Seguro
que a Jon Sobrino no le importará que tome el título de uno de sus
libros para hablar de la misericordia, tenía como subtítulo bajar
de la cruz a los pueblos crucificados. El teólogo jesuita entiende
la teología desde el amor y la misericordia, como esperanza y
liberación. Reciente está todavía el eco de otro libro, La
misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, del
teólogo Walter Kasper, muy bien acogido y alabado públicamente por
el papa Francisco.
Este sábado, el Papa ha presentado la bula sobre
el año de la misericordia, animando a todos los creyentes, cercanos
y lejanos, a participar de un tiempo oportuno y de gracia, una
llamada a la conversión y al amor de Dios. Es un Jubileo
extraordinario que comenzará el 8 de diciembre, fiesta de la
Inmaculada. Ha sido elegida esa fecha ya que ese día se conmemora
del quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio
Ecuménico Vaticano II, afirmando que la Iglesia quiere mantener
vivo ese evento. El Concilio supuso una entrada de aire fresco en la
Iglesia, sale de su castillo cerrado, no queriendo ser un fin en sí
misma, quiere acompañar al hombre actual y discernir los signos de
los tiempos desde el servicio. El jubileo busca llevar la riqueza de
la misión de Jesús en la que resuena la voz del profeta Isaías:
“El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”
(Lc. 4, 18). El Jubileo terminará el 20 de noviembre del 2016,
solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del universo.
En un mundo
donde la pregunta por el sentido se hace cada vez más urgente, la
violencia es el pan de cada día, la pobreza y la desigualdad nos
sonrojan desde nuestras atalayas de la abundancia, la misericordia
parece situarse en el centro de los “signos de los tiempos”.
Creo que ha saltado mi corazón al leer las palabras de Francisco,
ya que para casi todas las religiones, la misericordia es el nombre
más bello de Dios y lo más cercano frente a su transcendencia. La
misericordia solidaria es para muchos teóricos de la religión el
culmen de la experiencia budista de la vida. El Islam, continúa con
la tradición judaica y cristiana de la misericordia, todas las
suras del Corán comienzan: En el nombre de Allah, el Compasivo,
el Misericordioso, palabras que se inspiran Ex 34, 6-7. La
misericordia ha sido un tema central en los últimos pontífices de
la Iglesia, Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ya que ésta
atraviesa todo el sentido del Antiguo y el Nuevo Testamento, a pesar
que ha sido un tema olvidado en la teología y puesto bajo sospecha.
Me quedo con Schopenhauer, que a su juicio, sólo
existía un móvil moral auténtico, la compasión y la
misericordia. Pero debemos ser cautos como nos recomendó Nietzsche,
no debe ser vana sensiblería, ni una ocultación de relaciones
desiguales de poder, ni tampoco con ella se suprime todo el dolor
que conlleva la violencia, la pobreza y la desigualdad. Nietzsche
que fue muy crítico con el amor cristiano, pero no fue ajeno a la
misericordia, como ese buen samaritano, que se conmovió con dolor
de un desconocido. Nuestro vecino, Unamuno, nos recordaba que la
misericordia es la esencia del amor espiritual humano. Pero desde el
punto de vista de las víctimas, la justicia parece imperativa para
hacer una “Memoria Passionis”, mantener el clamor de las
víctimas contra el olvido y la amnesia cultural. Así Levinas,
intentó armonizar la justicia y el amor, dos realidades
inseparables y simultáneas, donde la caridad es imposible sin la
justicia y la justicia se deforma sin la caridad. Por su parte
Derrida, en sus estudios sobre el perdón nos habla de unirlo a la
justicia, pero es necesario transcender la justicia frente al
derecho positivo. La justicia despliega un poder performativo que el
filósofo califica de místico. La exigencia de justicia infinita
lleva a la deconstrucción de los sistemas jurídicos existentes y
sirve al mismo tiempo para hacer justicia al individuo. Se sitúa la
justicia “más allá del ser”, donde se desarrolle un concepto
de Dios que sea a la vez justo y misericordioso. Paul Ricoeur,
transciende la justicia conmutativa y distributiva transcendiéndolas
en el amor imperativo al otro y su bienestar. Por último,
subrayamos la fenomenología del don de Jean-Luc
Marion, que busca entender la realidad como algo que no construimos
nosotros, sino que se nos muestra y se nos abre, interpretando al
ser como donación.
La misericordia significa la cualidad del corazón
que lo hace sensible a la miseria, a la desgracia del otro. La
misericordia es más que la compasión, es la capacidad de
identificarse con el otro y a la vez poder liberar al que sufre.
Pero sobre todo, la misericordia es uno de los atributos de Dios, en
el Antiguo Testamento y en el Nuevo, ese amor profundo, que nace de
las entrañas y que provoca un movimiento interno que invita a la
acción. El principio misericordia nos habla de amor, de un amor
misericordioso que nace de las entrañas mismas de Dios, que nos
habla de su fidelidad para con nosotros. “He visto la opresión
de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me
he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos”. (Ex
3, 7). Hacer presente la misericordia en el mundo actual, no es sólo
amar y preocuparse por el otro, es habitar el mundo desde al amor de
Dios, es hacer presente la justicia, la solidaridad, la
responsabilidad, la inclusión y la resiliencia. Pero de esto ya
hablaremos en otro momento.
Un nombre nuevo de tu esencia eterna-Amor y mucho más: Misericordia-
ostentas a tus pies, con el orgullo
de aquel que tiene en su pasión su gloria.
Pasión de amor la tuya. Por nosotros,
se rompe en la luz tu Corazón, cual joya
que transfigura el sol; como granada
que da sus pasos a las mariposas.
Y Amor te llamas Tú, porque eso eres:
Amor… y más aún: ¡MISERICORDIA!
Fr. Luis de Fátima Luque “Rótulo” de Poema
de amor misericordioso