El día 8 de marzo se celebra cada año el día de
la mujer trabajadora, es una jornada de reivindicación de los derechos de las
mujeres como trabajadoras y como ciudadanas. Desde 1908, las mujeres que
se encerraron en la fábrica de textil de “Cotton” en Nueva York y que
fallecieron, a las últimas denuncias y reivindicaciones de estos días en
manifestaciones, declaraciones en la prensa y en libros. Sigue existiendo una
feminización de la pobreza y es evidente que también en la esfera pública, en
el trabajo, en los sueldos, en la familia, que se acentúa en los países más
pobres.
La asociación Acción Verapaz, publica estos días
algunas cifras sobre esa desigualdad: Siete de cada diez personas que pasan
hambre en el mundo, son mujeres, según Naciones Unidas; el 60 % de las niñas en
edad escolar, no asisten a la escuela; tres cuartas partes de los analfabetos
del mundo son mujeres; se calcula que el 80% de las 800.000 personas que son
víctimas cada año de la trata de seres humanos son mujeres y niñas, y que la
mayoría de éstas (79%) están destinadas a fines de explotación sexual; las
mujeres aportan dos terceras partes de las horas de trabajo, pero sólo reciben
un tercio de los ingresos y tan sólo poseen el 10% de los recursos mundiales.
Como vemos el panorama no es muy alentador,
podíamos continuar, pero es el momento de iniciar la reflexión. El desarrollo
del hombre y de la mujer deberá ir a la par del desarrollo social, cuyo
objetivo es la búsqueda del bien común. Pero deberá tener unas bases prácticas
basadas en la solidaridad, el amor,
Mujer del Congo acarreando
leña. Periodismo Humano
la igualdad, responsabilidad y participación. Existe
ciertamente una relación muy profunda entre el individuo y la sociedad. El
peligro de la armonización acecha por ambas partes. El individuo no puede
diluirse en la sociedad. Ha de seguir siendo él con sus derechos y deberes. El
individuo es anterior a la sociedad. Sus derechos no pueden ser conculcados por
la comunidad. Pero al mismo tiempo, el individuo no puede caer en el egoísmo.
El hombre tiene que vivir un doble movimiento: el de darse y el de recibir. Es
el único camino para llegar a la realización plena de su personalidad.
Algunas mujeres desde la filosofía, como Victoria
Camps o Adela Cortina, critican las definiciones de lo masculino y femenino que
ha mantenido la razón instrumental, proponen una “ética femenina”. Esta sería
una ética de la benevolencia hacia el prójimo, una ética humana, que conjugando
el universalismo con lo individual, hagan posible la paz perpetua.
Dolores Aleixandre y Magdalena Fontanals, desde
la teología feminista, denuncian la permanencia de una sociedad patriarcal, que
otorga al hombre el privilegio y el papel dominador en la sociedad. Esto tiene
unas profundas raíces históricas, pero las sociedades las han normalizado, en
la familia, en el mundo laboral y las mantiene el sistema en una exaltación de
los valores masculinos, agresividad, competitividad, violencia. Los medios de
comunicación son los vehículos de esa ideología, donde ni la propia Iglesia se
ha podido liberar de esa mentalidad androcéntrica.
Aunque la fe no puede reducirse a ethos, hay, una íntima unión
entre fe y ética. El cristiano ve la moral autónoma de la humanidad en el
contexto de una práctica conforme al reino de Dios, en el que tiene puesta su
esperanza. La ética, está anclada en la fe en Dios, que tiene por fundamento,
una esperanza realista en un Dios que actúa en nuestra historia para liberar al
hombre en su comunidad social. En el encuentro con Jesús, los ciegos son
sanados, los esclavizados liberados y los pobres descubren su dignidad. Esa
acción liberadora de Jesús es más relevante con las mujeres de su tiempo, que
las ayudó a salir de su subordinación, pasividad e irrelevancia. Incluso en el
camino de la cruz, llevó un mensaje de esperanza, mujeres de Jerusalén, no
lloréis por mí...
Las mujeres de hoy, también desde la teología, no
buscan que nadie les defienda, tienen su propia palabra como hemos visto.
Tampoco desean seguir callando, denunciando y clamando ante la desigualdad en
la Iglesia, gritan desde una voz libre y profética. Quieren el paso de una
práctica teológica y eclesial, de la inclusión, que se haga real la llamada a
una comunidad fraterna de iguales, donde pueda pasar de Iglesia
patriarcal, a otra de nuevo rostro, donde todos, mujeres y hombres, seriamos
aceptados como iguales.
¿Y si Dios fuera mujer?pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
Mario Benedetti: “¿Y si Dios fuera mujer?”, El amor, las mujeres y la vida.