Juan Antonio Mateos Pérez
"Me
gustaría hablar de Dios, no en los límites, sino en el centro, no en la
debilidad, sino en la fuerza, no a propósito de la muerte y de la
falta, sino en la vida y la bondad del ser humano. En los límites, me
parece preferible callarse y dejar sin resolver lo que no tiene solución
(...). Dios está en el centro de nuestra vida, estando más allá de
ella".
Dietrich Bonhoeffer
Nuestra
cultura parece que quiere vivir sin Dios, el nihilismo, el pluralismo
social y la relativización posmoderna de las creencias inciden también
en el propio cristianismo. Nuestro mundo se ha instalado en la
indiferencia de lo religioso, o bien en un ateísmo práctico donde
numerosas personas viven “como si Dios no existiera”. Este
ateísmo tiene como mejor argumento el sufrimiento de los inocentes, como
insinuaba Dostoievski, donde quería devolver su entrada para el cielo.
Las respuestas buscadas por el excelente escritor ni la sagrada
escritura, ni la filosofía pueden responder. Otros argumentos que el
ateísmo añade son la incompatibilidad de la imagen cristiana con el
mundo científico, o bien que sólo sin Dios el hombre puede llegar a la
madurez. La pregunta por Dios es en nuestra cultura irrelevante, parece
que al no plantearse la pregunta lo más inteligente es un largo
silencio. Este ateísmo práctico no tiende a demostrar que Dios no
existe, lo que se busca es crear un mundo donde Dios no sea necesario.
Podemos
destacar otra línea de reflexión en nuestra sociedad, donde es difícil
clarificar que se entiende por Dios, admitiendo una pluralidad de
significados. La presencia de otras religiones en nuestra cultura
europea y en nuestra sociedad, han contribuido a la vaguedad, tomando
conciencia que hay muchas maneras de hablar de lo divino y lo sagrado,
incluso hay religiones sin Dios como el budismo. La fe cristiana está
hoy confrontada a otras cosmovisiones, esta pluralidad erosiona su
pretensión de universalidad y hegemonía, provocando en nuestra sociedad
que las ideas cristianas sean difusas y equívocas, incluso para los
propios cristianos. Muchas
personas, sobre todo de clases medias, aunque se casen por la Iglesia o
tenga una cierta religiosidad difusa, lo cierto es que viven como si
Dios no existiera, en sus vidas se ve la inexistencia de Dios, como si
Dios para ellos en su realidad cotidiana o en sus aspiraciones de
sentido la realidad Dios no es necesaria o es superflua.
El teólogo y pastor protestante Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), introduce hace ya 70 años la expresión “Vivir como si Dios no existiera…”
en nuestra cultura y en la literatura teológica. Aunque la frase puede
remontarse al siglo XVII con el cristiano Hugo Crocio, había sostenido
que el Estado debía legislar como si Dios no existiera, y que el derecho
natural sería válido etiansi
daremus non ese Deum. Bonhoeffer escribe desde la prisión, por el
delirio destructivo de Hitler, su testamento teológico Resistencia y
sumisión, afirmaría que no existe un Dios cuya existencia se pueda
demostrar. Es decir, no existe un Dios objeto, manipulable, no niega su
omnipotencia, solo lo considera como a Dios mismo, no visible,
misterioso. El pastor protestante pensaba en una sociedad donde el
Evangelio pudiera ser lo que es, buena noticia. El hombre es un ser
autónomo en el campo de la ciencia, de la técnica, del arte, de la
política y todo lo que hay y se hace sobre el mundo es como si Dios no
existiera. Esta realidad quiere significar que el mundo es mundo y el y
hombre es mera criatura. Aceptando esta realidad asistiendo a la mayoría
de edad del hombre, es cuando pueden tener sentido las palabras de
Jesús como fuente de vida, de sentido y de salvación, no como una mera
superestructura religiosa.
Los
primeros cristianos eran tildados de ateos por la cultura griega, no
estaban vinculados a ningún templo ni exterioridad religiosa, sus signos
como el bautismo o la eucaristía querían ser expresión de la vida en
plenitud, ya que Dios estaba en todo y en todos. Bonhoeffer defendía que
el cristianismo deberá situarse en la vida real de los hombres y no
fuera de ella, la misma vida es el verdadero signo de Dios. Lo determinante en la fe en Dios es el proyecto de vida, el sentido que se le da a la existencia y las metas y valores que movilizan.
En
nuestra cultura contemporánea que parece no necesitar a Dios, también
se habla de la muerte del hombre, será que esa indiferencia y la muerte
de Dios anunciada arrastra también al hombre. Al expulsar a Dios de
nuestras vidas vivimos en un mundo creado por nosotros mismos que a
veces refleja nuestras propias miserias. Necesitamos alumbrar nuevas
luces en nuestras conciencias que nos abra el camino en medio de
nuestros conflictos y contradicciones. Necesitamos que nazca de nuevo en nosotros el Dios de la vida,
basta ahondar en nuestros interrogantes y en nuestros anhelos más
profundos. La salvación no afecta al hombre desde fuera, sino que lo
alcanza en lo más profundo de su ser, una semilla de resurrección se
halla ya en nosotros. Sólo debemos salir, incluso en la noche como
Nicodemo y nacer de nuevo, llamar a la puerta de Jesús y preguntar ¿Qué
soy yo para Dios? ¿Es cierto que soy querido y esperado? ¿Es posible que esa realidad transcendente que soy se defina desde Dios? Estamos habitados por el Dios de la vida, cada hombre posee un atlas del cielo que el propio Dios abrió en su humanidad.
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