sábado, 3 de enero de 2015

Navidad, con matices





Navidad. Sólo la palabra es ya una cascada de imágenes, referencias y hasta contradicciones. Quienes fueron dando pasos hasta llegar a la fijación de la fecha allá por el siglo III no podían pensar en esta inundación total a la que hemos llegado, desde el Adeste fideles sonando en el Centro comercial hasta el Rey o el Papa o Presidentes de medio mundo con sus mensajes de navidad, sin olvidar los conciertos que en estos días se amontonan unos sobre otros o los grupos cristianos que intentan mantener el espíritu de lo que la Navidad era cuando fue.
La celebran por supuesto, aunque con algunas diferencias de fechas por culpa de la reforma gregoriana del calendario, todas las iglesias cristianas históricas con distintos aditivos y derivaciones. Y la celebran, también con variantes y a su modo, todos los países del mundo hasta el extremo más oriental con festejos, decoraciones y descansos laborales. Y es de justicia destacar la enorme riqueza artística, sobre todo en literatura, música y pintura, que la Navidad de Jesús ha inspirado.
Todo esto, y mucho más, debiera ser suficiente para que cada generación conozca los hechos y las tradiciones y tenga acceso a su sentido y a sus pretensiones desde la historia milenaria de occidente. Esto es ilustración y libertad. Tiene su ironía, por usar de benevolencia al elegir la palabra, que en los espacios estatales y/o públicos esté mal visto (por los veedores de oficio, que no por el pueblo) y en algunos prohibido (por los prohibidores de oficio, que no por la gente), todo acto o referencia a esos hechos que el mundo entero celebra aunque sea en modos tan diversos como por otra parte no puede ser de otra manera. Y sucede que mientras, un ejemplo entre dos mil, el Stadhuis de Amsterdam, aquí Ayuntamiento, coloca varios “belenes” en la ciudad junto otros adornos de otras procedencias, por aquí nos cuesta más cada año hacer con normalidad ese elemental homenaje a una historia tan de casi todos y cargada de la humanidad más limpia que se puede echar uno a la cara de la razón. Así estamos, en un extraño analfabetismo reaccionario que va y viene y que no acertamos a superar.
Y como cristiano no puedo menos de destacar, en primera línea aunque sea ya el final, lo que celebramos, con torpeza pero resistiendo, en estos días, cada uno a su medida y consigo mismo y junto a los demás en fiestas y celebraciones. Es Dios mismo que se abaja y se acomoda a nuestra medida, se achica hasta tomar nuestra pequeña estatura, increíblemente se humaniza hasta la última línea de la humanidad. Por eso lo del pesebre y de noche y en las afueras y en Belén y en Judea (¿se puede caer más bajo?) y en la medida de niño más bien pobre… son rasgos que nos revelan la grandeza de lo que celebramos: Dios con nosotros, en hebreo Inmanuel, en arameo Amanuel y en castellano Manuel, en catalán Manel, en asturiano Nel, en valenciano Nelo, en euskera Imanol, en gallego Manoel, etc…  En este nombre está la historia más bella jamás contada. Ah, aunque la celebremos una noche y un día, la extendemos como podemos por todos los días del año.
Por eso, aun sin conocer o aceptar los hechos, estamos todos de fiesta y también por eso no pocos, intentando celebrar lo que para nosotros significa, estamos también de fiesta por todo el mundo. Y Fiesta grande.
Y nos decimos con razón ¡Feliz Navidad!

viernes, 2 de enero de 2015

¡NAVIDAD!




En origen Navidad y Epifanía eran una sola fiesta, la Encarnación del Verbo según nos recuerda el evangelio de Juan. Pero, No asistimos pasivamente a la Encarnación, ésta es un fenómeno trastornador para la historia del mundo y para la historia personal de cualquier creyente. En la Navidad hay relación con la Pascua, pero es independiente de ella, como comentamos en otra entrada del blog. La Encarnación es  también la llegada de Jesús salvador y liberador, es  hacer presente la muerte y resurrección de Jesús. Por lo tanto, la Navidad es el punto de partida del sacramento de salvación que tiene su culminación en la Pascua.
Durante el siglo IV se organiza el ciclo litúrgico de la Navidad. En Occidente se crea la memoria del nacimiento de Jesús, la Navidad  el 25 de diciembre, que sustituía a la fiesta pagana del “sol naciente”. En Oriente, la Epifanía, sustituye a la fiesta que celebraban en esos lugares del dios “sol”. A principios del siglo V, se empiezan a distinguir las dos fiestas de contenido diverso. Frente a la fiesta del sol, muy extendida en el paganismo se propone a Cristo como verdadera luz que ilumina a todo hombre.
La fiesta surge en Roma, así lo reflejan en sus escritos tanto san Agustín, san Basilio, como san Juan Crisóstomo. En el siglo IV, ya estaba extendida por el norte de Italia, norte de África, España, se celebraba en Capadocia y en Antioquía como una fiesta diferente a la Epifanía, en todos los lugares como influencia de Roma. Las diferentes disputas sobre las dos naturalezas de Cristo, plasmadas en los diferentes concilios de la época: Nicea, Éfeso, Calcedonia y Constantinopla hicieron de la Navidad, sobre todo por obra de san León Magno, la ocasión para afirmar la auténtica fe en el misterio de la Encarnación.  Las antífonas de la fiesta de Navidad cantaban de forma poética la definición proclamada por el concilio de Calcedonia (451) y la liturgia proporcionaba ocasión de enseñar a los fieles cómo entender la Persona divina de Jesús y sus dos naturalezas completas, divina y humana.
La primitiva celebración de la Navidad solo incluía una misa que se celebraba en la basílica de San Pedro a la hora tercia (tercera hora después de salir el sol, sobre las 9 de la mañana), es curioso que en el evangelio de Marcos, la hora tercia fue el momento de la crucifixión de Jesús. En el siglo V, en el pontificado de Sixto III, se introdujo la costumbre de celebrar una misa “a medianoche” en Santa María la Mayor, Basílica del Pesebre. Más tarde se introduce otra misa “al amanecer” en la Iglesia de san Anastasia. La misa de media noche tiene un claro paralelo con la vigilia pascual, se centra en el allelluia que precede al evangelio: “Os traigo la Buena Noticia, os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”. La del amanecer se evoca la adoración de los pastores, pero se insiste en la alegría de la llegada de un salvador. La tercera misa, se centra en la palabra hecha carne, cuya venida ha traído la salvación y es la revelación de Dios a los hombres.
La Navidad, por lo tanto, no es sólo un recuerdo histórico del nacimiento de Jesús, es más. Es la actualización, en el misterio, de la salvación que se inicia en la Encarnación. Esa actualización requiere un encuentro personal con ese Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, que nos lleve a confrontar toda nuestra vida personal, social, eclesial, cultural con la realidad de Jesús. Este encuentro nos debe llevar a una decisión, ya que nos encontramos con un tipo de profundidad humana que nos cuestiona y nos pone ante Dios.
En la Navidad se celebra la alegría, también el dolor que llegará en el Viernes Santo,  y la alegría última de la resurrección. Celebrar la alegría con una comida es una realidad cultural y tiene una función central en todos los lugares del mundo. Comer es el alma de toda cultura, nos vincula al grupo y a nuestra propia historia. También ha tenido siempre una dimensión religiosa, dar gracias a Dios por sus dones. Los primeros, cristianos las comidas es el símbolo esencial de la fe, es un signo de comunión Cristo y de esperanza por la llegada del Reino. Este “comer con”, pone de relieve la iniciativa de Dios que invita a todos a la salvación y por otro, a un modo de ser diferente de la comunidad cristiana, mas reconciliadora y universal. Esperemos que en nuestras comidas, afiancemos lazos en la familia, seamos conscientes del amor de Dios y nos abramos a un sentido profundo de lo que celebramos de forma fraterna con todos. De nuevo ¡Feliz Navidad!
Y tú, señor, naciendo, inesperado,
en esta soledad del pecho mío.
Señor, mi corazón lleno de frío,
¿en qué tibio rincón lo has transformado?
¡Qué de repente, Dios, entró en tu arado
a romper el terrón de mi baldío!
Pude vivir estando tan vacío,
¡cómo no muero al verme tan colmado!
Lleno de ti, señor: aquí tu fuente
que vuelve a mí sus múltiples espejos
y abrillanta mis límites de hombre.
Y yo a tus pies, dejando humildemente
tres palabras traídas de muy lejos:
el oro, incienso y mirra de mi nombre
.
José García Nieto, “Nacimiento de Dios” Del campo y la soledad, 1946


jueves, 25 de diciembre de 2014

¡Se vende Navidad....!



       
Mes y medio antes de las navidades y casi un mes antes del tiempo de adviento, nos bombardean con anuncios publicitarios para fomentar el consumo navideño. También vemos con perplejidad, sobre todo en un momento de crisis, un derroche de adornos y luces que se expanden por la ciudad. Estamos en una sociedad del hiperconsumo en la era de la globalización. El hiperconsumo, con sus nuevas maneras de producir y de vender, de comunicar y de distribuir, provoca una auténtica escalada individualista. Emerge, un nuevo tipo de consumidor, que necesita experiencias afectivas y sensoriales, con una nueva forma y uso personalizado del espacio, del tiempo y de los objetos, que se materializan en las “Catedrales de los Centros Comerciales”. En una oferta superabundante de productos y objetos, el hiperconsumidor, cuyo perfil se puede describir como errático, nómada, volátil, imprevisible, fragmentado, desregularizado, está cada vez más liberado de los controles colectivos del antiguo capitalismo. Es un sujeto zapeador y descoordinado, ya que se introduce en el consumo el espectáculo y el ocio. Las catedrales del consumo, son grandes centros de diversión, envueltos en el celofán de en escenarios mágicos y encantados de las luces, que en estas fechas se extienden a toda la ciudad. Muchos de los slogan o las fuertes campañas publicitarias se dirigen no sólo a los adultos, también a los niños, con lo que es muy difícil que en estas fechas no se llegue a casa sin haber comprado alguna cosa que en principio, uno no tenía pensado hacer.
Desde ese individualismo,  se tiende a la individualización de la religiosidad, a la afectivización y a la relativización de las creencias religiosas. En este sentido, incluso la espiritualidad funciona, en muchos casos, como un autoservicio de la expresión de las emociones y los sentimientos, de las búsquedas impulsadas por la preocupación del bienestar personal. Se subraya la participación temporal, los comportamientos a la carta, la primacía del bienestar subjetivo y de la experiencia emocional, la religiosidad se desliza hacia formas secularizadas, privadas, lúdicas o a formas de religiosidad popular. En estos parámetros parece casi una utopía la pregunta por el sentido global de la existencia.
Con tanta luz y despilfarro, no podemos perder de vista nuestra verdadera LUZ. Ese abajamiento de Dios, que adquiere nuestra condición humana, para compartir nuestro destino y nuestra historia. En Él se realiza nuestra verdadera humanidad que nos eleva hasta su divinidad. Celebramos que hay futuro en ese acontecimiento del pasado, Jesús es Enmanuel, Dios con nosotros. Jesús, es la forma del Dios invisible, que obra en Él y a través de Él. Él es el camino.
Jesús, nos propone otra imagen de Dios, en la que pone su centro en el reinado de Dios. El reinado es como su ADN, su cara más visible. Éste es una presencia humilde pero eficaz en nuestro mundo, denunciando toda injusticia, todo egoísmo, toda mentira que se oponga a su verdadero establecimiento. Un Dios y su justicia que no era la del mundo, pero que se encarna en el mundo. Ese reino no se expresa de una sola manera, ya que a Dios no se puede encerrar en unas leyes, en unos ritos, en una religión, en una ideología. Está claro que si Dios es un misterio, también lo es su reino.
Su vida se constituyó como modelo de la nueva forma de ser y estilo de vida propios de ese reino. Jesús es el don de Dios e inagotable del reino, es la perla y el tesoro escondidos, es el fermento del mundo, del sentido de la historia y la raíz de todas las liberaciones.
Un reino que está dentro de nosotros, nos arranca de nuestras servidumbres y nos renueva como personas, es un camino que exige una decisión absoluta. Este se nos da en la medida que lo deseamos, que lo buscamos con un corazón humilde, o cuando miramos con misericordia a nuestros semejantes, también cuando oramos cada día. Se da de una forma muy especial cuando sufrimos, en el dolor y en las cruces, ahí Dios con sus grandes manos, nos lleva en su corazón. Podemos decir  que en el amor, grande o pequeño de cada día.
También está en la sociedad en la que nos movemos, aunque sea de forma precaria e imperfecta. Irrumpe cuando se hace la justicia, en la fraternidad y en la lucha por los derechos de todos, en la economía, en la política, en la familia, en la parroquia, en el trabajo, en la vida. Ahí está como fermento y semilla que crece poco a poco, y que va convirtiendo las relaciones de odio, egoísmo, discriminación y explotación, en relaciones de amor, solidaridad, justicia y paz.
De una forma misteriosa la Iglesia contiene el reino. En la palabra, en los sacramentos, en la comunidad, se produce una experiencia privilegiada de liberación interior y de presencia de Dios. La fraternidad cristiana, debe ser un lugar privilegiado de experiencia del reino en medio del mundo y en los vericuetos del tejido social de cada día. Aunque el trigo y la cizaña crezcan juntos en el corazón de cada persona, a ella estamos llamados todos, en especial los más necesitados. Debemos de trabajar para que esa Iglesia que construimos todos, sea la perla o el tesoro escondido, si dejamos crecer en el corazón de cada uno la red de los peces buenos.
Por último, anhelamos el reino futuro que es donde el tesoro y la perla adquieren valor absoluto, donde el fermento se transformará definitivamente en masa, donde el grano de mostaza terminará su crecimiento y se arrancará definitivamente la cizaña. En el reino futuro no habrá noche, porque la luz se colocó en el candelero, donde todos asistiremos a un gran banquete y allí Dios irrumpirá definitivamente en la historia. Y liberación de la condición humana será plena e irreversible, pues en el reino futuro enjugaremos todas nuestras lágrimas "y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado" (Ap. 21, 4)
No sé si con tantas luces, estamos vendiendo también la Navidad. Se nos olvida que cuando miramos a Dios vemos al hombre y cuando miramos a los hombres vemos a Dios que se ha encarnado. ¡FELIZ NAVIDAD!

Sube a nacer conmigo,
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de donde viene
ni adonde va.

Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.
De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.

Siempre de noche
naciendo de nuevo,
Nicodemos.
“Desde las periferias existenciales;”
con la fe de Maria
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.

Con los pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kenosis total.

Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.
Y la consigna es
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino.
Pedro Casaldàliga