SALAMANCArtv al DÍA
Lo que nos salva es la mirada
Simone Weil
La ética del respeto nos interpelaría para un único compromiso: Mirar con atención el mundo que nos rodea.
J. M. Esquirol
El
mirar atento tiene que ver con los ojos abiertos, es fijarse bien para
darse cuenta de algunos aspectos de la realidad y poder percibir las
cosas de otra manera.
El mundo en el que vivimos nos induce a la mirada fácil y poco profunda,
se repiten siempre los mismos eslóganes, tal vez adornados por una
retórica más refinada. La mirada atenta no sólo presta atención a
mirar de los ojos, es una mirada de la mente y del corazón,
es un mirar lento y reflexivo, atento de las cosas pequeñas, es la
mirada que nos conecta con el mundo. Ese mirar de ojos abiertos, quiere
hace visible los padecimientos
invisibles, inoportunos y nos hace estar más atentos a la misericordia
de Dios.
Una mirada atenta es
necesaria en el mar de la indiferencia de nuestras sociedades,
ricas en cosas materiales, muy consumistas y que se están volviendo
tremendamente inhumanas. Frente a la cultura del yo y del egoísmo, del
distanciamiento total, la mirada atenta
propone la proximidad, la supresión de toda distancia. La pobreza, el
miedo, el dolor, la incertidumbre, la exclusión social, los inmigrantes y
refugiados políticos que gritan sin ser oídos por una sociedad que se
ahoga en el mar de la indiferencia. No podemos
entender los sucesos impactantes de muertos y abandonados en los campos
de refugiados cada semana, cada día, en medio de una sociedad que
celebra la banalidad y otras juergas, enferma e instalada en la
indiferencia y en el consumo. El último informe FOESSA
publicado por Cáritas, subraya que las desigualdades y la pobreza de muchos
no es sólo consecuencia de la crisis, responde sobre todo al
modelo social con el que construimos nuestra sociedad. El informe
pide, sobre todo a nuestros políticos una mayor altura de miras y
recuperar para la política de lo social a los ignorados y no visibles de
nuestras sociedades.
Es necesario aprender a mirar, para ver claro nos decía Saint-Exupéry, basta con cambiar la dirección de la mirada.
Aprender a mirar significa mirar de nuevo, como si las cosas
aparecieran por primera vez, centrarse en lo esencial, lo
sencillo y lo más humano. Nuestra mirada atenta, requiere abrir la
ventana del alma, reclama que todo lo humano no me debe resultar ajeno,
nos situamos con la humanidad herida desde la
sim-patía. La simpatía es detenerse ante el misterio del hombre y
saber mirarlo con amor, significa ser solidario, mantenerse en onda,
escuchar, entender, dialogar y discernir.
La
desesperación de vivir sin rumbo y a la intemperie de tantos
inmigrantes, las muertes en las playas del mar mediterráneo, la falta de
eficacia en la gestión
comunitaria y la vergüenza de sus medidas donde se prima la expulsión,
nos interpela a una mirada crítica y atenta. Las personas que sufren se
quedan sin voz. La desesperación y la injusticia las dejan sin palabras,
no son capaces de gritar su protesta. El
grito de la desesperación nos interpela a una mirada de la misericordia,
más eficaz y comprometedora. Esta
mirada atenta de la misericordia no nos deja indiferentes, sino inquietos y alterados ante las injusticias, es una
mezcla de asombro y de indignación. Es una mirada a tantos
sufrientes al borde del camino, su mirada es mi mirada, es una mirada
prójima que apela a lo más profundo del corazón.
La
mirada atenta y misericordiosa se inclina para acercarse al herido, al
refugiado, se compromete con su situación, toca sus heridas. No es
suficiente estar informados,
hay que acercarse a la cuneta y palpar el dolor y los gemidos. La mirada
atenta es una mirada llena de cariño, respeto y amor, es una mirada
inclinada a aliviar el sufrimiento e infundir esperanza. Esa mirada
atenta que sabe
mirar la vida amorosamente hasta el fondo, puede vislumbrar las huellas de Dios.
Tal vez en esta mirada está la esencia del Evangelio como nos comentó Jesús:
“Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Amar al prójimo es la clave de todo lo bueno y el signo distintivo del
cristiano. Juan Crisóstomo comentaba que el amor al prójimo es mejor que
cualquier otra práctica de virtud o de penitencia, mejor incluso que el
martirio. La espiritualidad de la mirada
atenta comienza por “abrir los ojos”, germina en un corazón educado en
la misericordia y se hace realidad en abajarse socorrer al herido.