CAMPAÑA DE MANOS UNIDAS
Juan Antonio Mateos Pérez
“Plántale cara
al hambre: siembra”´
(Manos Unidas)
Lo que llamamos globalización actual es un proceso de
trasformación global, impulsado por la revolución tecnológica actual, pero que
tiene una larga historia que se inicia con los grandes descubrimientos del
siglo XVI. Ese proceso se acelera con la Revolución Industrial de finales del
XVIII y XIX, acompañada con una importante “revolución de los transportes”. Esa
importante acumulación capitalista que se inició en Inglaterra hace doscientos
años, ha ido extendiéndose por el mundo entero por medio del colonialismo, del
imperialismo y hoy por lo que llamamos globalización. En el debate sobre la
globalización podemos encontrar los que piensan que es un momento de grandes
oportunidades y a los que están en contra en no ven más que peligros en el
proceso. Independientemente de nuestra postura, parece un proceso irreversible
y vemos en él un claro proceso histórico de transformaciones sociales,
políticas y económicas. Con este proceso cada vez más acelerado, se desarrollan
redes y centros de poder globalizados, estrategias económicas que favorecen a
esos núcleos de poder, patrones globales de estratificación de clases, zonas
del planeta fuertemente enriquecidas y otras muy empobrecidas.
Lo que llama la atención que en ese proceso, parece
que no van todos, gran número de personas y países están al margen de la
globalización. Aunque los centros y redes de poder sostienen que este
proceso uniforma, lo cierto que y los resultados alcanzados lo demuestran, sólo
unifica. Fuera de este proceso de globalización quedan muchas cosas importantes
que se han ido desarrollado en un proceso histórico largo y costoso: El ser
humano, el medio ambiente, la democracia, la cultura, la verdad, y sobre todo
ha creado grandes bolsas de pobreza inhumanas.
Las fábulas económicas introducidas en este
proceso irreversible siguen comentando que hay que dejar obrar al mercado
mundial, acompañado de un imponente desarrollo tecnológico, para administrar
eficientemente los recursos, eso genera más beneficios y así se puede
distribuir mejor la riqueza. Parece que las premisas iniciales funcionan de una
forma exponencial, no la última de ellas, más que distribuir la riqueza ha
provocado pobreza y esclavitud de grandes masas de la población mundial. De
este proceso no se libran las sociedades mejor paradas, los llamados países
desarrollados, que están creando “animales de trabajo” en estas
sociedades del cansancio, donde el individuo se explota a sí mismo por una
miseria y sin coacción externa, debido a un exceso de estímulos que está
recibiendo.
Las pocas familias que dominan el mundo, grupos
económicos, multinacionales o como se quieran llamar, tienen mayor poder
económico y de dominio como nunca se había alcanzado. Pero no quieren asumir
ningún tipo de responsabilidad económica, social, ecológica que vaya más
allá de rentabilizar sus propios intereses, es más, en los grandes conflictos
mundiales miran para otro lado con la complicidad de los grandes
Estados. Asistimos en este momento a ver grandes grupos de población, incluso
de los “países llamados ricos”, alienadas, desasistidas, desesperanzadas,
despolitizadas, analfabetizadas funcionalmente, llegando a grandes regiones del
mundo a ver sin compasión, el hambre, la miseria, la esclavitud infantil, la
explotación, plagas, enfermedades, etc.
Parece que asistimos a una globalización sin
esperanza, donde una “economía virtual”, financiera y especulativa
desarrolla su juego especulativo sin fábricas, sin bienes, sin trabajadores.
Los procesos económicos liberalizan, desregulan, privatizan, avasallan la
dignidad humana; castigan a la sociedad y a sus trabajadores, no respetan el
planeta, debilitan progresivamente la autoridad gubernamental con su economía
de casino y ruleta, provocando inquietud y certidumbre. Desde que terminó la
“Guerra Fría”, FMI y el Banco Mundial a los países en vías de desarrollo han
llevado al empobrecimiento de cientos de millones de personas, renegociando su
deuda externa. El poder económico interno de los países en vías de desarrollo
se ha desplomado, han surgido hambrunas, se han cerrado centros de salud y
escuelas, a cientos de niños se les ha negado el derecho a la educación
primaria, han surgido enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la malaria
o el cólera.
En este mes de febrero, muchas instituciones que
luchan contra la pobreza nos recuerdan esta realidad lanzado sus campañas
solidarias. Hace pocos días lo ha hecho Manos Unidas, ONG que trabaja desde
hace 56 años apoyando a los pueblos más desfavorecidos en su desarrollo y
en la sensibilización de la población española ante el problema del hambre. Su
campaña de este año lleva el lema: “Plántale cara al hambre: siembra”,
comenta en su informe que en el mundo han crecido las posibilidades para que
todas las personas puedan vivir dignamente, pero se constata que la
globalización no ha producido mayor justicia social, sino que ha prevalecido la
indiferencia y la exclusión, la corrupción y el desinterés a los más
vulnerables.
Manos Unidas, subraya no quedar indiferente ante el
problema del hambre, propone sembrar una buena tierra, un buen agua, una
buena semilla, relacionando el problema del hambre con el acceso a la
tierra, al agua y a la desprotección jurídica en la especulación de los
mercados internacionales sobre el valor de los cereales. La ONG, quiere sembrar
capacidades, solidaridad, responsabilidad y cooperación entre los Estados que
hagan posible una globalización más enriquecedora y justa en el aprovechamiento
de los recursos alimentarios.
Estar atentos a éstas y otras propuestas que puedan
enfrentar este problema y tomar conciencia de la situación, dignifica a la
persona en nuestra sociedad adormecida y paralizada por tantos estímulos. Para
combatir el hambre no sólo es el resultado de repartir alimentos o hacer
donativos, requiere una acción más global que busque un cambio estructural con
políticas efectivas y una nueva forma de hacer la globalización que incluya a
todos y sobre todo a los más vulnerables. También una ética de la solidaridad,
que sea crítica con nuestra forma de vida y exceso de gasto y que luche por la
dignidad humana. Vivir dignamente significa tener casa, trabajo, educación,
salud, etc., todavía hay espacio, tiempo y corazón para la esperanza.