Parece lógico que después
de Sócrates, en la mirada de Ulises abordáramos a Platón, a su maestro y su
importancia en el mundo helenístico, con el que Pablo tuvo que vérselas un mundo, al que lleva la Buena Nueva de la resurrección de Jesús.
Platón, por otro lado, es la base del pensamiento occidental, y, el
cristianismo inicial, toma muchos de sus elementos para su reflexión sobre Dios
y sobre la fe, ahí están Orígenes o san Agustín. Pero quisiéramos ir por otro
camino.
En los últimos meses, se ha
escrito mucho sobre “La banalidad del
mal”, película sobre la vida de Hannah Arendt que ha realizado Margarethe
von Trotta. Directora, actriz y
guionista del nuevo cine alemán, que con una mirada femenina y feminista, ha
intentado presentarnos los perfiles de la mujer a través de películas como Las hermanas alemanas, Locura de mujer, Rosa
de Luxemburgo, o Visión. De la vida de Hidegarda de Bingen. Todas ellas películas sobre mujeres
interesantes y de una gran alabanza y culto a su directora.
La película, más que la
vida de la filósofa analiza un hecho importante de su vida, el momento que fue
enviada a Jerusalén por la revista The
New Yorker para informar sobre el proceso contra Eichmann. Teniente coronel
de las SS, encargado del transporte de judíos a los campos de concentración y
creador de los “consejos judíos” que colaboraron en la selección de los
deportados. Fue capturado por el Mossad (el servicio secreto israelí) en Buenos
Aires en 1960. El Estado de Israel, que se había saltado todas las reglas del
Derecho Internacional al secuestrarlo en Argentina, quería mostrar a Eichmann
como un monstruo despiadado para, de ese modo, poder justificar sus
cuestionables prácticas anti-nazis.
Hannah Arendt, autora de
los Orígenes del totalitarismo, no
vio al horrendo genocida, sino a un pobre hombre, obsesionado con el
cumplimiento de las órdenes. Para colmo, contó con la ayuda de líderes judíos a
la hora de seleccionar a las víctimas que debían ser deportadas a los campos de
concentración. De ahí su obra, Un estudio
sobre la banalidad del mal, donde el mal, no se esconde en las grandes
mentes criminales, sino en la estructura insignificante de cualquier ciudadano,
insignificante y aparentemente normal, como Eichmann. Hannah Arendt, nos ha
mostrado, lo terriblemente normal que puede ser el mal, con la cotidianidad de
la vida y del individuo. Lo vemos todos los días, desde no alquilar pisos a
emigrantes, hablar mal del prójimo, la violencia verbal o física,
discriminaciones, tendencias racistas y xenófobas, etc. Lo vemos cada día en conversaciones, en
acciones cotidianas, correos electrónicos que recibimos en forma de
presentaciones, etc. No se nos olvide que detrás de todo está la libertad,
siempre podemos decir que no, lo hago o no lo hago, diga lo que digan, mis
jefes, mis amigos o mis confesores, da igual. Discernir, pensar, informarme,
son elementos necesarios para crecer en libertad.
De libertad es de lo que
quería hablar, que es el núcleo de la relación de Hannah Arendt y Pablo de
Tarso. Pero, qué relación tiene una de las mujeres más influyentes del siglo
XX, discípula de Husserl, Heidegger, K.
Jaspers, con nuestro querido Pablo. Mucho, sobre todo con ese concepto
de libertad personal e individual que tenemos, para poder decir sí o no a las
acciones que se nos presentan a nuestra voluntad.
Su tesis doctoral fue un
estudio sobre el amor en San Agustín, después
de los estudios sobre el nazismo y la banalidad del mal, realiza un profundo
estudio sobre la Condición humana, donde
aborda el concepto de la vida. Por un lado, la vida como ciclo natural
incesante vinculado con la labor, y la vida como devenir humano enmarcado en la
historia de un quién a través de la acción. La vida para Hannah Arendt, es algo
singular y subraya la importancia de aparecer ante los otros mediante el acto y
la palabra.
La muerte sorprende a
Hannah Arendt con la elaboración de su última obra inacabada, que nos habla de
la Vida del Espíritu. En esta obra
dedica un capítulo a San Pablo, en la segunda parte del libro, cuando habla y
desarrolla la voluntad. El concepto de libertad era fundamental en su obra, no
sólo la libertad personal, sino política y en ella tiene importancia la obra de
Platón, en esta última obra inacabada, la centralidad de la misma,
sorprendentemente es la figura de Pablo de Tarso. Es interesante el estudio
sobre la “Epístola a los Romanos según Arendt”, que Agustín Serrano de Haro,
realiza en la obra que dirige Reyes Mate y José A. Zamora, Nuevas teologías políticas. Pablo de Tarso en la construcción de
Occidente.
Hannah Arendt, parte la pregunta
sobre la posibilidad de elegir, como precursora de la voluntad. La voluntad es
algo propio que los hombres no sólo tienen con ellos mismos, sino dentro de sí
mismos. En su Carta a los Romanos,
Pablo nos recordaba que queriendo hacer el bien, es el mal el que se nos
presenta (7:21). No realizamos el bien que queremos, sino el mal que no
queremos. Se da cuenta, que el problema de la libertad humana, está ausente en
la filosofía griega.
El pensamiento griego, no
entró a fondo en esta cuestión clave, si realmente el hombre es un ser libre,
si existe la libertad en nuestro mundo o en qué puede consistir esta. No hay
concepto que exprese esta idea en la filosofía griega, ni proaíresis,
ni eleuthería, llegarían al fondo del
problema. El concepto de libertad griego, formaba parte de la experiencia
cotidiana, de la praxis, en el espacio político, no de la reflexión o del
pensamiento. No hay experiencia de una libertad individual, está sólo se nos
muestra en el mundo de la Polis y en la intersubjetividad ciudadana, además,
está vinculada a la acción política y no a la voluntad.
Hannah Arendt, descubre en
Pablo de Tarso, al “hombre interior”, que se topa con la voluntad de querer, de
elegir, que sólo se hace presente cuando entramos en pugna con nosotros mismos.
La ley antigua decía debes hacer, la
nueva ley de Dios que Pablo interioriza dice, debes querer. La acción del hombre se debate entre dos
requerimientos enfrentados, propios de sí. El hombre choca consigo mismo,
independientemente de lo querido y de las razones para quererlo. La voluntad
requiere decir sí a la acción en función de sus alternativas, esto equivale a
ordenar la acción a un fin. El sí al amor,
supone de inmediato un no a la maldad, pero esto se debate en una fuerte
pugna interior, que necesita de la gracia de Dios, ya que el hombre en su
naturaleza no puede por sí solo. En esta pugna o debate, entre la carnalidad y
la espiritualidad en el hombre, surge uno de los elementos propios de la
constitución humana, de su ontología, la
libertad. La voluntad, individualiza a cada hombre (en el pecado y en la
gracia), esa libertad de la voluntad no sólo depende de la acción y de las
obras, necesita ser liberada, necesita de liberación.
Sólo la gracia de Dios,
puede superar la dialéctica entre la carnalidad y la espiritualidad, la
misericordia de Dios soluciona el conflicto de la voluntad, pero sin anularla,
donde existe el pecado, sobreabunda la gracia. La voluntad no puede resolver el
conflicto ya que se estorba a sí misma, ya que los hombres no son carnales o
espirituales. Para Pablo, son a la vez, carnales y espirituales. La carne
morirá, es el espíritu quien tiene que ordenar los apetitos, y crucificar ésta en
sus deseos y pasiones, pero está más allá del poder humano. La carnalidad, sin
ser la fuente de todo mal, interrumpe la espiritualidad. La voluntad se hace
presente cuando vence la resistencia carnal, o si se quiere con otras palabras
más actuales, la resistencia interna. Ésta se logra más allá de nuestro hacer, está en
manos de Dios.
Es bueno empezar por
querer, incluso más allá de nuestra carnalidad. Pablo y sus amigos llamaron esa
actuación de Dios, resurrección, por ella se movieron y toda ella
atraviesa su obra. Esa ya sucedió en Cristo, en los creyentes sucederá en la
última venida de Cristo, vencidas todas las fuerzas cósmicas del mal y en
especial la muerte, entregará el Reino de Dios, para que Dios sea todo en
todos.