SALAMANCArvt al DÍA
En la entrada del blog de la semana pasada hablamos de la muerte, de la muerte de los seres queridos, de la muerte cercana, de nuestra propia muerte y de nuestra temporalidad. Más allá del aspecto biológico, la muerte es la no respuesta, y se convierte en una realidad ontológica que reviste al hombre y lo desnuda más allá de toda desnudez. Se me da como un rostro diferente a mí, pero que no me es indiferente, es un ser querido que me afecta en el hondón de mi ser, hasta sentir la angustia de mi propia finitud y de mi propia muerte. Mi muerte es participación en la muerte de mis seres cercanos, del prójimo, en su “estar ahí” me desvela un sentido global de la realidad, de mí mismo, del mundo, de Dios. El final es no el límite último, es una manera de asumir mi propio ser. La muerte es asumida desde que somos, es un modo de ser y así en su realización nos abre a la totalidad y nos la anticipa el “todavía no”.
En la entrada del blog de la semana pasada hablamos de la muerte, de la muerte de los seres queridos, de la muerte cercana, de nuestra propia muerte y de nuestra temporalidad. Más allá del aspecto biológico, la muerte es la no respuesta, y se convierte en una realidad ontológica que reviste al hombre y lo desnuda más allá de toda desnudez. Se me da como un rostro diferente a mí, pero que no me es indiferente, es un ser querido que me afecta en el hondón de mi ser, hasta sentir la angustia de mi propia finitud y de mi propia muerte. Mi muerte es participación en la muerte de mis seres cercanos, del prójimo, en su “estar ahí” me desvela un sentido global de la realidad, de mí mismo, del mundo, de Dios. El final es no el límite último, es una manera de asumir mi propio ser. La muerte es asumida desde que somos, es un modo de ser y así en su realización nos abre a la totalidad y nos la anticipa el “todavía no”.
No podemos hablar de la muerte, sin hablar por lo
tanto de la esperanza, en un lenguaje filosófico, pero también religioso, son
las dos caras de una misma realidad. El hombre se abre al sentido último y
global, como Odiseo que apunta hacia Ítaca, soltando lastre y ligero de
equipaje, como los hijos de la mar. La esperanza es un sentimiento muy humano,
que no sólo opera en la esencia y la libertad, sino también en la relación
hombre- mundo. Un mundo que se nos presenta abierto y no determinado, como un
proceso, como una tendencia hacia algo inacabado e incompleto. Desde ese
proceso o camino, el ser humano busca su verdadero ser, el camino a Ítaca, su
lugar en el Cosmos en el pensamiento de Marx Scheler, o mejor “donde nadie ha
estado todavía”, según Bloch.
En ese caminar, el hombre tiene la capacidad de
proyectarse más allá, transcender el horizonte del mundo, a la espera de un
futuro que no sólo puede ser realización suya. Es una esperanza en el
perfeccionamiento de su ser, y en una transformación del mundo. Pero todavía
puede proyectarse más, el hombre es llamado a la trascendencia, al misterio.
Así pensaba K. Jasper, donde el mundo y el hombre se autofundamentan, la
Transcendencia, se confiere en fundamento. La Transcendencia misma no se
manifiesta nunca, sólo en el lenguaje de las cifras, en el lenguaje de
los símbolos, como realidad espiritual que nos permiten un acceso a ella,
intermediario entre la existencia y la Transcendencia.
El Dios que habla la teología cristiana, es el Dios de
la esperanza (Rom 15, 13). Un Dios que no está encima o dentro de nosotros, va
y ha ido delante con su propia muerte y su propia esperanza. Es un Dios que
sale a nuestro encuentro en sus promesas de futuro, un Dios que tiene el futuro
como carácter constitutivo. En todo el Nuevo Testamento, la esperanza se dirige
a lo que todavía no se ve, es por ello, "esperar contra
esperanza". Por esa razón, lo visible y lo ahora experimentable,
es una realidad perecedera, como si fuera una realidad abandonada de Dios, que
nosotros debemos dejar atrás. Es el crucificado el que tiene futuro,
la cruz está preñada de vida, de esperanza, de resurrección: "Él es
nuestra esperanza" (Col 1, 27). En la vida, la muerte y la
resurrección de Jesús, queda patente el poder y la fidelidad de Dios como
cumplimiento de una promesa. Una promesa que se ha anticipado en la
resurrección de Jesús. Con ella ya no sólo se mira al pasado, sino al futuro.
La esperanza no se refiere ahora a un Novum sin precedentes, sino que
tiende a acentuar lo que falta en ese proceso abierto en y por Jesús
(continuidad-novedad).
Es necesario recordar ahora, no sin rubor, las
palabras de Adorno, donde Auschwitz había privado de su derecho a toda voz
desde las alturas, las víctimas son normativas clamaba. Pero podemos esperar,
porque las víctimas esperaron. Esperar a pesar de todo. J. B. Metz nos
recuerda: “Los cristianos jamás podemos volver atrás de Auschwitz; y tampoco
ir más allá de Auschwitz solos, sino solamente con las víctimas de Auschwitz”.
Sólo hay una manera de encender la esperanza en las víctimas del pasado, es
que ese pasado no esté del todo cerrado, que el verdugo no triunfe sobre
las víctimas. Ahí está la resurrección de Jesús, una realidad que es sólo
objeto de fe, pero como nos recuerda Moltmann, mientras la historia continúe,
todo es posible. De momento, lo importante, es no olvidar, que es la
única manera de mantener la chispa de la esperanza.
Por lo tanto, esperanza tiene que ver con la
salvación, con esa iniciativa de Dios que da un sentido a la realidad
personal, social y cósmica. Esta esperanza asociada a la salvación que
abarca la totalidad de lo real. Estamos hablando de unos contenidos que son
iniciativa de Dios, no del hombre, aunque en colaboración con el hombre, que ha
recibido el orden del mundo. La esperanza, es esperar lo imposible, contra
toda esperanza, esperar a pesar de todo. Esta esperanza, no sólo tiene una
dimensión temporal y futura, es una esperanza hacia el otro y al Otro.
Apertura y desvelamiento de Dios, y apertura al hermano y sobre todo a
los que más sufren o han sufrido. Desde aquí, se pone en marcha el dinamismo de
la esperanza, que es fe y caridad. La esperanza impulsada por el amor y la caridad,
que a pesar del dolor y del mal, asume y transciende la historia, el tiempo y
la muerte.
San Agustín que quería ir siempre más allá de Ítaca,
en los límites de la esperanza, nos recordaba: Después de esta vida,
Dios mismo será nuestro lugar.
Ítaca
Cuando
emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el
camino sea largo,
lleno de
aventuras, lleno de experiencias.
No temas a
los lestrigones ni a los cíclopes
ni al
colérico Poseidón,
seres tales
jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar
es elevado, si selecta
es la
emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los
lestrigones ni a los cíclopes
ni al
salvaje Poseidón encontrarás,
si no los
llevas dentro de tu alma,
si no los
yergue tu alma ante ti.
Pide que el
camino sea largo.
Que muchas
sean las mañanas de verano
en que
llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos
nunca vistos antes.
Detente en
los emporios de Fenicia
y hazte con
hermosas mercancías,
nácar y
coral, ámbar y ébano
y toda
suerte de perfumes sensuales,
cuantos más
abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas
ciudades egipcias
a aprender,
a aprender de sus sabios.
Ten siempre
a Ítaca en tu mente.
Llegar allí
es tu destino.
Mas no
apresures nunca el viaje.
Mejor que
dure muchos años
y atracar,
viejo ya, en la isla,
enriquecido
de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar
a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te
brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no
habrías emprendido el camino.
Pero no
tiene ya nada que darte.
Aunque la
halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio
como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás
ya qué significan las Ítacas.
Konstantinos
Kavafis