martes, 31 de mayo de 2016

Antonio Colinas, "Los silencios de fuego"




Juan Antonio Mateos Pérez
 SALAMANCArtv al DÍA

El silencio no es diferente a la palabra interior
L. Lavelle.
Hace unos días conocimos la noticia, nuestro amigo, vecino y gran poeta Antonio Colinas, ganó el premio XXV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Cervantes de la poesía. Se premia una vida dedicada a la poesía, una vida y lírica que ahonda en una razón cordial, sentimiento y pensamiento se unen siguiendo las huellas marcadas por María Zambrano o San Juan de la Cruz. En su poesía lo religioso y existencial se toman de la mano como un estado de plenitud, el poeta y el místico dialogan con el misterio como algo consustancial en la vida. El pensamiento y la poesía son caminos diversos que nos llevan a la misma meta, ésta está más allá de la realidad aparente, una realidad que apunta al misterio de nuestra existencia, al misterio del ser.

Todo el espacio
para el silencio,
el silencio
es mi espacio

Comenta el poeta que cuando no sirven las palabras hay que buscar un reencuentro con el silencio. Es un riesgo, ya que el camino del silencio puede volverse extraño para los demás, para el entorno, pero la verdadera tragedia está en ser un extraño para uno mismo. En el silencio se habla desde una libertad sin límites, donde la palabra y el concepto ya no sirven, no son ciertos, son un gran espejismo. Una voz se agita en nuestro interior y nos llama a luchar contra ella misma, una voz que nos llama a luchar contra la voz.

En su poesía Antonio Colinas tiene una visión pacífica de la vida, son un auténtico tratado de la mansedumbre, pero no está ausente de los problemas de su tiempo como en su poemario Los silencios de fuego (1992). Esta obra es un tríptico escrito inmediatamente después de la guerra del Golfo, una poesía arraigada en la propia vida, más allá de la apariencia inmediata y literal. En el silencio, en el abismo del vacío, uno reconoce su propio ser como si viera en un espejo y tiene la sensación de habitar el mundo y volver al hogar. La primera hoja del tríptico de Los silencios de fuego son “Homenajes y presencias”, donde Colinas recoge con un cierto escepticismo el deterioro de la cultura Occidental y por lo tanto de la crisis del lenguaje. El poeta es el que guarda y multiplica la fuerza de la palabra y ha hecho del habla un dique contra el olvido.

He traído hasta este valle
mi cabeza sobrecargada de ideas,
mi corazón abrumado de sentimientos,
pero aquí, en su paz, he sabido
del silencio de la nada,
de la sublime purificación del vacío.

La segunda hoja de esta trilogía “Entre el bosque y el mar”, al poeta le inspira la naturaleza como un mundo que se escapa a la barbarie, el refugio para huir de la modernidad. La vida sigue latiendo en el silencio de la naturaleza. Cada vez que estamos absortos en la naturaleza, en una puesta de sol, en un amanecer, en un paisaje, en un día de lluvia sin intentar captúralo, estamos iluminados.

Se cuenta que una vez Buda sentado con sus discípulos le preguntaron por el sentido de la vida y la muerte, de la existencia, del ser. Buda tomó una flor entre sus dedos y la mostró, sólo uno comprendió que la vida es un misterio. Un misterio tan inexplicable como la maravilla de una flor que nace, como un atardecer o un bello paisaje que brilla un instante para alabar a su creador y muere. La esencia de la vida es un profundo misterio.

Alguna noche habremos de encontrarnos.
No sé si en éste o en otros mundos.
Tendrás la voz quebrada, el cuello blanco,
Olerá el mar a azahar en la penumbra.
Nos soñamos de lejos para amarnos
Y sólo nos amamos al soñarnos.
Alguna noche besaré el misterio.

Nuestro único viaje es un profundo silencio, desdichado el que no ha podido percibir el aroma de esa búsqueda, tal vez acosado por los afanes de la vida, por los sufrimientos, enfermedades, luchas, pérdidas, soledades o egoísmos. Vivir en el silencio es comprender que esos pensamientos son nuestra más horrible creación, que nos limita de toda libertad y de toda plenitud.

Se cierra el tríptico con “Tierra adentro”, es el tiempo de la esperanza, depara al hombre la posibilidad de superarse así mismo, de rescatar sus silenciosas cenizas y extraer la luz en una síntesis ideal. Allí donde cesan las palabras del poeta comienza una gran luz, la poesía se estira hasta el límite apuntando hacia lo sagrado. En ese límite experimentamos la certidumbre de un significado divino que nos supera y nos envuelve. Lo que está más allá de la palabra del hombre nos habla elocuentemente de Dios. El silencio envuelve y precede a la Palabra revelada. La palabra no puede “nacer” en el hombre ni en la humanidad no puede nacer sino a través de una larga, secreta y silenciosa maduración. El silencio es un regreso a las fuentes de la vida, a lo más bello y esencial de cuanto nos habita. Es un retorno a nuestro ser, al ser de Dios que se encarna en nosotros.

Cuando Todo es Uno
y cuando Uno es Todo,
cuando llega la hora interior,
se inspira la luz
y se espira una lumbre gozosa.

Entonces, amor se inflama
y oímos los silencios de fuego.

Gracias Antonio por este misterio armonioso de vida y poesía que nos ofreces. Un abrazo y enhorabuena.


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