Juan Antonio Mateos Pérez
Partimos de un hecho innegable, que
la religión está ahí desde los orígenes del hombre, el hecho religioso acompaña
la historia humana en todas sus etapas e interviene en el desarrollo de esa
historia humana. La religión es un fenómeno universal, pero en el hecho
religioso, a pesar de la variedad, hay una cierta homogeneidad. Entre esos
elementos comunes que forman el rostro del hecho religioso está, lo sagrado, el
misterio, la actitud religiosa y las mediaciones que las que se hace presente
el misterio. Estas se denominan hierofanías o teofanías, manifestaciones de lo
sagrado.
En principio Epifanía hacía
referencia a la llegada, con gran notoriedad de un rey o un emperador. El mismo
concepto servía para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa
de ella, una manifestación de Dios. Así en muchas zonas de las iglesias
orientales, esta fiesta sería la misma que nuestra navidad. En el cristianismo,
Jesús de Nazaret, en su mensaje, en su
vida, en la cruz y la resurrección, se produce la teofanía definitiva de Dios.
Así Dios se nos manifiesta en un niño pequeño, en los Magos, en el Bautismo de
Jesús, en sus palabras, en la resurrección, etc.
La historia es muy parecida a la
Navidad, la cristianización de una fiesta pagana. Nace en Oriente, posiblemente
en Egipto donde estaba extendida una fiesta dedicada al nacimiento del dios Eón, propio de Alejandría
que se celebraba entre el 5 y 6 de enero. O bien, con la fiesta de la epifanía
de Dionisos o maduración del vino que la literatura relaciona con la vid que ha
sido cocida o fermentada. Ya en el siglo II se tiene noticia de una fiesta
cristiana, celebrada por las sectas gnósticas el 6 de enero, con la que se
conmemoraba el bautismo de Jesús. En el siglo IV estará presente en todo el
mediterráneo, desde Jerusalén hasta Hispania. Muy pronto se incluirá en esta
fiesta el bautismo del Jesús, interpretado como manifestación solemne de su
divinidad. En esta fiesta se centró en muchas iglesias de Oriente, cuando
fueron aceptando la fiesta de la Navidad de Occidente. Lo cierto es que las liturgias
occidentales han conmemorado en la Epifanía la manifestación de la divinidad en
la adoración de los Magos, en el
bautismo de Jesús y en las bodas de Caná, lo que se conoce como la tría mirácula.
De todas estas manifestaciones, en
la teología popular se ha subrayado mucho la adoración de los magos. Pero los Reyes,
que sólo aparecen en el evangelio de Mateo, cultivaron más la fantasía popular que los humildes pastores del
evangelio de Lucas. En el protoevangelio
de Santiago (siglo II), sólo los magos fueron a rendir homenaje a la cueva
de Belén. En las catacumbas, aparecen representados los magos dos siglos antes
que los pastores, que no aparecen hasta el siglo IV. Pero los evangelios de la infancia, no tenían una intención biográfica sino
teológica, su propósito era presentar en profundidad, la identidad de aquel
a quien sus respectivas comunidades reconocían como Mesías y Señor de sus vidas.
En el evangelio de Mateo, pretende mostrar que el Antiguo Testamento se cumple
en la palabra y obras de Jesús. Diferentes textos del profeta Isaías habla de los Reyes que se postrarán ante Jesús:
Reyes
serán tus tutores,
y
sus princesas, nodrizas tuyas.
Rostro
en tierra se postrarán ante ti,
y
el polvo de tus pies lamerán,
y
sabrás que yo soy Yahvé;
no se avergonzarán los que en mí esperan
(Is 49, 23).
En el capítulo 60 de Isaías
encontramos:
…”y los reyes al resplandor de
tu alborada.
Alza los ojos en torno y mira:
todos se reúnen y vienen a ti.
Tus hijos vienen de lejos,
y tus hijas son
llevadas en brazos.
En la figura de los
magos o mejor de los Reyes, Mateo prefiguraba a los cristianos gentiles
de su propia comunidad. Estos cristianos, como cualquier cristiano de la actualidad,
fueron atraídos a Jesús no desde el
judaísmo, sino desde las naciones paganas. Quiere ser un anuncio al mundo
entero, a todas las naciones y pueblos.
La
imaginación popular y el culto a las reliquias los convirtió a los Magos o Reyes en personajes históricos. En principio tres, debido a la mención de tres
regalos (Mt 2, 11 - y al entrar en la
casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron
homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra...-). Pero aparecen otros números, dos en
las catacumbas de los santos Pedro y Marcelino; cuatro en los frescos del siglo
IV, en las catacumbas de santa Domitila; y hasta doce (¡con nombres!) en las
listas medievales orientales. Incluso aparecieron su reliquias, hoy en la
catedral de Colonia. Los cristianos occidentales los llamarán, Melchor, Gaspar
y Baltasar, esta tradición se halla en los Excepta Latina Barbari. En el
mosaico de la Iglesia de San Apolinar el nuevo en Rávena del siglo VI, aparecen
también esos nombres y la alusión a que pertenecen
a razas diferentes (representando a las naciones del mundo conocido).
Aunque el rey negro tardó mucho en aparecer en el arte.
En San Ireneo en el
siglo II y en un himno de san Prudencio del sigo IV, sobre la Epifanía, se relacionan
los regalos con diferentes aspectos de Jesús: El oro con la realeza, incienso con la divinidad, y mirra con el
redentor sufriente. Más adelante, la piedad cristiana, los relacionó con la
respuesta ante Jesús: El oro simboliza la virtud, el incienso la oración y la
mirra el sufrimiento.
Para terminar, nos encontramos que cada cristiano es un Mago, en busca de la Luz o de la estrella, y
guiado por ella en su fe. Difícil tarea, buscar la estrella en medio del mundo
y llegar hasta el misterio. Hacerse preguntas, aunque a veces tengan una
difícil respuesta, que nos llevan más allá de nosotros mismos, primero al
conocimiento y luego transcendiendo nuestro ser más allá. Como los magos, el
cristiano se pone en camino y busca caminos, desde la pregunta y a razón, desde
la poesía y el arte, desde el corazón y la solidaridad. Pero llegará un momento
que en el encuentro con Dios, sobren las preguntas y los caminos, como nos
dicen los místicos, sólo será el desprendimiento, la humildad y la adoración. Como
esos buscadores de Dios, es posible que volvamos al nuestras tareas cotidianas
de la vida a nuestra existencia, por otro camino diferente y más profundo.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Antonio
Machado, Proverbios y Cantares