Mes y medio antes de las navidades y
casi un mes antes del tiempo de adviento, nos bombardean con anuncios
publicitarios para fomentar el consumo navideño. También vemos con perplejidad,
sobre todo en un momento de crisis, un derroche de adornos y luces que se
expanden por la ciudad. Estamos en una sociedad del hiperconsumo en la era de
la globalización. El hiperconsumo, con sus nuevas maneras de producir y
de vender, de comunicar y de distribuir, provoca una auténtica escalada
individualista. Emerge, un nuevo tipo de consumidor, que necesita
experiencias afectivas y sensoriales, con una nueva forma y uso personalizado
del espacio, del tiempo y de los objetos, que se materializan en las
“Catedrales de los Centros Comerciales”. En una oferta superabundante de
productos y objetos, el hiperconsumidor, cuyo perfil se puede describir como
errático, nómada, volátil, imprevisible, fragmentado, desregularizado, está
cada vez más liberado de los controles colectivos del antiguo capitalismo. Es
un sujeto zapeador y descoordinado, ya que se introduce en el consumo el
espectáculo y el ocio. Las catedrales del consumo, son grandes centros de
diversión, envueltos en el celofán de en escenarios mágicos y encantados de las
luces, que en estas fechas se extienden a toda la ciudad. Muchos de los slogan
o las fuertes campañas publicitarias se dirigen no sólo a los adultos, también
a los niños, con lo que es muy difícil que en estas fechas no se llegue a casa
sin haber comprado alguna cosa que en principio, uno no tenía pensado hacer.
Desde ese
individualismo, se tiende a la individualización de la religiosidad,
a la afectivización y a la relativización de las creencias religiosas. En este
sentido, incluso la espiritualidad funciona, en muchos casos, como un
autoservicio de la expresión de las emociones y los sentimientos, de las
búsquedas impulsadas por la preocupación del bienestar personal. Se subraya la
participación temporal, los comportamientos a la carta, la primacía del
bienestar subjetivo y de la experiencia emocional, la religiosidad se desliza
hacia formas secularizadas, privadas, lúdicas o a formas de religiosidad popular.
En estos parámetros parece casi una utopía la pregunta por el sentido global de
la existencia.
Con tanta
luz y despilfarro, no podemos perder de vista nuestra verdadera LUZ. Ese abajamiento
de Dios, que adquiere nuestra condición humana, para compartir nuestro
destino y nuestra historia. En Él se realiza nuestra verdadera humanidad que
nos eleva hasta su divinidad. Celebramos que hay futuro en ese acontecimiento
del pasado, Jesús es Enmanuel, Dios con nosotros. Jesús, es la forma del Dios
invisible, que obra en Él y a través de Él. Él es el camino.
Jesús, nos
propone otra imagen de Dios, en la que pone su centro en el reinado de Dios. El
reinado es como su ADN, su cara más visible. Éste es una presencia humilde pero
eficaz en nuestro mundo, denunciando toda injusticia, todo egoísmo, toda
mentira que se oponga a su verdadero establecimiento. Un Dios y su justicia
que no era la del mundo, pero que se encarna en el mundo. Ese reino no se
expresa de una sola manera, ya que a Dios no se puede encerrar en unas leyes,
en unos ritos, en una religión, en una ideología. Está claro que si Dios es un
misterio, también lo es su reino.
Su vida se
constituyó como modelo de la nueva forma de ser y estilo de vida propios de ese
reino. Jesús es el don de Dios e inagotable del reino, es la perla y el tesoro
escondidos, es el fermento del mundo, del sentido de la historia y la raíz de
todas las liberaciones.
Un reino que está dentro de
nosotros, nos arranca de nuestras servidumbres y nos renueva como personas,
es un camino que exige una decisión absoluta. Este se nos da en la medida que
lo deseamos, que lo buscamos con un corazón humilde, o cuando miramos con
misericordia a nuestros semejantes, también cuando oramos cada día. Se da de
una forma muy especial cuando sufrimos, en el dolor y en las cruces, ahí Dios
con sus grandes manos, nos lleva en su corazón. Podemos decir que en el
amor, grande o pequeño de cada día.
También está
en la sociedad en la que nos movemos, aunque sea de forma precaria e
imperfecta. Irrumpe cuando se hace la justicia, en la fraternidad y en la lucha
por los derechos de todos, en la economía, en la política, en la familia, en la
parroquia, en el trabajo, en la vida. Ahí está como fermento y semilla que
crece poco a poco, y que va convirtiendo las relaciones de odio, egoísmo,
discriminación y explotación, en relaciones de amor, solidaridad, justicia y
paz.
De una forma
misteriosa la Iglesia contiene el reino. En la palabra, en los sacramentos,
en la comunidad, se produce una experiencia privilegiada de liberación interior
y de presencia de Dios. La fraternidad cristiana, debe ser un lugar
privilegiado de experiencia del reino en medio del mundo y en los vericuetos
del tejido social de cada día. Aunque el trigo y la cizaña crezcan juntos en el
corazón de cada persona, a ella estamos llamados todos, en especial los más
necesitados. Debemos de trabajar para que esa Iglesia que construimos todos,
sea la perla o el tesoro escondido, si dejamos crecer en el corazón de cada uno
la red de los peces buenos.
Por último, anhelamos
el reino futuro que es donde el tesoro y la perla adquieren valor absoluto,
donde el fermento se transformará definitivamente en masa, donde el grano de
mostaza terminará su crecimiento y se arrancará definitivamente la cizaña. En
el reino futuro no habrá noche, porque la luz se colocó en el candelero, donde
todos asistiremos a un gran banquete y allí Dios irrumpirá definitivamente en
la historia. Y liberación de la condición humana será plena e irreversible,
pues en el reino futuro enjugaremos todas nuestras lágrimas "y ya no
existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha
pasado" (Ap. 21, 4)
No sé si con
tantas luces, estamos vendiendo también la Navidad. Se nos olvida que cuando
miramos a Dios vemos al hombre y cuando miramos a los hombres vemos a Dios que
se ha encarnado. ¡FELIZ NAVIDAD!
Sube a nacer
conmigo,
dice el
poeta Neruda.
Baja a nacer
conmigo,
dice el Dios
de Jesús.
Hay que
nacer de nuevo,
hermanos
Nicodemos
y hay que
nacer subiendo desde abajo.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre
en pesebre,
todavía hay
Navidad.
Desconcertados
por el viento del desierto
que no
sabemos de donde viene
ni adonde
va.
Encharcados
en sangre y en codicia,
prohibidos
de vivir
con
dignidad,
sólo este
Niño puede salvarnos.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre
en pesebre,
de Navidad
en Navidad.
Siempre de
noche
naciendo de
nuevo,
Nicodemos.
“Desde las
periferias existenciales;”
con la fe de
Maria
y los
silencios de José
y todo el
Misterio del Niño,
hay Navidad.
Con los
pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos
ha amado hasta el extremo
de
entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios
venido a menos,
en una
Kenosis total.
Y es
Navidad.
Y es Tiempo
Nuevo.
Y la
consigna es
que todo es
Gracia,
todo es
Pascua,
todo es
Reino.
Pedro
Casaldàliga