mística de ojos cerrados,
era una mística de ojos abiertos, comprometida en la percepción
intensificada del sufrimiento ajeno.
Johann Baptist Metz, Memoria Passionis
El
día 7 de abril, no sólo se conmemora el día internacional de la salud,
sino el horrible genocidio en Ruanda. A partir de ese día del año 1994,
comenzó el horror y la tragedia, 800.000 ruandeses fueron asesinados, en
la mayoría de los casos por pertenecer a un grupo étnico determinado.
Es uno de los episodios más aberrantes de nuestra historia reciente,
en el siglo de los derechos humanos y con el consentimiento
internacional, el 85% de la población hutu exterminó al otro 15% tutsi.
La matanza comenzó un día después de que un avión en que viajaban los
Presidentes de Ruanda y Burundi fuera derribado por un misil cuando se
disponía a aterrizar en Kigali. Este genocidio, fue detalladamente
organizado, entre otros, por altos funcionarios del gobierno y
dirigentes del partido en el poder, participando no sólo las fuerzas
armadas, también civiles que se ensañaron con otros civiles.
Las causas políticas y la falta de reacción internacional han sido presentadas por los medios con todo detalle, no tanto así las causas económicas y sociales
que llevaron a la masacre. Las brutales matanzas y la guerra civil
estuvieron precedidas por una profunda crisis económica, con la
restructuración del sistema agrícola de Ruanda, con la supervisión del
FMI y el Banco Mundial, que fue lo que precipitó a la población a la
pobreza y al desamparo. En 1987, el sistema de cuotas establecido en el
Convenio Internacional del Café empezó a hundirse, los precios mundiales
se desplomaron. El fondo estatal del café compraba a los agricultores
ruandeses a un precio fijo, pero las presiones políticas de Washington
en beneficio de los grandes comerciantes de café de Estados Unidos,
precipitó que la economía de Ruanda se desplomara. La bajada del precio del café fue catastrófica no sólo para Ruanda, también para otros países africanos, pero no se comenta que los países compradores hicieron una fortuna inmensa.
Pero no
sólo subrayamos este neocolonialismo económico de Occidente sobre los
países más pobres de África. Es importante subrayar que colonialismo del siglo XX, permaneció inalterado hasta la tragedia,
donde la administración colonial belga, utilizaba los conflictos
dinásticos para reforzar el control territorial. El objetivo era
alimentar las rivalidades étnicas para obtener el control político e
impedir el desarrollo de la solidaridad y unión entre los diferentes
grupos étnicos contra el dominador. El cobro de impuestos por las
aristocracias locales, debilitaron la economía tradicional en base al
cultivo en tierras comunales, estableciéndose lotes individuales con
cultivos comerciales como el café. Los colonizadores impusieron
divisiones étnicas, emitiendo tarjetas de identidad en las que se
indicaba el origen étnico, identificando a la monarquía colaboracionista
de los belgas con los hutus (dueños de los ganados) y la clase dominada
tutsis (agricultores). Con la independencia en 1962, las relaciones con
los antiguos colonizadores se volvieron más complejas, pero se heredará
casi intacto las divisiones impuestas por la administración belga.
El mismo objetivo de empujar a un grupo contra otro, “divide y vencerás”
se continuará al inicio de la guerra, con diversas intervenciones
militares de Occidente en defensa de los “derechos humanos”. La
concesión de créditos estaba condicionada por supuesta democratización
del país, supervisado por la comunidad de donadores, pero con la caída
de los precios del café, la economía del país estaba en manos de los
donadores de créditos. Esto provocara un terrible empobrecimiento de la
población, no sólo debido a la guerra civil, sino a las reformas
introducidas por el FMI, intentando realizar una reforma macroeconómica y
una transición al libre mercado. Una devaluación del franco ruandés al
50%, pretendía impulsar las exportaciones de café, pero se obtuvieron
resultados opuestos, exacerbando la crisis de la guerra civil. Se
deterioró la balanza de pagos, la salud y la educación quedaron en
mínimos con las medidas de austeridad, acusándose la desnutrición
infantil, aumento de la malaria, etc. El Banco Mundial alegó que las
cosas hubieran sido mucho peores si no se hubieran adoptado las medidas,
pero no se mostró ninguna sensibilidad, ni preocupación respecto a las
repercusiones políticas y sociales en un país al borde de la guerra
civil.
Los representantes de la ONU, veinte años después en 2014, reconocieron su fracaso al no frenar el genocidio.
En diciembre de 2015 el tribunal internacional del genocidio concluyó
su misión con 61 condenas, militares, políticos y religiosos por el
asesinato de 800.000 personas. Unas 10.000 personas han sido juzgadas
por delitos relativos al genocidio en las cortes nacionales, pero ¿están
aquí todos los responsables, no lo sé?
A pocas horas de avión, en cualquier parte del mundo está muriendo gente,
como pasó hace 22 años en Ruanda, ¿Cómo es posible que vivamos ajenos y
que lo que pasa en Siria, en África, o en otros lugares donde se
reproducen los horrores cotidianos? ¿Cómo podemos silenciar que el mundo
funcione así? El sufrimiento de tantos inocentes, de antes o de ahora, desafía a cualquier economía, política, filosofía y religión que no tome en serio esta realidad.
No podemos trivializar el sufrimiento de las víctimas, ellas son
normativas, son los que nos juzgan. Un cristiano de nuestro mundo deberá
compartir su pasión con Dios con la compasión por el que sufre, ponerse
en su lugar, ser misericordioso. Es tan importante escuchar al que
sufre como al que razona, no se puede olvidar el sufrimiento, ya que la
humanidad corre peligro. Cualquier sistema de pensamiento o cualquier
religión que viva de espaldas al sufrimiento, se deshumaniza y se aleja
del crucificado. Debemos hacer como nos propone J. B. Mezt una “Memoria
passionis”, hacer presente en nuestras sociedades, cultura, política o
religión el recuerdo de las víctimas, el recuerdo del sufrimiento,
luchar contra el olvido del hambriento, del perseguido, del torturado,
del asesinado. La lucha y la defensa por el que sufre nos hace más
humanos y revela nuestra verdad por la defensa del hombre.
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